La segunda novillada de la Plaza Arroyo arrojó muchos matices para el comentario y la polémica, esa salsa tan importante de la Fiesta, pues uno de los novillos de Autrique fue el causante de que la gente comentara con pasión lo que había sucedido sobre la arena del coqueto coso tlalpense.
Era un novillo de los que antes se decía "novillo-toro", con apariencia más de cuatreño que de utrero. Se llamaba “Don Pepe”, número 134, negro, bragado corrido y jirón, con 402 kilos, y dos pitacos de respeto por delante.
Cuando salió al redondel causó la admiración de todos, pues era serio pero bien hecho (quizá un poco largo); enmorillado y con culata. Sin embargo, a las primeras de cambio comenzó a embestir con demasiada violencia, y el derrote seco en los capotes de la peonería retumbaba con misterio en la bóveda del coso.
Cristian Hernández, su matador, apenas y pudo mostrarse con el capote debido a la condición adversa del ejemplar de Autrique, ganadería formada con pura sangre de San Martín (mexicana y española). Y ordenó, como lo hubiera hecho cualquiera, que le pegaran al toro fuerte en varas.
Es verdad que el novillo acudió con ímpetu al caballo y recargó en el peto. Inclusive, y fue una actitud bonita, se quedó dormido ahí abajo y no obedecía el capote de Gustavo Campos, que intentaba sacarlo de la reunión con el picador.
Hasta aquí la cosa iba bien. Es decir, parecía que el novillo estaba trocando aquella violencia inicial en casta y podía romper en la muleta. Pero no fue así, pues en banderillas cortó el viaje sin miramientos y cogió de forma dramática al propio Gustavo, al que empitonó por la faja y alzó por los aires, zarandeándolo de impresionante manera.
Aquella estampa tan espeluznante recordó en algún momento a la tragedia de Yiyo en Colmenar Viejo, o a la reciente cogida de Israel Lancho en Madrid, cuando un toro de Palha que estuvo a punto de acabar con su existencia.
El dramatismo fue de tal magnitud que se temió lo peor. Afortunadamente, Gustavo salió ileso del trance, mientras su padre, el también banderillero Leonardo Campos, entraba en shock en el tendido al ver a su hijo entre las astas de "Don Pepe" y tan sólo tres días después de haber permanecido ingresado en el Hospital La Raza aquejado de un problema cardíaco.
El novillo se plantó en los medios como diciendo: "A ver quién es el guapo que se va a poner delante". Y tal vez no tan guapo, pero si con un par de cojones, el novillero queretano se lo zumbó en una faena de esas que despiertan el más sincero respeto.
Y no sólo fue valentía, sino cabeza para entender cómo debía colocarse; cómo debía reponerse; de qué manera había que taparle la cara y aguantarle alguna mirada aviesa.
"Don Pepe" terminó metiendo la cara, pero sin la entrega que proviene del fondo de nobleza que suelen atesorar los toros verdaderamente bravos. El mérito, pues, fue del torero. De haber dudado un poco, otra historia les estuviera contando.
La transmisión del toro fue patente. Eso es innegable, como también lo fue el enrazado juego que dio ante el picador. Pero, ojo: El temperamento no es bravura. No hay que confundir nunca esto con la buena casta, la que permite que un toro vaya a más cuando se le hacen bien las cosas. Bien dicen que el genio es la hierba mala de una ganadería, y es preciso arrancarla de raíz.
Fue una lástima que Cristian no hubiera estado fino con la espada, pues la oreja que tenía ganada era de esas para ponerles un marco de oro. Y al final el público tomó partido por el toro, que tardó en doblar en una larga agonía, fiel a esa conducta bronca y fiera que despertó una sicosis colectiva sobre todo en el tercio de banderillas.
"Don Pepe" provocó tanta emoción que fue premiado con arrastre lento, un premio engañoso a los ojos de los que entienden la bravura como una capacidad de pelear de frente, algo que, desafortunadamente, este novillo de Autrique tan emotivo no tuvo durante distintos pasajes de su lidia.
El torero dio una aclamada vuelta al ruedo, merecido reconocimiento a una labor tan esforzada como digna que, seguramente, le servirá para volver a pisar el ruedo de Arroyo.
El terror que se había vivido minutos antes se desvaneció cuando salió el tercero, el mejor novillo del complicado encierro guanajuatense. Fue una lástima que le correspondiera al norteño Jesús Garza, mal vestido y sin hechuras, que, para colmo de males, desaprovechó una buena oportunidad dada su nula condición de valor para esta compleja profesión. Hoy la sociedad de Monterrey recuperó unas manos fuertes para el trabajo. A todo hay que verle su lado positivo, ¿no?
Y entre el maremágnum de sentimientos encontrados, brilló la actitud de Salvador López, el primer espada del cartel, que trató de hacer las cosas con cabeza y terminó por cortar la única oreja concedida en la tarde, la primera del ciclo.
El alumno del matador Mario Sevilla ganó expresión y afán de entrega, en una faena medida y sobria que abrochó con una ajustadas manoletinas ante un ejemplar distraído al que mató de una excelente estocada en la que se fue derechito tras de la espada.
Por su parte, Miguel Alejandro trató de estar centrado con el otro ejemplar complicado del festejo, corrido en cuarto lugar. El leonés intentó la faena por diversos medios, pero el novillo terminó imposible, rebañando por arriba con genio, y hasta le dio una fortísima voltereta de la que salió maltrecho.
Segunda de la temporada. Media plaza. 4 novillos de Autrique, bien presentados y de juego desigual. Destacó el 3o. por su nobleza. El 2o. fue premiado con arrastre lento. Pesos: 388, 402, 398 y 428 kilos. Salvador López (azul rey y oro): Oreja. Cristian Hernández (grosella y oro): Vuelta tras aviso. Jesús Garza (azul pastel y azabache): Silencio tras aviso. Miguel Alejandro (azul turquesa y oro): Palmas tras aviso. Saludaron en banderillas Alfredo Acosta y Gustavo Campos, que además bregó con arrojo y eficacia.