Durante septiembre, con espíritu festivo y a veces superficial, los mexicanos sacamos banderas, nos ponemos sombreros de charro, tomamos tequila, pozole y damos gritos. Al mismo tiempo, se manosea el pasado y, desde el discurso oficial, se vitupera a Hernán Cortés (la presidenta incluso ha calificado la llegada de los castellanos como "invasión").
Ese contraste entre celebración y manipulación de la historia me lleva a reflexionar sobre lo que somos y sobre lo que la tauromaquia ha significado en el imaginario patrio. Sobre todo, porque estamos en un año de efemérides —1925-2025—, el toreo mexicano no solo recuerda sus grandes momentos del siglo XX (la consagración de Chicuelo y la despedida de Gaona), sino que se prepara para un 2026 aún más significativo: el quinto centenario de la primera corrida en México.
Desde los primeros tiempos, los frailes comprendieron el poder simbólico de las corridas de toros. Las incorporaron en fiestas patronales y celebraciones religiosas, como una forma de atraer a los pueblos originarios y transmitir, mediante el rito, la idea del sacrificio y la victoria espiritual. El toro, en ese contexto, se volvió figura pedagógica y vehículo de evangelización.
Pero muy pronto la tauromaquia dejó de ser solo una herramienta misionera y fue apropiada por la sociedad novohispana como parte de su vida cotidiana. En las plazas públicas, junto a procesiones y festejos cívicos, el toreo se mezcló con danzas, música y juegos populares. Así comenzó a convertirse en un lenguaje compartido, donde lo hispánico, lo indígena y lo criollo empezaban a reconocerse mutuamente.
Y fue en esa mezcla, más profunda que impuesta, donde los toros echaron raíces como parte esencial de la identidad mexicana.
El 2025 se perfila como un año bisagra: no sólo conmemoramos los cien años de la despedida de Gaona y del nacimiento del toreo moderno con Chicuelo, sino que, al hacerlo, comenzamos también a mirar hacia una efemérides aún más honda: el medio milenio de la primera corrida en tierra mexicana. Los centenarios no son repeticiones del pasado, sino espejos que nos obligan a mirar el presente con ojos distintos. Conmemorar es también asumir responsabilidades: defender la tauromaquia ante los desafíos legislativos, renovar su lenguaje para conectar con nuevas generaciones y volver a preguntarnos por su sentido en un país que se redefine culturalmente. Como bien entendía Octavio Paz, toda tradición viva interpela al presente, y este 2025 nos exige estar a la altura de esa crítica: no basta con resistir, hay que reimaginar. Porque, si algo han enseñado estos cien años, es que la fiesta vive cuando logra entrelazar memoria, identidad y porvenir.
Septiembre no es solo el mes del Grito, sino también una estación de la memoria y la sangre. Es una oportunidad de rememorar una idea profunda de lo mexicano: valor, rito, pertenencia. La liturgia de una corrida de toros —con su orden, su drama y su música— no es ajena al carácter nacional, sino uno de sus espejos. Cada paseíllo en este mes patrio parece dialogar con la historia, como si el toreo fuese también una forma de recordatorio, una patria en movimiento que conjuga solemnidad y fiesta. Porque México no solo se celebra con banderas, sino también con gestos ancestrales que se repiten en la arena.
Así como en 1925 se transformó el arte taurino, en 2026 tendremos que decidir si la tauromaquia se limita a resistir o se atreve a reinventarse. Celebrar quinientos años de la primera corrida de toros en México es mucho más que mirar al pasado: es repensar el presente y relanzar el futuro. Que los toros recuperen, con todo su arte, su temple, su dignidad y su rito, un lugar en el discurso simbólico de la nación. No por costumbre, sino por convicción. No como pieza de museo, sino como expresión viva de una identidad compleja, mestiza y diversa.
Lo que está en juego no es solo la memoria de la fiesta, sino su capacidad de seguir diciendo, quinientos años después, algo auténtico sobre México. Si el toreo ha sido un espejo de nuestra identidad mestiza, el 2026 nos pide que ese espejo no se empañe de nostalgia, sino que vuelva a reflejar futuro.