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El Paula o la verdad desnuda del toreo

Martes, 18 Nov 2025    ZAC, Zac.    Jaime Cortés | Especial   
"...Era arte sin discursos, política de la emoción directa..."
Rafael de Paula no fue sólo un torero, fue un gesto. Un concepto. Una verdad que se imponía sin necesidad de explicarse. Hoy, al despedirlo, el toreo siente un vacío que no se llena con estadísticas ni con temporadas completas, sino con la memoria viva de un arte que sólo ocurre cuando el alma encuentra su sitio.

De Paula representó la belleza más compleja: la que nace de la fragilidad, del riesgo y de la imperfección asumida con dignidad. Su toreo –lento, gitano, hondo– no buscaba convencer, buscaba revelar. Por eso su estética era irrepetible: no respondía a una escuela, sino a un estado del espíritu. Cuando toreaba a la verónica, el tiempo parecía obedecerle; cuando encontraba la medida exacta, alcanzaba esa pureza que no admite réplica. Era arte sin discursos, política de la emoción directa.

Se ha dicho que carecía de técnica. En realidad, su "carencia" era la premisa de su autenticidad: sin red, sin artificios, cada lance era un voto de confianza entre el hombre y el toro. Y ahí estaba su fuerza. Su toreo podía quebrarse, sí, pero cuando se alzaba, lo hacía en una altura que desactivaba cualquier análisis. Era verdad a corazón abierto.

Su influencia en Morante de la Puebla fue más que técnica: fue espiritual. Le enseñó a mirar el toreo desde otro lugar, más íntimo, más honesto. Aquella etapa, corta pero intensa, redefinió la estética contemporánea del toreo. Su gestión como apoderado tuvo sombras, pero su legado artístico –es que no caduca– sigue latiendo cada vez que Morante ralentiza el aire.

Rafael de Paula toreó poco, pero toreó de verdad. Y esa es su herencia más profunda: recordar que la grandeza no se mide por temporadas, sino por instantes que cambian la manera en que entendemos el arte.

Hoy el toreo llora su ausencia, pero abraza su lección. Porque De Paula no fue sólo un mito gitano ni un torero de culto: fue una forma de entender el mundo. De asumir que la belleza es una verdad que duele, pero que cuando aparece, permanece para siempre.


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