Desde el barrio: Vicios privados, penitencias públicas
Martes, 01 Abr 2014
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
Últimamente, al menos en España, se ven muchas corridas en las que hay más orejas que olés. Acaba el festejo y el llamativo balance telegráfico refleja el corte de abundantes trofeos, sin que, paradójicamente, el público se haya removido de sus asientos durante las dos horas largas de su desarrollo, sin que haya brotado un olé espontáneo de sus gargantas.
Este extraño fenómeno, cada vez más extendido y que se debe a muy variadas causas, provoca a su vez muy incómodas contradicciones para quien tiene luego que contar que en una tarde de seis orejas y dos salidas a hombros, como la del pasado domingo en Castellón, no se ha visto pegar un solo muletazo por derecho.
Y no porque las orejas se hayan ganado por la vía de la épica, ante toros de dureza decimonónica que exigieran una lidia sobre las piernas, ya que esta vez salieron al ruedo de la Plana seis dóciles e insulsos ejemplares de García Jiménez que no pusieron en apuro alguno a la terna orejeada.
La cuestión es que, ante tal material y entre tercios de banderillas, saludos bullidores con el capote o gestos vacíos para la galería, el toreo fundamental brilló por defecto. Es decir, que los trasteos de muleta, la parte mollar de cada lidia, no fueron sino una monótona sucesión de pases acumulados en un afán destajista, cuando no ventajista, que no provocó –y no hay en esta afirmación ni un mínimo grado de exageración- ni un solo olé sentido –ni siquiera ese arrastrado "bieeeeen" que los ha sustituido–entre quienes lo contemplaban.
Sucedió que el público de domingo que sólo llenó media plaza para ver el cartel populista –no digamos ya mediático– presenciaba la corrida con una actitud pasiva y silenciosa, muy distante de un ruedo en el que había pocos detalles para la emoción, lidiadora o estética. Pero, una vez caídos los toros al primer envite con las espadas, se desataba en unas peticiones de oreja tan desaforadas como incoherentes con sus reacciones anteriores.
Podríamos hablar de generosidad popular, de público festivo o de ansia de justificar con orejas a la salida del festejo el precio de la entrada, y en esos argumentos encontraríamos la base de tanta paradoja taurina de los públicos actuales.
Pero acertaríamos más si habláramos de una ausencia cada vez más preocupante de sensibilidad taurina entre la gente, de una incapacidad cultural intrínseca a la propia sociedad de este momento para discernir –y no hablo sólo de conocimientos ni de cultura– entre lo bueno y lo menos bueno que sucede sobre el palenque de arena.
En realidad, no se trata de hacer hincapié en una sola corrida porque, desgraciadamente, casos como el del domingo en Castellón se repiten hasta la saciedad a lo largo de toda la temporada taurina. Y, lo que es más preocupante, también en plazas de máxima categoría, más allá de los ruedos menores.
Porque, si hemos de ser sinceros, lo cierto es que hemos llegado a un punto en que muchas de las corridas de cada campaña se han convertido en espectáculos intrascendentes, con una puesta en escena superficial y folklórica, muy alejada de la maravillosa simplicidad del rito, en las que las formas y las técnicas de torear no pasan de ser también un remedo o un sucedáneo de su verdadera esencia.
Sin entrega en el ruedo ni pasión en el tendido, y con pocos toreros fieles a los conceptos más exigentes, los públicos de hoy se espabilan de tarde en tarde con faenas de movimiento continuo, como las de esas especies de norias en las que el buen toreo queda anulado por el falso dominio y la bravura se sustituye por la movilidad sin entrega. Sin matices, sin pureza, sin honestidad. Porque si en los sesenta se decía en broma que El Viti era tan serio que citaba a los toros en el juzgado, ahora hay toreros tan "autoritarios" que en cada muletazo dictan una orden de alejamiento de la embestida…
Salvo en muy contados casos, es en esas formas desvirtuadas en las que se basan muchas tardes "triunfales" e "históricas" de nuestro tiempo. Tardes de muchas orejas en la estadística y en las que la prensa complaciente se limita a seguir la corriente y a no poner un solo reparo a tanta insustancialidad.
Se trata, dicen para justificarse, de ser constructivos para ayudar a la Fiesta en estos momentos tan delicados y de "respetar" todos los estilos, por aberrantes que sean. Pero, subiéndose a este carro del triunfalismo barato, más que con la Fiesta son constructivos con los auténticos responsables de su mal estado.
No ayudan así al toreo ni a los buenos toreros que no entran en este mezquino juego de intereses. Ayudan, en realidad, a quienes siguen lucrándose a costa de este toreo decadente que de seguir su proyección acabará por despojar a las corridas de toros de su mejor arma de futuro, la que las hace trascendentes: la emoción de lo auténtico, la que, más allá de las orejas, provoca los olés que surgen de las entrañas de quien nunca debe salir indiferente de una plaza de toros.
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