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Liber taurus: El sedoso capote de Morante

Viernes, 28 Mar 2014    Quito, Ecuador    Santiago Aguilar | Opinión   
La columna de este viernes

Hace pocos días cayó el telón de la Feria de Las Fallas de la ciudad de Valencia en la costa mediterránea de España,  ciclo de una docena de funciones que conjuntó a los más destacados toreros de la hora actual; el resultado artístico fue notable por el registro de una larga lista de faenas premiadas con treinta y tres orejas y reflejadas en la puerta grande que llegó a abrirse hasta en nueve ocasiones.


Más allá de labores redondas  apreciadas por los espectadores y el palco presidencial, en especial en el caso de un rotundo Julián López “El Juli” a la postre triunfador del serial; periodistas y aficionados entregan a Juan Serrano “Finito de Córdoba” y a José Antonio Morante de la Puebla, un privilegiado espacio en su memoria por la calidad del toreo expresado en la arena de la calle de Xátiva y, aún más, dentro de lo inolvidable e inclusive histórico se inscribe al toreo de capote del genial espada de la Puebla del Río.


Es que el manejo de la tela rosa por parte del andaluz fue de antología tanto en su primera comparecencia del día 15 de marzo como en la tarde del miércoles 19 en la que esculpió el toreo a la verónica para sacudir los cimientos del aparato taurino global.


Quienes tuvieron la fortuna de presenciar y referir el acontecimiento se han esforzado al máximo tratando de describir lo que para muchos resultó inenarrable. El escritor Paco Aguado a través de sus crónicas publicadas por la agencia de noticias EFE relata con precisión lo vivido en aquella tarde para el recuerdo en la que Morante hizo el paseo acompañado de Finito, El Juli y Manzanares: 


“…En el recuerdo del aficionado quedaron los destellos geniales, de clase y arte de dos toreros que buscan sobre todo llegar al alma del espectador.


Porque eso fue lo que sucedió principalmente con Morante de la Puebla, inédito salvo en un par de verónicas con su rebrincado primero, pero derrochando torería con el sexto, al que ya durmió literalmente en tres o cuatro lances por el lado derecho.


Siguió a la verónica el de la Puebla en un sabroso quite rematado con media belmontina, que replicó El Juli con otras verónicas lentas pero menos rebozadas, motivando la inmediata contrarréplica del sevillano con unas tafalleras inéditas en su repertorio pero plenas de gracia.


Unos estatuarios que con Rafael El Gallo se llamaban "del celeste imperio" abrieron una faena de Morante que, si no redonda, sí que estuvo plagada de instantes de gran solera, como estampas antiguas del toreo más clásico, tan lento el compás del torero como el menguante brío de un toro noble pero al que faltó gas para que la obra hubiera sido completa.


Que pinchara tres veces el de la Puebla fue lo de menos, porque ese regusto no se puede medir con orejas”


Le asiste la razón a Paco Aguado ya que el arte no puede ser materia de valoración objetiva o medición cuantitativa, en esta lógica el toreo de Morante mal puede incluirse en un sumario estadístico; José Antonio con su capote habla en un lenguaje superior, el de la intimidad y la conmoción, categorías aparentemente contrapuestas que, en este caso, están intrínsecamente ligadas. Intimidad pues el mensaje taurino del torero toca las fibras más hondas de quienes lo atestiguan “contaminándose” de su vivencia temporal y, conmociona, porque tras acusarlo y sentirlo el público exterioriza el sacudón con diversas manifestaciones de desgarrada emoción.


Volvamos con Paco Aguado permitiéndonos tomar unas líneas de su gran libro “Por qué Morante” publicado hace tres años en el que más allá de contar la vida del artista nos entrega un valioso tratado de tauromaquia en el que se confiesan los avatares profesionales y personales del inmenso lidiador.


En el capítulo quinto: Los nervios del capote, el periodista, desde el relato del torero, describe con generosa trasparencia los secretos para manejarlo, sobre  todo a la hora de torear a la verónica. 


"…Pero donde su capote más se gusta y se agiganta impresionante, donde realmente explota todo el sentimiento del autor, es en la verónica. A medio camino desde el delantal es la que ejecuta a pies juntos con la misma facilidad, con idéntico temple sutil pero más ambiciosa de trazo. Y, definitivamente, toda la intensidad de su toreo se vuelca en la verónica más pura, la más entregada, en la de compás abierto y pierna adelantada sin ostentación. Esa verónica en la que por ahora Morante es el rey, tan bella como ni la soñó su paisano Costillares que la inventó. Una verónica que evoca la trianera, apasionada y gitana, en la estela del Paula, pero también la elegante y honda de Antonio Ordóñez, de Curro Vásquez. Visceral pero, por no preñarla de arrebato, también diáfana de naturalidad.


Porque la verónica de Morante no se ciega en sí misma ni busca hundirse de más, sino que se sostiene limpia y a flote en el pulso que acuna la embestida en sus brazos. Ya en el cite, el capote busca los belfos del toro con la suavidad con que el cebo cae al agua del río y marca, sin torear aún, el ritmo del embroque. La pierna que se adelanta es el punto de apoyo que mueve el mundo; el otro talón, el que el va quedando atrás, se alza levemente, imantado de una cintura que se recrea guiando al torso. Más arriba, una mano lleva el compás, los dedos en la tela como en los trastes de una guitarra flamenca. La otra, la que mantiene la complicidad del trazo, se sujeta vientre abajo, haciendo que entre las ingles el otro extremo del capote abrigue la femoral, delgada línea roja entre la gloria y el dolor. En el rostro, que también torea, se dibuja el gesto del alma: los labios se prolongan para medir la temperatura del instante y el mentón se clava en el pecho henchido, para sujetar al corazón y para fijar el punto de mira en el vórtice volátil de la seda y el cuerno".


Dejamos el texto del connotado narrador para concluir que el toreo a la verónica de José Antonio Morante de la Puebla, valorado con fundamento como uno de los más importantes de la historia, resulta imperecedero como toda obra de arte que trasciende el tiempo por la implacable fuerza que le otorga su sobrecogedora capacidad para expresar sentimientos con una tela en sus manos.  


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