Tauromaquia: Voluble y caprichosa cátedra
Lunes, 30 May 2016
Puebla, Pue.
Horacio Reiba | Opinión
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente
El pasado domingo 22, el público de Las Ventas, puesto en pie como si un invisible director de orquesta lo ordenase, agitó pañuelos blancos y obligó a quien presidía a sacar el suyo, autorizando el corte de una oreja del quinto de la tarde para Paco Ureña, que roto por la emoción y con lágrimas en los ojos abrió agradecido los brazos, como queriendo abarcar a la multitud que lo aclamaba.
Esa tarde, su faena mejor lograda había sido la del segundo, "Taquillero", un muy noble colorado de Las Ramblas al que ligó con entrega y temple, la muleta siempre a rastras. No lo mató bien y solamente saludó desde el tercio. Rebelde a ese destino esquivo, recibió a "Testarudo" a portagayola. Y a partir de ahí, fue lo suyo un ejercicio de fe en sí mismo y en el público de Madrid, que lo vio cogido cuando intentaba encarrilar con la zurda al probón y nada claro astifino de Las Ramblas. Una faena más de querer que de poder. Un espadazo tendido que requirió del descabello.
Y la oreja, unánimemente solicitada por una plaza agradecida con la entereza ética de este torero de corte clásico, que días antes ya había perdido allí –otra vez la espada-- una puerta grande, y que se negó a que le operaran la cornada interna que tres días antes le produjo un victorino en Vic Fezensac con tal de no perderse el segundo paseíllo isidril, oro molido para un diestro con más arte que reconocimiento y con más años que contratos. Imposible, ante la gesta de Paco Ureña, no vibrar al unísono con la afición de Madrid.
Esa vena sensible del público venteño tendría nueva ocasión de manifestarse cuando David Mora –tras dos años de una dolorosa convalecencia luego de una cornada casi mortal sobre esa misma arena– se encontró con un toro ideal de Alcurrucén y lo toreó de ensueño. Es decir, con acusada personalidad, arte macizo y absoluta decisión, sin la cual "Malagueño", que se comía la muleta, se habría devorado al torero entero. Pero David no sólo aguantó, sino templó, mandó, condujo y ligó de principio a fin a aquel caudal de bravura y nobleza, sabiamente mezcladas por una misteriosa alquimia. Ha sido, hasta ahora, el toro de la feria, y se ovacionó tanto la vuelta al ruedo a sus restos como las orejas paseadas por un David Mora exultante, que ya saboreaba por adelantado la salida por la puerta grande que sellaría su retorno a Las Ventas.
Ese buen talante tampoco abandonó a la gente, tanto madrileña como foránea, encantados todos de manifestar su adhesión a la torería sin publicidad de Juan Bautista, Juan del Álamo y el propio Paco Ureña –que entre el barro y la lluvia de la séptima había estado todavía mejor con los broncos de El Torero que en su segunda y consagratoria actuación–, todos ellos orejeados en tardes de público receptivo y justiciero, dispuesto a hacer honor a Madrid como cátedra mayor del toreo. Y que habría de reconciliarse incluso con la maestría de un asolerado Enrique Ponce, que sin estrecheces ni sobresaltos bordó al veleto "Malaguito", un muy noble ejemplar de El Puerto de San Lorenzo al que mató mal. O con Juan José Padilla, entregadísimo y muy torero con torazos inmensos de Parladé, el primero de los cuales lo cogió como para matarlo, si arredrar su casta legendaria. De nuevo, bien por Madrid y su buena afición.
Otra cosa
Pero no siempre fue así. Porque este año, como tantos, salió asimismo a relucir la otra cara del cónclave venteño, esa expresión hosca que a menudo se reviste de indiferencia, cuando no de manifiesta hostilidad. A Roca Rey, por ejemplo, le cobraría con réditos la salida a hombros de la tarde de su confirmación con las orejas del sexto del encierro, un encastado Mayalde, "Segurito", que no se la había puesto nada fácil y con el que pudo sobradamente en una más de sus asombrosas exhibiciones de suficiencia torera. Pero había que marcarle el alto al peruano y la entrega de ese día se tornó en exigencia y desdén, trufados de gritos hostiles, pese a lo mucho que toreó, con impávida quietud, absoluto desparpajo y mucho mando en las muñecas, a los otros cuatro de su triple comparecencia isidril en este primer año de matador. Tal vez sea esto lo que no le perdonaron.
En cambio, a López Simón le pasaron todo. Incluso el desperdicio rampante de dos toros de triunfo con los que el torero de Barajas simplemente no dijo nada. Fueron éstos "Vinagrito", un sobrero del Conde de Mayalde, que a despecho de sus 637 kilos ofreció, en vano, veinte alegres y humilladas embestidas, y el tercero de El Pilar, "Deslumbrero", que repetía de largo con clase y fijeza, y al que el joven madrileño, entre eléctricos mantazos y abundantes enganchones, terminaría por dejar inédito, hasta que el castaño se aburrió y dejó de embestir, abrumado de encimismo. Aun así, al final predominaron los aplausos, saludados por el compungido espada, tanto el miércoles 25 como el viernes 27.
No fue igual con El Juli, blanco de todos los dardos y malas pulgas de sus acechantes paisanos. Venía por dos tardes y tuvo que sobreponerse a las dificultades del ganado, poca cosa al lado de la terca oposición del tendido. Al grado que su segundo paseíllo, el 7 lo acompañó con palmas de tango, escamado por la sustitución de la anunciada corrida de Jandilla por un enorme encierro de El Vellosino. Julián estuvo responsable y magistral en todo momento –excepto en el mitin que dio descabellando a su primero de Alcurrucén–, y despidió su feria con un auténtico faenón, si como tal ha de calificarse la capacidad de un torero para dominar las inciertas embestidas de un animal de 630 kilos, duro y poco picado, domeñarlo con mano férrea pero sutil, y terminar cuajándole un par de tandas al natural que deben ser las mejores del año por mando, temple, lentitud, extensión y engarce: arte mayor, en suma. Que el pinchazo arriba le haya quitado la oreja es lo de menos, lo de más fue la unánime aclamación que selló su paso por Las Ventas. Bronca al 7 incluida.
Feria deslucida, gris, de los triunfadores de las dos últimas isidradas –Miguel Ángel Perera y Sebatián Castella, que aún tiene los adolfos para desquitarse–, pero de éxitos macizos y bien trabajados por Alejandro Talavante, que de primeras desorejó a un correoso jabonero de Núñez del Cuvillo –con naturales mandones, aguerridos, en lo medular de la faena– y se fue de la feria empuñando la oreja de un manso entablerado y probón de Fuente Ymbro, del que sacó insospechado partido. Ya al anterior lo había toreado bien de verdad, sin despertar ni un murmullo de aprobación, por aquello de que al animal le costaba repetir. Y eso que es torero de Madrid. Lo que no está claro pueda llegar a ser Diego Urdiales con su pésima fortuna en los sorteos. Por no hablar de Iván Fandiño, que lleva tiempo rodando por esa pendiente.
La feria del 600
Así llamó a este San Isidro, con ladina intención, José Luis Lozano, muchos años empresario, además de ganadero de Alcurrucén. La cifra alude, claro, al kilaje de no pocos morlacos corridos durante la feria. Con mensaje adjunto a los veterinarios que le habían rechazaron cuatro toros del primero de los dos encierros suyos anunciados este año, obligándolo a remplazarlos por toracos inmensos pero de escasas garantías, según dejara entrever su criador.
Efectivamente, lo que despacharon El Juli, Castella y José Garrido el viernes 20 –sedicente Corrida de la Prensa– salió infumable. En cambio, en su segunda tarde, Alcurrucén echó el toro de la feria, ese "Malagueño" del triunfo grande de David Mora bajo de agujas, corto de manos, estrecho de sienes, muy bien puesto de pitones: el fenotipo ideal para el toreo. Y tan bravo y alegre como enclasado y noble. Una astado modélico, sobradamente merecedor de la vuelta póstuma que ordenó el juez. Pesaba 563 kilos y, dadas sus hechuras, pudo con ellos perfectamente. Como para pensar y repensar las palabras de Lozano. Que remató su intervención al micrófono invitando a que "entre todos enmendemos este sinsentido: porque el toro de 600 no satisface ni a los toreros ni a los ganaderos ni a los públicos". Valdría la pena meditar entonces sobre cómo se ha llegado a esto. Y de parte de quién. Y con el beneplácito de quiénes.
Pero entre tanto mastodonte con poca cuerda, han salido toros buenos de verdad. Por ejemplo, el extraordinario novillo "Resistemucho", de La Ventana del Puerto (que pesaba 490 kilos), tan malamente trapaceado por el colombiano Juan de Castilla el lunes 23. O los dos señalados de Mayalde y El Pilar –éste con apenas media tonelada– desperdiciados por López Simón. Además de "Taquillero" de Las Ramblas, "Malaguito" de El Puerto de San Lorenzo y "Venturoso II" de Montealto, con el que ofreció Juan Bautista un escueto recital con sabor a torería añeja. Y ,desde luego, todos esos astados con un fondo de nobleza y a veces casta que, al no facilitar la ligazón –en ocasiones por culpa del espada en turno–, Madrid contempla sin querer mirar, con ésa su tan particular y desdeñosa indiferencia.
Colofón
Pero, con todo y la veleidad y los prejuiciosos altibajos de su grada, San Isidro sigue siendo todos los años la gran muestra del toreo, sin la cual la situación de la Fiesta sería mucho más grave de lo que ya es. Vaya pues un cálido brindis por Madrid y por su plaza, en lo bueno y en lo malo. Y porque continúen así y ahí por mucho tiempo.
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