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Armillita en casa...

Sábado, 15 Nov 2025    CDMX    Antonio Casanueva | Foto: Archivo   
"...Captura ese modo de torear sobrio sin frialdad..."
El arte es un lenguaje que nos despierta y nos acompaña. Invita al diálogo y a la reflexión. Una tarde, al volver a casa tras una jornada agotadora, noté un movimiento inusual. Paloma, mi esposa, hojeaba con entusiasmo varios catálogos de pintura. Me explicó que había estado en Morton Subastas y quería conversar conmigo: discutir el presupuesto que podíamos destinar a arte y compartir los cuadros que más le habían llamado la atención.

Ruano Llopis pintó la Edad de Oro del toreo mexicano. Así que, si estábamos dispuestos a comprar una obra suya, tendría que ser de uno de los diestros más representativos de aquellos años: Armillita o Garza. Paloma se inclinó por el maestro de Saltillo, más por el grado de conservación de las pinturas que por una razón taurina.

Fermín Espinosa "Armillita Chico" encarna una forma de torear que trasciende la técnica: una fusión entre el clasicismo y la modernidad, entre dominio y serenidad, entre la verdad del riesgo y la belleza del gesto. Permítaseme sintetizar en tres rasgos su tauromaquia:

1. Inteligencia torera: Armillita imponía orden. Su lidia era una arquitectura moral: todo tenía proporción, medida, sentido.

2. Elegancia natural: no como adorno, sino como consecuencia de un oficio depurado, de una cabeza fría y un cuerpo dócil al ritmo del toro.

3. Temple como forma de ética: en él, el temple no es solo una técnica; es un modo de estar en el mundo. Un modo de comprender al toro, entender su embestida y conducirla sin violencia innecesaria.

Estas ideas dialogan con la pintura de Carlos Ruano Llopis, cuya estética consiste en capturar la esencia misma del toreo. No representa "poses", sino elecciones cargadas de intención. No se conforma con lo "bonito"; aspira a una verdad estética.

El cuadro que Paloma ganó en la subasta muestra al torero erguido y sereno, dueño absoluto del tiempo. El toro, entregado al trazo sin artificios, muestra fuerza, masa y movimiento. La luz rasgada, el fondo casi abstracto: una atmósfera que evoca el clima interior de la faena. La pincelada suelta sugiere velocidad y, al mismo tiempo, control.

La figura del diestro —que remite con claridad a la escuela de Armillita— aparece con esa mezcla de valor y estética depurada que definía al maestro. Ruano Llopis no intentó dibujar a Fermín Espinosa, sino captar el alma de lo armillista. El artista valenciano captura ese modo de torear sobrio sin frialdad, elegante sin afectación, firme sin estridencia y hondo sin alarde.

El cuadro muestra la conjunción de inteligencia, temple y clasicismo que transforma una suerte en una forma de ética encarnada.

Por eso la obra no es solo un retrato taurino: es una metáfora visual del estilo de Armillita, un destello detenido de esa serenidad en el vértigo que definió su legado y que Ruano Llopis supo reconocer y traducir en color y movimiento. 

El cuadro no es decorativo. Está pintado desde un juicio estético y una comprensión técnica del toreo: la fuerza del toro, el trazo de la muleta, la colocación del cuerpo y el instante del embroque. Ruano Llopis revela el alma del gesto.

Ruano Llopis fue maestro en pintar movimiento sin narrarlo. Las patas del toro están en torsión, atrapadas en el quiebre del impulso. El torero permanece firme, aunque flexible: justo lo que exige el temple. Los trazos gruesos y veloces del suelo remiten al tiempo real de la lidia: no hay preparación, hay ejecución.

Algo fascinante: Ruano Llopis no pinta el rostro. O mejor dicho, lo sugiere, lo deja en sombra deliberada.

¿Por qué?

Porque el protagonista no es el individuo, sino la esencia del torero. Armillita no está como celebridad, sino como arquetipo del toreo: verticalidad, compostura, dominio natural.

En esta sombra hay humildad: la obra honra el estilo, no la vanidad.

Es decir: la ética del toreo se traza como una línea que equilibra la fuerza del animal con la inteligencia del hombre. 

Todos los días veo a Armillita; para mis adentros le grito ¡óoole!, me sumerjo en la pintura, descubro nuevos matices.

Ruano Llopis pintaba para que la obra siguiera moviéndose después de ser pintada. Por lo que en las mañanas, mientras me preparo para las labores diarias, no solo contemplo el cuadro: la pintura me hace revivir el pase.


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