Por primera vez en sus ocho años de historia, la Corrida de la Insurgencia programó a un torero español: Antonio Ferrera, y lo que parecía un detalle contradictorio, resultó siendo la cereza en el pastel, pues el extremeño se inspiró con "Nessun Dorma", el aria de la ópera "Turandot", compuesta por Puccini, y cuajó una faena de ensueño, de una expresión y una puesta en escena acorde a la importancia de un festejo temático de gran significado.
Y quizá este triunfo se tradujo en ese ida y vuelta de una tradición –la taurina– que no debe tener nacionalidades, ni fronteras, porque se trata de una expresión de carácter humanista y universal, del que España y México, México y España, son las dos mayores fuentes de la tauromaquia.
Antonio ya había estado firme con un toro encastado, el que abrió plaza, con el que hizo una faena un tanto intermitente, pero con series de muletazos en los que toreó relajado, y que vino a ser el preludio de lo que llegaría más tarde.
Cuando saltó a la arena el cuarto toro de la corrida, bautizado como "Bravura Azul", Ferrera dio dos largas afaroladas invertidas, de una elegancia pasmosa, que fueron premonitorias de lo que vendría minutos después.
El vibrante tercio de banderillas, con el toro entregado, y el torero como un ágil Mercurio, dejó el ambiente caldeado para la faena de muleta, que comenzó con la misma parsimonia del saludo capotero. Y a partir de que los acordes de "Nessun Dorma" se deslizaron desde lo alto del tendido hacia el ruedo, Ferrera fluyó de una manera natural y se abandonó para torear encajado en los riñones, con la mano diestra desmayada, girando en los talones con armonía y abrochando las series con unos pases por alto que bien hubiese podido firmar el inolvidable Luis Procuna.
El toro siguió descolgando la cara con mucha calidad, y Ferrera mantuvo el tono expresivo de la faena, con el público eufórico en el tendido, extasiado con la música sonora del toreo, en una amalgama que hizo cimbrar los cimientos de la centenaria plaza de la otrora calle de la Democracia.
Y aunque hubo un barrunto de indulto, Antonio miró al palco del ganadero Isaac García, y no dudó en darle al toro una muerte digna, sabedor de que un pinchazo hubiese echado por tierra tan artística obra.
Desoyendo las protestas de quienes le pedían que no matara a "Bravura Azul", se concentró por completo y nunca perdió de vista el morillo del toro, ahí donde, desde la media distancia, paso a paso, se fue derecho detrás de la espada y colocó tres cuartos de acero en todo lo alto, que hicieron rodar al toro patas arriba sin puntilla, en una muerte soberbia y espectacular.
La algarabía del público estalló en júbilo y le pidieron hasta el rabo, aunque lo protestaron al concederlo, cosa que, a estas alturas de lo acontecido, aquello no tenía ninguna importancia, porque lo que había hecho el extremeño había quedado como una declaración de rebeldía; sí, de insurgencia pero a la inversa, como el español que viene a conquistar el corazón de los mexicanos, a los que siente hermanos, en una muestra fehaciente de que la Fiesta va más allá de las banderas y las nacionalidades, y de que el estandarte del arte, como el de la virgen de Guadalupe que ondeó en mano de uno de los dos alguacilillos, trasciende las fronteras y se instaura en el terreno de la fe, en este caso de la fe taurina, a la que el buen aficionado suele aferrarse con devoción.
Tanto Diego Sánchez, que le cortó una oreja al primero de su lote, como Héctor Gutiérrez, hicieron un desmedido esfuerzo por agradar al público con seis toros a los que les faltó fondo, no obstante que varios de ellos apuntaron voluntad de embestir, pero no fueron a más, sino al contrario.
A pesar de ello, Diego se pegó un arrimón, siempre con las zapatillas ancladas en la arena, los muslos bien apretados y la cabeza clara, de manera muy similar a la actitud que mostró Héctor, que toreó muy bien con el capote al sexto, en verónicas templadas y rítmicas lo mismo que la preciosa media verónica del remate, antes de buscarle las vueltas a sus toros sin descanso.
Pero la Corrida de la Insurgencia ya tenía un claro triunfador, y lo demás sobraba, hasta los toros de regalo, porque el público y Ferrera se habían fundido en una comunión absoluta, en la que el arte del toreo brotó sin tambores de guerra, ni truenos de fusiles, o refriega de ballonetas, sino a la par de la angelical música de Puccini.
México y España, España y México, ambas patrias unidas en esta maravillosa tradición iberoamericana de hondas raíces. Así es la fiesta de los toros: mágica y nuestra. Y por ello debemos defenderla.
Ficha Aguascalientes, Ags.- Plaza "San Marcos". Corrida de la Insurgencia. Lleno de "Agotado el boletaje", en tarde noche agradable. Toros de
Santa Inés, (7o. y 8o., como regalo), armoniosos de hechuras, de juego desigual, de los que destacó el 1o. por su bravura y el 4o. por su clase, premiado con arrastre lento. Pesos: 488, 518, 474, 470, 498, 475, 492 y 526 kilos.
Antonio Ferrera: Oreja y dos orejas y rabo con división.
Diego Sánchez: Oreja con protestas, palmas y palmas en el de regalo.
Héctor Gutiérrez: Ovación, palmas y palmas en el de regalo. Incidencias: Sobresalió en banderillas
Joel Delgado, que saludó una ovación el 3o.