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Joselito y El Payo, figuras de aquí y ahora (video)

Domingo, 10 Nov 2013    México, D.F.    Juan Antonio de Labra | Foto: Sergio Hidalgo           
Joselito cortó cuatro orejas y mantuvo un gran nivel
Llegó el momento de la nueva generación de toreros mexicanos; toreros curtidos en las batallas más duras que han superado tragos sumamente amargos, y esta tarde Joselito Adame y El Payo demostraron que están ahí para dar gusto al público, para tirar del carro y hacer que esta maquinaria que durante tantos años permaneció enmohecida, comience a girar con vigor; con el mismo vigor del rotundo triunfo que cosecharon los dos espadas aztecas el día de hoy ante la mirada de unos 35 mil espectadores.

De un gran relieve fue la actuación de Joselito, que estuvo sensacional y demostró que lo de Madrid no fue obra de la casualidad. Por el contrario. El sello del hidrocálido se hizo patente desde que saludó de capote al primer toro de su lote, al que toreó bien a la verónica y luego hizo un quite de la misma manera: por verónicas, asentado y torero, algo que no se ve frecuentemente en diestros que no proceden de Andalucía, concretamente de Sevilla.

Y ese quite con aire de Maestranza fue sin duda un llamado de atención, recuerdo de aquella injusticia del año anterior cuando se quedó marginado de regresar a la plaza que mira de frente al río Guadalquivir.

Después de eso, y con el público volcado con su actitud, Joselito se enredó sabrosamente con un noble toro de Fernando de la Mora que embistió despacio; y despacio, con temple y cadencia, encadenó muletazos sentidos, muy toreros, girando suavemente en los talones tal y como ya lo había hecho en la pasada Feria de Aguascalientes.

El compás de la faena fue ese: lánguido, tocado de la idiosincrasia de esta raza mexicana que se adormece cuando torea; que se recrea ante la embestida clase y goza. Y el público disfrutó cada palmo del trasteo, que coreó con fuerza, en olés intensos tan propios de esta plaza monumental.

Ni siquiera la visible cojera de Joselito fue impedimento para que el triunfo fuer el bálsamo más gratificante a tanto sufrimiento, a tanta angustia; ahí quedó, sobre el albero, ese carisma intocable de Joselito que al final de la faena, cuando había reventado al toro de una estocada contundente, recibió las dos orejas y dio una clamorosa vuelta al ruedo, lenta y feliz, en la que se compenetró con la afición.

Y por si fuera poco, no se quiso quedar atrás en el sexto, un ejemplar deslucido, que acudía con la cara alta. El inicio de la faena, sentado en el estribo, que remató con un señero muletazo de la firma que, por su reciedumbre, hizo recordar a otra Joselito, de apellido Huerta, aguerrida figura del toreo de México que siempre dio la pelea a los toreros españoles con mucha gallardía.

El toro se paró pronto y dio motivo al arrimón; Joselito se dejó olisquear la taleguilla en medio de la zozobra del público, que se desgarró de emoción cada vez que el torero conseguía hacer pasar al de Fernando de la Mora. Los muletazos postreros, a pies juntos, ligados con limpieza en un terreno comprometido, también tuvieron hondura, algo que no es fácil de conseguir con el compás cerrado.

Así cumplió Joselito con dos facetas distintas en una misma actuación; esas dos que demuestran que cuando se quiere ser una figura de época es preciso afrontar los compromisos como éste; tardes trascendentales en las que los toreros se tiene que olvidar de que tienen cuerpo.

Fue una lástima que El Payo perdiera la concentración delante del cuarto toro, el de más calidad del encierro queretano. Porque sí es verdad que la faena discurría por el sendero de lo bien hecho hasta que quiso torear de espaldas y luego en redondo, mientras el público –y con mucha razón– seguir gozando esa faena de un gran reposo y naturalidad que, de pronto, perdió el rumbo.

Una oreja de esta toro supo a poco, porque era un toro de cante grande; sin embargo, El Payo seguramente recapacitó que debía aumentar los decibeles de su toreo y si el séptimo no se lo permitió, y tampoco el viento, en el de regaló se abandonó en una faena clásica, seria, con muletazos de excelente acabado en los que enseñó la madurez artística por la que atraviesa.
De menos a más ascendió el trasteo del queretano que supo cortar a tiempo, ya cuando el toro se había vaciado de esa pastueña docilidad que él supo aprovechar muy bien de un toro de su ganadería favorita.

Una estocada en la yema, con la misma despaciosidad con la que había toreado, fue la mejor rúbrica a esta faena que cautivó a la concurrencia que al final sacó en hombros a los dos toreros mexicanos, dignos representantes de esta generación que tanta esperanza ha despertado.

El Juli se la jugó con el primero, un toro alto y boyancón, feo de tipo, que por su hocico de pato tenía rasgos de provenir del encaste Santacoloma. El madrileño le plantó cara con una consumada autoridad, alargando cada embestida, tratando de llevarlo largo y muy tapado para ver si conseguía desengañarlo. Pero no hubo forma.

En el quinto, un toro deslucido que se movía sin  humillar, también lo intentó por todos los medios, y la gente terminó reconociendo este encomiable esfuerzo de una figura a la que se le percibe crispada, alerta, fibrosa, lista para cualquier batalla. Como si fuera un torero rabioso, recién alternativado, que viene a consagrarse. Menudo ejemplo.

El prólogo ecuestre corrió a cargo de Emiliano Gamero, que tuvo una brillante actuación delante de un toro de Guadiana –con el hierro de Jesús Cabrera- que resultó manso de libro. Y vaya que estuvo bien el caballista capitalino porque era muy difícil pisarle el terreno al toro para obligarlo a reunirse en las suertes, que ejecutó con arrojo y una cuadra espectacular.

Con todos los caballos que sacó, Gamero se mostró como un buen jinete; seguro y expresivo, consiguió momentos muy buenos a lo largo de distintos pasajes de una lidia en la que él hizo todo cuanto estuvo en sus manos para no contagiarse de la sosería del toro. Quizá el público no alcanzó comprender del todo una actuación sumamente digna que bien merece una repetición.

Por eso es importante que los toreros a caballo actúen con dos toros y no sólo con uno, aunque hoy, desde luego, no era el caso, sino una oportunidad de abrirle plaza a Juli y ver de qué estaba hecho el caballista. Pues él mismo dio una respuesta muy favorable. No hay que perderlo de vista.

Ficha
México, D.F.- Plaza México. Tercera corrida de la Temporada Grande. Más de tres cuartos de entrada (35 mil personas) en tarde fresca, con intermitentes ráfagas de viento. Un toro de Guadiana para rejones, manso, y siete de Fernando de la Mora (el 7o. como regalo), desiguales en hechuras y juego, de los que destacaron 2o., 3o. y 7o., premiados con arrastre lento, excesivo el último. Pesos: 542, 533, 543, 525, 504, 526, 541 y 503 kilos. El rejoneador Emiliano Gamero: Ovación. Julián López "El Juli" (azul marino y oro): Palmas y silencio. Joselito Adame (berenjena y oro): Dos orejas y dos orejas. Octavio García "El Payo" (tabaco y oro): Oreja con ligeras protestas, silencio y dos orejas en el de regalo. Incidencias: Al finalizar el paseíllo la Porra Libre entregó el trofeo Manolo Martínez a Julián López "El Juli", como triunfador de la campaña anterior. Destacó en la brega Álvaro Montes y con las banderillas Héctor Rojas. En varas sobresalió Curro Campos. El Juli hizo un quite muy oportuno a Francisco Acosta "Paquiro", que cayó en descubierto al salir de un par de banderillas. El sobresaliente del rejoneador fue el matador Jorge López. La corrida duró 3 horas 55 minutos.


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