El 18 de septiembre de 1966, la Monumental de Monterrey vio a un torero levantar en triunfo, además de las orejas y el rabo, la pata de un astado. No por cierto el mismo de la gran faena que dicho diestro –un joven llamado Manuel Martínez Ancira– acababa de cuajar, porque "Calañés", de San Miguel de Mimiahuapam, regalado por él en séptimo lugar, había sido indultado.
Lo cierto es que debió ser una faena excepcional, y que la extremidad que el juez ordenó cortar habrá sido de las últimas patas otorgadas en plazas mexicanas, donde al parecer sólo volvió a cercenarse tan inusual apéndice allá por 1987, en el coso poblano de Teziutlán y en honor de Miguel Espinosa "Armillita".
Martínez Ancira –es decir, Manolo Martínez– había tomado la alternativa allí mismo, en su natal Monterrey, el 7 de noviembre anterior, y sus primeros pasos como matador tuvieron los altibajos naturales, con problemas sobre todo a la hora de entrar a matar. Pero ya el día de la alternativa de su paisano Eloy Cavazos (28-08-66), dio un importante toque de atención con otro toro de San Miguel de Mimiahuapam, "Emigrante", al que bordó con capa y muleta y desorejó por partida doble.
El prometedor novato estaba madurando rápidamente y las ilusiones despertadas desde sus comienzos se mantenían en pie, pues a nadie escapó que se trataba de un caso singular de intuición, empuje, clase y sello propio en apresurada búsqueda de su armonía y voz definitivas. Y pudiera decirse que aquel 18 de septiembre, por fin, Manolo se había encontrado a sí mismo, pues no fue la de "Calañés" una gran faena más sino la explosión jubilosa de un prodigio presentido y ansiado por el México taurino en pleno. Llegó justo cuando la afición anhelaba ya el advenimiento de un heredero digno de las grandes figuras de otros tiempos.
Monterrey de los toros… Y de los toreros
Porque la Sultana del Norte, todavía con el sabor provinciano de antes y su gente laboriosa de siempre, era un auténtico semillero de buenos toreros. En aquellos tardíos años 60, cualquier plaza del país hubieran podido llenarla, por ejemplo, los regiomontanos Raúl García, Manolo Martínez y Eloy Cavazos anunciados como terna. Y si a tal cartel se le añadiera el nombre del también neoleonés Humberto Moro, el de la izquierda de oro, mejor que mejor. Andaban además por ahí, cada cual a su estilo y dentro de su nicho categorial, Fernando de la Peña, Joel Téllez "El Silverio", Roberto Ortiz "El Fotógrafo"... y todavía el veterano Félix Briones, y poco después Vito Cavazos, hermano de Eloy. Más un extenso puñado de aspirantes dispuestos a asaltar la vanguardia de la novillería.
Monterrey, la ciudad del vidrio, el hierro y el acero, no excluía la continua producción de matadores y novilleros dispuestos a abrirse paso hacia las alturas del abundante escalafón torero con que México contaba.
La corrida
Aquella tarde septembrina partieron plaza tres norteños en la flor de la edad: los regiomontanos Joel Téllez "El Silverio" y Manolo Martínez y el chihuahuense Raúl Contreras "Finito". La corrida tlaxcalteca de don Luis Barroso Barona, pareja y fina, ofreció material adecuado al lucimiento de los espadas con excepción del lote de Finito. El Silverio, poco placeado, no consiguió acoplarse con el abreplaza pero al cuarto lo muleteó con arte y sabor hasta redondear atrayente faena. Fue Joel uno de tantos toreros cuyo buen corte y promisorias posibilidades desaprovechó un medio taurino históricamente miope e insolidario como el mexicano. Pero aquel domingo de septiembre salió de la plaza de su tierra con una oreja en la espuerta. No así Finito, que, empeñoso y valiente, tuvo que conformase con algún saludo desde el tercio.
En cuanto a Martínez, su actuación, que ya empezó bien arriba, iría de más a mucho más: vuelta al ruedo a la muerte de su primero, las dos orejas del sexto y, como cierre, esa lidia extra, la del indultado "Calañés", que resultó extraordinaria desde cualquier punto de vista.
Así lo refleja, desde el titular que la encabezó ("Triunfo apoteósico de Manolo Martínez, que se consagró como torero genial") la reseña del cronista local Pablote, corresponsal del semanario El Redondel:
"Hoy ha sido la consagración definitiva de un torero en potencia que con su arte inmenso, quintaesenciado, dejó el recuerdo imborrable de una de las faenas con más señorío, solera, clase y temple que hayamos visto en nuestra vida. Manolo Martínez se remontó a regiones artísticas insospechadas y dio a su toreo la pincelada de lo increíble en una fusión mágica de toro y torero (…) Manolo Martínez y el nobilísimo "Calañés", de Mimiahuapan, escribieron una página inolvidable, dejando en el ruedo de la Monumental Monterrey el recuerdo de un trasteo que vivirá para siempre y latirá con vibración infinita en el corazón de todos los que saboreamos tan enorme caudal de arte e inspiración. Hubo indulto para el noble animal y se le entregaron a Manolo, en forma simbólica, las orejas y el rabo además de la pata, y con ello vinieron las vueltas al ruedo y la salida en hombros ¡Torerazo!" (El Redondel. 25 de septiembre de 1966)
Unanimidad
El frenesí de entusiasmo que desborda la reseña de Pablote pudiera sonar exagerado. Sin embargo, un somero repaso a lo que la crítica capitalina externó sobre Manuel Martínez unos cuantos meses después, a raíz de su confirmación de alternativa en la México (12-02-67) y posteriores triunfos allí mismo, disipa cualquier duda acerca de las cualidades que poseía –y derrochaba a manos llenas– el imberbe torero regiomontano. Veamos:
Alfonso de Icaza "Ojo":
"Manolo Martínez toreó muy bien con el capote y mejor aún con la muleta, demostrando que, siendo tan joven, es ya un extraordinario torero". (El Redondel, 12 de febrero de 1967).
Juan de Marchena:
"Torero. Buen torero. Gran torero. Aunque preferiría decirlo simplemente, sin adjetivos. Torero, pero eso sí, con mayúsculas. Porque qué difícil es ser, así nada más, Torero, sin ayuda, sin necesidad de un adjetivo. Que lo torero lo llene todo, cuando en muchos casos un poco de torero, muy poco nada más, basta para inflar un nombre. Y a veces los nombres se inflan sin nada de torero. En cambio, repleto de esto está Manolo Martínez. Y de torero se llenó la plaza desde que abrió el capote hasta que entregó a las mulillas a su segundo toro (…) Hacía muchos años que no se sentía con tanta intensidad lo torero a un torero (...) Un caudal de torerismo fluyó del capote y de la muleta de este extraordinario regiomontano.” (ESTO, 13 de febrero de 1967).
Don Luis:
"No les extrañe a ustedes si el próximo premio nacional de arte no se lo dan a un poeta, como Jaime Torres Bodet o Carlos Pellicer, ni a un pintor como Siqueiros, ni a un músico como Chávez sino a Manolo Martínez, que ha pulsado en esta tarde memorable de la confirmación de su doctorado una lira de oro". (El Universal, ídem).
Carlos León:
Después de que Mondeño le confirmó la alternativa que le había otorgado Lorenzo Garza, salió Manolo a demostrar que en él hay otro muletero que puede continuar la gloriosa historia del Califa de Monterrey". (Novedades, ídem)
José Alameda:
Sobre la arena quedaron huellas de momentos luminosos. De teoremas de arte, de sumas y hasta de multiplicaciones de aplausos, como en el pizarrón en el que han escrito sus lecciones catedráticos sobresalientes. Pero llegó Manolo Martínez y pasó la esponja para escribir con capitulares su nombre (…) ¡Paso a una nueva gran figura del toreo mexicano! ¡Ahí está Manolo Martínez, para quien quiera algo de él! (El Heraldo de México. 19 de febrero de 1967),
Paco Hidalgo: "¡Qué privilegiada clase y duende atesora este torero! (…) A Manolo Martínez se le puede decir (parafraseando la anécdota de Belmonte con Valle Inclán): A ti lo único que te falta para consolidar aún más tu valer ante el aficionado y la conciencia popular es que se meta contigo cierto cronista…" (El Redondel, 16 de abril de 1967)
Eduardo Coló Medina "Colorín":
"Desde que hizo su aparición, en la placita de La Aurora, hasta su consagración en la Plaza México, nos ha demostrado: I. Una intuición asombrosa, porque asimila en cada corrida lo que otros toreros no llegan a asimilar en toda su carrera; II. Personalidad suficiente para convertirse en un auténtico imán de taquilla. III. El raro don de aunar una cabeza torera privilegiada con valor sereno y calidad artística de clase superlativa". (El Redondel, ídem),
Lo que pudo ser y lo que fue
Hoy, los sobrevivientes de aquel momento estelar no podemos evitar cierta desilusión por el curso que tomó la posterior trayectoria del gran torero de Monterrey. Inevitablemente, revivir el deslumbramiento causado por el Manolo Martínez de sus primeros años conlleva cierto gusto agridulce. Pero la vida está hecha de paradojas, y si uno consigue sumergirse, aunque sea por un instante, en las zonas felices de la memoria, el tiempo dedicado a ello puede darse por bien empleado.
Lo cierto es que el Manolo Martínez que España nos devolvió a fines de 1969 –ya sin Pepe Luis Méndez, su mentor original, fallecido en trágico accidente– se parecía muy poco al de sus primeros años. Y menos aún lo fue el ensoberbecido figurón apoderado más tarde por el ganadero de origen libanés José Chafik, responsables ambos de promover activamente el monoencaste –de la exclusividad de la sangre Llaguno al utrero "achaficado" cuyo lamentable producto final no es otro que el actual post toro de lidia mexicano.
Por algo, Juan Antonio de Labra encabezó su reportaje analítico sobre la evolución profesional del torero de Monterrey con un título que lo dice todo:
"Manolo Martínez. La herencia del caos" (Campo Bravo, revista trimestral, núm. 25, enero-marzo 2000).