Para ser torero se necesitan muchas cosas, y quizá una de ellas, además del valor natural, es la claridad de ideas que permite pensar delante de la cara del toro. La inteligencia es una pieza fundamental en el desarrollo de la lidia, sobre todo cuando es preciso resolver un problema determinado.
Esa estructura mental que antepone el pensamiento al arrebato, es la que ayuda a asimilar la técnica, una palabra fría, de sonido metálico, que supone la capacidad de un torero para ejercer su oficio.
El novillero Juan Solanilla se mueve con serenidad no sólo en la calle, sino también en la arena. Con una discreta mueca deja entrever que le gusta escuchar. Y la observación de todo cuando acontece a su alrededor se transforma en valiosa información cuando está frente al novillo.
La seguridad con la que se desenvolvió a lo largo de su actuación fue convincente, porque al final de la tarde aprovechó a cabalidad la bravura del tercero, al que toreó con regusto y temple, y le plantó cara al complicado quinto, con decidida actitud.
Siempre he pensado que triunfar toreando bien es una fórmula perfecta que lleva a un torero a convertirse en figura. Y aunque el colombiano se dejó escapar un triunfo legítimo, tras cuajar una gran faena, lo importante es que su toreo trascendió y dejó huella.
Desde luego que es preciso recalcar las excelentes condiciones del novillo “Luchador”, cuyas hechuras no podían fallar porque era el más bonito del encierro de Marrón.
Pero casi siempre resulta fácil quedarse por debajo de tanta calidad, y Solanilla entendió que era menester dar confianza al novillo para que sacara todo ese fondo de clase que tenía. Así le dio naturales largos, templados, reponiéndose en un palmo y dejándole media muleta muerta en la arena, en series que abrochó con amorantados pases de pecho que cautivaron al público.
La solidez de este trasteo se vio empañado con un deficiente manejo de la espada, y lo que pudo ser un triunfo de dos orejas quedó en una aclamada vuelta al ruedo bajo la mirada de su paisano, el matador colombiano Germán Urueña, a quien brindó la muerte de "Luchador", responsable, en buena medida, de sus avances técnicos.
La faena al quinto, un ejemplar serio y violento, fue un complemento a lo que había ocurrido, pues Juan se vio obligado a sacar la casta y enseñar otra faceta de su tauromaquia: la entrega. Tragó una y otra vez los arreones del utrero al que robó pases con el corazón en la mano –y el público metido en el bolsillo– después de mostrar una encomiable actitud. Pero una vez más falló con el acero y se esfumó la posibilidad de cosechar un apéndice.
Luis Conrado dio la impresión de estar ausente, ya que a diferencia del año anterior, ahora dejó en casa su característica chispa. Preocupado más por la forma que por el fondo, pasó de puntillas en una tarde de compromiso, donde quizá su acostumbrado dinamismo le hubiese granjeado más dividendos.
A su favor hay que decir que estuvo valiente delante de un lote sin relieve, y hasta sufrió una aparatosa voltereta. Por momentos toreó con temple a su primer novillo, y se mostró dispuesto con el cuarto, pero carente proyección al tendido dada la sosería del ejemplar. Para colmo de males anduvo errático con el acero y al final pasó inadvertido.
Abrió plaza el joven rejoneador Julián Viveros, que enfrentó al novillo ideal dada su lógica inexperiencia: noble y con temple en sus embestidas. El caballista de Atitalaquia enseñó buenas maneras, toreó con temple y clavó con soltura, pero no estuvo fino con el rejón de muerte y dio paso al sobresaliente, Jorge Rizo, que tampoco anda bien con el acero.
En este ejemplar intervinieron los Forcados Mexicanos, que consiguieron una buena pega al segundo intento, cuando el forcado de cara, Tonatiuh Lailson, realizó una reunión más eficaz que hicieron efectiva las ayudas, que se colocaron en un terreno más corto.
Primera novillada de la temporada. Lleno. 5 Novillos de Marrón, bien presentados y de juego desigual, de los que destacó el de rejones por su nobleza y el 3o. por su bravura y calidad, premiado con la vuelta al ruedo. Pesos: 436, 420, 442, 448 y 430 kilos. El rejoneador Julián Viveros: Ovación tras dos avisos. Luis Conrado (verde y oro): Silencio y silencio tras aviso. Juan Solanilla (barquillo y oro): Vuelta tras petición y ovación. El forcado Tonatiuh Lailson dio una vuelta al ruedo y su compañero Diego Luceiro sufrió la fractura de los cartílagos de las costillas del lado derecho. En banderillas sobresalió Gustavo Campos, que saludó.