Volvían los ejemplares de Xajay, la afición recordaría -sin duda- la noche del centenario en la que "Hermano del alma" recibió el perdón; esta noche volvería otro ejemplar de la dehesa queretana para cumplir con la natural tarea de la procreación: "Mi Compa", gracias al entendimiento y el arte del maestro pacense, satisfará las exigencias de don Javier Sordo y de la vacada de La Laja.
Volvía también Alejandro Talavante que resultó triunfador de una larga noche en Juriquilla luego de que hubo indultado -tras destapar el frasco de las esencias y desplegar su concepto artístico de filigrana e improvisación que emocionó al público- a su segundo enemigo. Igualmente, volvía Diego San Román a su plaza, en la que cortó una oreja de ley que le fue regateada por el juez de plaza.
La pintoresca plaza de Provincia Juriquilla, que prácticamente registró un lleno, volvía con un cartel que nos recordó los esfuerzos continuados de su fundador -Juan Arturo "Pollo" Torreslanda- de rematar sus carteles con figuras de aquí y allá. Ganado y matadores conformaron un cartel de expectación y que, para confirmar el adagio, parecía ser de decepción; para fortuna de los asistentes, en el segundo acto del festejo volvió la casta de la sangre brava y la maestría de Talavante.
Desde su salida, "Mi Compa" dio señales de clase y de casta; Talavante le vio esas cualidades y lo hizo embestir con claridad en una serie de mandiles que el público coreó con sentidos "olés"; tras los castigos de varas y banderillas, lo llevó caminando con su frugal parsimonia hasta los medios. Narrar el deletreado toreo del artista resulta, en verdad, difícil; baste decir que la respuesta del público -con el consagratorio grito de ¡torero!, ¡torero!- definirían el sentimiento y la personalidad con la que el ibérico había vuelto para escribir una página más en la historia de la centenaria ganadería.
En una faena que parecía eterna, el público se fue sumando hasta llegar, casi, a la unanimidad para solicitar el indulto. El juez Gustavo Montoya, quizás basado en la breve reunión con los del castoreño, tardó en concedre el perdón; hecho que ayudó a unir las voces del respetable, mientras Talavante volvía a la cara del burel para que este mostrara sus cualidades.
A la postre, la autoridad cedió y la algarabía se vio recompensada. Del primer ejemplar de la noche, muy poco que decir: mostró vacilación, pese a que en varas había exhibido acometividad, y nobleza; mas no la suficiente fortaleza que las manos del artista requieren para una faena trascendente.
Y quien ha hecho de Juriquilla su casa, ¡qué duda cabe!, es el torero de dinastía -también queretana- Diego San Román; con el tercero de la noche quiso pero no pudo, y no quedó por él. "Fabi" se mostró mezquino, y al igual que sus hermanos que le antecedieron, poco colaboró con el valiente espada; tras pincharlo, lo mató de estocada entera (ligeramente trasera) y un sector del público sacó los pañuelos blancos.
Llegaría el séptimo, con más nervio y pujanza, y Diego logró un saludo capotero que emocionó al tendido; no fue un toro fácil, por lo que tuvo que recurrir a mucho más que ese valor característico y a lo que ha ido aprendiendo, para sentir su tauromaquia y llevarla al graderío. Probó ambos pitones de "Cubero" y logró consentirlo al grado de unir las voces y los "olés" que contribuyeron a que, ahora sí, apareciera el pañuelo blanco en manos del juez de plaza.
En una noche en la que infortunadamente volvería el mal fario, la esperanza de disfrutar el arte de Emilio de Justo se vio frustrada; el cacereño tuvo que apechugar el sino de enfrentar al lote más deslucido y complicado de la centenaria ganadería queretana. El segundo de la función acometió promisoriamente en varas, reunión de la que salió mostrando un menguado poderío, un indubitable peligro y una actitud defensiva; sin más por hacer, abrevió y decidió ir por la toledana.
Con el sexto de la noche, tras el júbilo de un indulto, los ánimos del respetable esperarían una faena importante. Tampoco "Estampa" pudo refrendar las esperanzas de público y ganadero; De Justo inició por bajo e intentó mostrar su clase, un burel que no terminó por entregarse y echó por la borda las ilusiones despertadas por su presentación en Juriquilla.
Y, bueno, Bruno Aloi volvía tras su alternativa y luego de haber saboreado una salida en hombros de esta plaza. Brincó a la arena un precioso ensabanado (capirote, quizás) que volvió a su querencia en donde tuvo que ser castigado por el varilarguero; si bien con el capote se había esforzado, sin éxito, con la muleta también buscó refrendar su anterior triunfo con pases que no trascendieron por la falta de transmisión del vistoso toro: palmas.
El cierraplaza hizo generar cierta ilusión; Bruno lució con el percal ante un toro de buen tranco: lucidas gaoneras; tras rutilantes pares de banderillas, recibió de hinojos con un exitativo cambiado por la espalda que hacía esperar más del desempeño del de Xajay; más pronto que tarde, volvió la mirada hacia las tablas -primero- y a la querencia -después- para obligar al joven coleta a abreviar; se puso pesado con el acero y, tras un par de bocinazos, descabelló al primer intento.