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Historias: Nervo y Tablada, taurinos

Miércoles, 04 Mar 2020    CDMX    Francisco Coello | Foto: Infograma LM   
"...se anuncian las primeras señales del modernismo en México..."
Encuentro tres poemas dedicados –cada quien en su momento–, al tema taurino en este país. El primer caso se ubica en la creativa obra de José Juan Tablada (1871-1945). Con él, se anuncian las primeras señales del modernismo en México, de ahí que se aventurara a escribir los difíciles hai kus o hasta adoptar literariamente la metáfora y sugerir el ultraísmo, del que luego los estridentistas mostraron sus mejores virtudes. 

En "Antoñica" estamos frente a un poema temprano de nuestro autor. escrito en 1890. Refleja la que luego será, en la escritura de Federico Gamboa, aquella SANTA sufrida, que las diversas versiones cinematográficas establecieron como un estereotipo de quien es conducida, por la pobreza, a los senderos de una vida falsa, ligera y fácil.

¡Antoñica, si hubieras sido
como yo te imaginaba!
Yo había puesto en tu alma
todo lo bello de mi alma
de colegial intacto
donde aún perduraban
bajo las arideces aritméticas
fulgores de Cuentos de Hadas.

Antoñica, rubia ramera
desde el parque frente a tu casa
te veía en el crepúsculo
palidecer y luego iluminarte
para el vivir nocturno...
En tus cabellos brillaban
las onzas de oro
de la "partida" de Tacubaya
y en tus ojos violeta un alcohol
de veloces y azules flámulas.
Hoy, ya muerta te identifico
con las princesas
de las miniaturas persas,
por sensual y por fina y rubia
con la Madona del Gran Duca.

De tus amantes nadie te amó como ese niño.
¡Ni el general, ni el banquero,
ni el banderillero
de Bernardo Gaviño!
Como aquel niño ya poeta
que divinizó tus pupilas
como estrellas lejanas,
suaves como violetas,
y en su deliquio, cuando tú pasabas,
extraño al sortileño de tu sexo cruel
temblaba sin saber por qué.
Y te veía alejarte, poniente en tus espaldas
las alas de su Ángel de la Guarda...

Por su parte, Amado Nervo (1870-1919), pasa por el romanticismo del que todavía existía un velo impuesto por Juan Díaz Covarrubias, Manuel Acuña, Manuel M. Flores o Juan de Dios Peza, para aposentarse en el modernismo más temprano. Fue embajador de México en Uruguay, donde le sorprende la muerte y luego, sus restos ya en México, se depositaron en la entonces "Rotonda de los hombres ilustres" del panteón de Dolores. El siguiente soneto de trece versos, se publicó en 1900:

EN EL COSO
(De Lápidas)

Pasean coruscantes las chaquetillas,
la luz sobre las ropas tiembla y resbala
y fingen grandes flores las banderillas
y llamas las bermejas capas de gala.
El sol arde en los gajos de las sombrillas,
el clarín su alarido de muerte exhala
y el diestro ante los charros y las mantillas.
En tanto, yo contemplo –toda nerviosa
cubierta con las manos la faz hermosa–,
a una blanca damita de rizos de oro,
abrir como abanico los leves dedos
para ver, tras aquella reja, sin miedos
como brota la noble sangre del toro.

Del mismo modo, la siguiente obra aparecida en 1900:

Guadalupe la Chinaca.

Por el puente viejo de Pula,
viejo y polvoso,
rebosante de amores
y ansias inmensas,
va la gentil ranchera
ebria de gozo,
como símbolo rustico
y glorioso de la patria,
que lleva en sus dos trenzas
en la fascinación de su reboso,
apasionada flor
que se destaca en los campos
como alegórica visión.

Es Guadalupe "La Chinaca",
que con su escolta de rancheros,
diez fornidos guerrilleros
y en su cuaco retozón
que la rienda mal aplaca,
de la fábrica de Aguirre
a los ranchos de Menchaca
Guadalupe la chinaca 
va a buscar a Pantaleón.

Pantaleón es su marido,
el gañán más atrevido 
con las bestias y en la lid.
Faz trigueña, ojos de moro
y unos músculos de toro
y unos ímpetus de Cid.

Cuando mozo fue vaquero,
y en el monte y el potrero 
la fatiga le templó.
para todos los reveses,
y es terror de los franceses 
y cien veces lo probó.

Con su silla plateada,
su chaqueta alamarada, 
su vistoso cachirul
y su lanza de cañotos,
cabalgando pencos brutos 
¡qué gentil se ve el gandul!

Guadalupe está orgullosa
de su prieto; ser su esposa 
le parece una ilusión,
y al mirar que en la pelea
Pantaleón no se pandea, 
grita: ¡viva Pantaleón!

Ella cura los heridos
con remedios aprendidos 
en el rancho en que nació,
y los venda en los combates
con los rojos paliacates 
que la pólvora impregnó.

En aquella madrugada 
todo halaga su mirada
finge pórfido el nopal
y los órganos parecen
candelabros que se mecen 
con la brisa matinal.

En los planos y en las peñas, 
el ganado entre las breñas,
rumia y trisca mugidor
azotándose los flancos, 
y en los húmedos barrancos
busca tunas el pastor.

A lo lejos, en lo alto, 
bajo un cielo de cobalto
que desgarra su capuz,
van tiñéndose las brumas, 
como un piélago de plumas
irisadas en la luz.

Y en las fértiles llanadas, 
entre milpas retostadas
de color, pringan el plan,
amapolas, maravillas, 
zempoalxóchitls amarillas
y azucenas de san Juan.

Guadalupe va de prisa 
de retorno de la misa,
que en las fiestas de guardar,
nunca faltan las rancheras,
como sus flores y sus ceras, 
a la iglesia del lugar;
con su gorra galoneaba, 
su camisa pespunteada,
su gran paño para el sol, 
su rebozo de bolita,
y una saya suavecita 
y unos bajos de charol;
con su faz encantadora, 
más hermosa que la aurora
que colora la extensión,
con sus labios de carmines,
 que parecen colorines,
y su cutis de piñón,
se dirige al campamento, 
donde reina el movimiento
y hay mitote y hay licor,
porque ayer fue bueno el día,
 pues cayó en la serranía
un convoy del invasor.

¡Que mañana tan hermosa! 
¡Cuánto verde, cuanta rosa 
y que linda la extensión!
rosa y verde se destaca, 
con su escolta, la chinaca,
que va a ver a Pantaleón.

Finalmente, unos versos publicados en El Eco Taurino. Año IV, México, D.F., 15 de enero de 1929, No. 117, y bajo el seudónimo de "Un académico de la lengua", nos permiten entender que la intención de su autor, fue exaltar virtudes literarias de otros tantos creadores como a continuación lo verán:

Corrida académica.

Las abejas gloriosas del Himero
se han echado al ruedo…

El ilustre Juan B. Delgado
ha cogido los trastos…

Los sesudos Arcades de Roma
por el "callejón" asoman

su noble y serena faz, pendientes
del "faenón" que se espera; solemnes,

en barreras de primera fila,
los académicos se alistan

a admirar al colega; (Rubén) Darío
(Carlos) González Peña, Artemio (de Valle-Arizpe), (Carlos Rincón Gallardo) San Francisco,

Don Ezequiel (A. Chávez), en fin, todos
se vuelven "todo ojos".

Tras el brindis a la Presidencia,
Alicandro despliega la muleta

ante el belfo espumante
del bravo de San Diego de los Padres

con un donaire "belmontino"
“caganchesco” o "fuentístico".

Un pase natural, uno de pecho
dos redondos por bajo, otro –soberbio–

afarolado, luego cuatro naturales
con la izquierda; uno, despampanante,

de pecho. (Aquí el espada
toma respiro; el toro también descansa).

Y sigue la faena: un estupendo
rodilla en tierra, luego

dos de la firma; cambiándose el engaño
a la derecha, dos pausados

molinete girando dentro de los propios
cuernos del animal; seis u ocho

de tirón, llevándolo a los medios,
y, por fin, uno inmenso

en redondo. Tras eso el toro cuadra,
y Epirótico se echa a la cara

el toledano alfanje,
recoge la muleta, y perfilándose

sobre el pitón izquierdo, da
el hombro –el izquierdo también– y se va

tras el estoque, hundiéndolo,
todo en la cruz, derecho,

saliendo por los costillares
con pausa y donaire,

mientras el toro se bambolea
y, patas arriba, cae en la arena…

Un clamor delirante,
una ovación unánime

premia la faena de Alicandro,
el insigne émulo de Cagancho,

y caen al ruedo sombreros,
bastones y puros; los pañuelos

piden flameantes, la oreja;
la Presidencia,

a cargo de Don Federico Gamboa,
accede, y la oreja y la cola

las recibe Don Juan, arrojándolas
al tendido, con gracia…

La ovación va en aumento:
Vueltas al ruedo salida a los medios,

el delirio. Todavía
cuando el otro espada, Luis G. Urbina,

alias "El Viejecito", da una serie
de lances a su toro, el ingente

vocería llena la plaza…
Y, por fin, cuando arrastran

al último las mulillas,
un grupo de "capitalistas"

–(Antonio) Caso, Cordero, (Carlos) Díaz Dufóo, Canales,
(Luis) González Obregón, Genaro Fernández

Alfonso Reyes, y cien más –se lanza
al ruedo, sobre sus hombros, rápidos, levanta

al triunfador y lo lleva
a la calle, en donde una inmensa

multitud lo ovaciona
continuando, así en triunfo, hasta la fonda…

OBRA DE CONSULTA:

José Francisco Coello Ugalde, "Tratado de la poesía mexicana en los toros. siglos XVI-XXI (1985 y hasta nuestros días. Es un trabajo en permanente actualización).

Otros escritos del autor, pueden encontrarse en: https://ahtm.wordpress.com/.


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