Y es que los toros de Boquilla del Carmen, ganadería triunfadora del año anterior, no estuvieron a la altura del compromiso, y su falta de transmisión echó por tierra la ilusión de los toreros y los profesionales que habían cifrado sus esperanzas en que embistiera.
Así es la Fiesta de caprichosa, y esta corrida tuvo tan mala suerte que el cuarto, también de Emilio de Justo, el más armonioso en hechuras y clavado en el tipo de la casa zacatecana, se partiera un pitón de salida y esto vino a trastocar el buen ánimo que había por ver de nueva cuenta a ese torero clásico y ceremonioso que venía elegantemente vestido de azul noche y oro, con una chaquetilla cuyos alamares tenía chorrillos largos, y calzado con unas zapatillas de refinado gusto, incluido el leve tacón que las elevaba.
Esa elegancia inicial de la corrida se prolongó en la señera media verónica con la que abrochó la serie, y minutos después con un aterciopelado quite por chicuelinas antes un toro bonito, por bajo y reunido, que no duró mucho pero sí que le regaló una veintena de embestidas en las que De Justo se gustó de lo lindo.
Toreando con temple y la figura relajada, trazó los mejores momentos de la tarde por ambos pitones, y un pinchazo previo a la certera estocada le arrebató la oreja que, en este caso, hubiese redimido tan buen toreo, con capote y muleta, hasta que el toro dijo "hasta aquí llegué" y dejó de colaborar.
La otra faena que estuvo a punto de darle la vuelta a tan desafortunados acontecimientos, fue la que realizó Alejandro al sexto, un toro noble que tampoco tuvo la duración necesaria para que aquello cogiera vuelo. Sin embargo, el hermano menor de los Adame se afanó en torear con su habitual pellizquito, las zapatillas atornilladas a la arena, y unos procedimientos muy toreros que hacen albergar esperanzas de que, si llega a cuajar, será un torero interesante de los que no salen todos los días. Ojo: deberá corregir esa forma de matar, pues al primero le recetó un infame golletazo y al segundo una estocada caída, que generó una marcada división de opiniones que vino a emborronar su encomiable labor.
Su primer toro era un ejemplar de pelo negro mulato, feo de tipo, que no dijo nada, como tampoco Alejandro, que se afanó en pasarlo de muleta con entereza y buena técnica pero sin tomar en cuenta que esto también es un espectáculo en el que los toreros deben procurar entusiasmar al público.
Por esa desgana transcurría la tarde cuando el cuarto, de nombre "Escritor", se partió el pintón en un burladero y en su lugar salió un “morito”, como decían antes, de bella lámina y nombre relevante –"Guantero" se llamaba– pero que el público no tomó en cuenta porque consideró que su trapío desmerecía, no obstante que estaba por la labor de alentar a Emilio a volverse a gustar, lo que ocurrió en contados pasajes, otra vez con el capote, y algunos detalles con la muleta, que dejaron la puerta abierta para verlo nuevamente.
Las dos faenas de Sergio Flores pasaron inadvertidas porque no anduvo tan fino en la colocación, sobre todo delante de su primer toro, que echaba las manos por delante y tendía a derrotar cuando no el tlaxcalteca no le templabas las inciertas embestidas. La del quinto tampoco llegó a subir de nivel, a pesar del denodado esfuerzo que Sergio hizo por robarle los pases en la corta distancia. En ambos casos, mató de pinchazos hondos en la yema, muy bien agarrados, de los que el primero sólo requirió un certero golpe de descabello.
De tal guisa que en medio de una y otra cosa, aquí quedó el toreo luminoso de capote de Emilio de Justo, que vino a equipararse, en calidad, pero con otra expresión, al que el otro día desplegó Juan Ortega, en el mismo aire de tersura y calidad del que hizo Luis David, tercia de ases de es primer tercio que, en sus manos, compensa cualquier desaliento, como el que se vivió hoy en el coso Monumental.