Ruedo: Mira quién torea
Miércoles, 04 Jun 2014
México, D.F.
Heriberto Murrieta | Opinión
La columna de este miércoles en Récord
Dicen que el cólico nefrítico trae consigo el dolor más intenso que un hombre puede experimentar. Dije hombre, pues aseguran ellas que los dolores de parto no tienen comparación. Miguel Abellán lo padeció y fue operado recientemente. Le quitaron una piedra del riñón, sin sospechar el torero madrileño que se le iban a presentar otras piedras de considerable tamaño en su camino.
El viernes pasado fue herido por su primero de la ganadería de El Montecillo en la plaza de Las Ventas de Madrid. También de blanco y plata iba vestido cuando fue alcanzado en 2011 por un toro en la misma plaza de la calle de Alcalá.
Para su mala fortuna, el monumental ejemplar le dio un pitonazo a la altura del riñón recién operado. Molido, Abellán se fue a la enfermería. Pero sin otro cálculo que el de alcanzar el triunfo a costa de lo que fuera, regresó al ruedo para lidiar al segundo de su lote. A su salida de la enfermería se encontró con Paco Ureña, que iballegando con un cate en el muslo izquierdo. Parecía una carrera de relevos.
Si quedaba algún mínimo toque de frivolidad en torno a su figura torera después de ganar el concurso "Mira quién baila" ante miles de televidentes de toda España, Abellán sacó fuerzas de flaqueza y volvió al inmenso ruedo.
El diestro del barrio madrileño de Usera estaba "ausente". Parecía un ser inanimado. Exhausto, cerró los ojos durante varios segundos antes de la aparición del imponente animal.
Macilento y débil, desorientado, la mirada perdida, con el mínimo de aire en el tanque de reserva, así le salió al toro en un gesto impresionante de carácter. Estaba ido, pero su fuerza interna le permitió dar pases de gran mérito y llegar con la mano al pelo en la estocada. Una oreja conquistada a sangre y fuego, un premio a la raza torera.
Tenía razón Saramago cuando decía que los toreros son los últimos héroes antiguos que nos quedan.
Nuevo libro
Salió a la luz pública el libro "Relatos de una dinastía" de Eduardo Solís Díaz, quien platica la trayectoria de los Silveti en la República Mexicana. Es, en palabras del autor, "la historia de una familia que ha estado llena de triunfos y tragedias a lo largo de 130 años".
El apellido Silveti se escribía originalmente con "C" y con doble "t". Juan Bautista Silveti Gascué, el padre de Juan Silveti Mañón, lo cambió por la "S" inicial y luego el famoso Meco lo empezó a escribir con una sola "t".
Solís Díaz platica datos relevantes sobre El Tigre de Guanajuato, Juan Silveti Reynoso, David Silveti, Alejandro Silveti y Diego Silveti, así como otros miembros de la familia que se dedicaron a otras actividades.
El primer Silveti, navarro de origen siciliano, llegó a México a trabajar como minero en el estado de Guanajuato a fines del siglo XIX. Perdió la vista y la memoria tras una reyerta con unos asaltantes, en el primero de muchos sobresaltos que vendrían más adelante para la dinastía.
Se lee de un tirón esta interesante publicación de 85 páginas.
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