La tarde de hoy en Aguascalientes dejó un grato sabor de boca entre el público, que salió toreando de la plaza luego de una demostración de entrega por parte de los tres toreros del cartel, cada uno con su estilo, y un concepto del toreo distinto, pero con un denominador común marcado por la "T" como letra capital de sus argumentos.
También hubo una cuarta "T" digna del cabezal, y que se resumen "Con tres palabras", casi como el famoso bolero del compositor cubano Oswaldo Farrés: Temple, Tiempo y Tesón, que comienzan con la misma letra con la que se escribe el nombre de Teófilo, que hoy hubiese disfrutado mucho ver el juego de los toros criados por su hijo José Roberto, con el que, seguramente, allá donde estén los dos, habrán disfrutado mucho delante de una taza de café.
Porque desde que apareció en la arena "Inspiración", número 645, cárdeno claro, con 450 kilos, aquello fue un homenaje a la memoria de ambos, especialmente de José Roberto, ese peculiar genetista del campo bravo mexicano que, como su padre, siempre fue fiel a un concepto ganadero.
Y hoy demostró que la estigmatización de su divisa, con aquello de los denostados "teofilitos", es el fundamento de la búsqueda de un toro como lo concebía el matador Teófilo: un toro criado por y para los toreros. Así fue siempre.
Las embestidas de “Inspiración” brillaron en la muleta de Juan Pablo Sánchez, que de haber decidido su administración colocar ese toro en cuarto lugar y no para abrir plaza, quizá su triunfo hubiese sido de indulto. Ciertamente, el de Teófilo Gómez era un toro de vacas, de esos que da pena que no mantengan su estirpe y, con ello, la esencia del toro que soñó don Antonio Llaguno González, el ganadero prócer de San Mateo, el de los "toritos de plomo" que, en su día, dieron grandeza a la ganadería brava mexicana, cuando, mediados los años cincuenta, su hijo del mismo nombre abrió la llave de la bravura y la sangre del encaste Llaguno contribuyó a consolidar el prototipo del toro mexicano, único en el mundo.
Ese toro que embiste de largo, con alegría, como si estuviese cantando, en este caso a la templada de Juan Pablo Sánchez que cuajó la que quizá sea su mejor faena en la monumental de su tierra, hecha a base de caricia, colocación y ritmo, además de cadencia, que hizo brillar las magníficas cualidades de "Inspiración", un toro de bandera.
Lástima que Sánchez envainó la espada en el primer intento de dar una muerte digna a tan magnífico ejemplar, y más allá del resultado numérico de la faena, ahí quedaron, cargados de seda, sus redondos, sus naturales, los cambios de manos y los pases de pecho, jaleados con intensidad.
Esa forma de humillar en "C-3", que decía Antonio Llaguno, "Toño Sauz", como le llamaban al famoso ganadero de Torrecilla, una clave para calificar este aspecto tan importante en un toro bravo, con el morro por la arena, fue la tónica de una corrida pareja en hechuras, de armonioso trapío, con caras agradables, y un fondo de nobleza que hoy, acompañado de la fuerza necesaria, nos regaló el espectáculo de ver una corrida que tenía una dedicatoria especial.
El medio toro que enfrento Roca Rey en primer lugar, bautizado con el nombre de "Caraluna", no tuvo la clase ni el ritmo de "Inspiración2, pero permitió al peruano aplicarse a fondo hasta cortarle una oreja tirando de oficio. Sin embargo, la faena grande del peruano vendría con el quinto, que llevaba por nombre "Mil Hojas", al que se acopló a las mil maravillas, en una faena de sentimiento y calidad que, se podría afirmar, fue la ratificación del nacimiento de un nuevo romance con esta plaza y su público.
Luis David, el tercer espada de este cartel, sorteó a "Mil Gracias", que fue un toro dócil, pero con poca transmisión, el único del encierro que no humilló como sus hermanos, pero que se dejó hacer una faena aseada que sería el prólogo de un triunfo fresco y entregado que vendría minutos más adelante.
Y fue con "Te extraño", el sexto, otro toro que evocaba el sentir de Silvia y de José Manuel, los inseparables hermanos de José Roberto, y que remitía a esa canción compuesta por el gran Armando Manzanero, que más de una vez disfrutó de una tarde de toros en la plaza de Aguascalientes.
Con ese toro, Luis David se entregó a rabiar desde el saludo con el capote, y luego de trazar un luminoso quite por zapopinas con sello propio, cargadas de adornos añadidos y recursos cuando así lo requirió la ocasión, cogió las banderillas para cubrir un segundo tercio vibrante que le caldeó el ambiente antes de la faena de muleta cargada de dinamismo y tesón.
La apuesta no era fácil luego de que sus compañeros de cartel ya se habían ido por delante, así que se afanó en agradar ante un toro que duró lo que tenía que durar, y que en varias series tomó la muleta por abajo y transmitiendo, a lo largo de una faena fresca, de torero joven que quiere colocarse.
Una estocada fulminante le puso en las manos las dos orejas que le permitieron salir a hombros al lado de Roca Rey, digno final a una tarde de esas que hacen afición, y donde la magia del toreo brotó de manera espontánea, con la sabiduría de aquella conocida frase de "tiempo al tiempo". Una palabra que comienza con la letra "T". Hoy, la letra capital de esta comprometida historia ganadera.