El cierre de la Feria de Aguascalientes estuvo marcada por un resultado numérico que no corresponde al nivel de toreo desplegado por los tres espadas del cartel, cada uno con su estilo y determinación, y esa circunstancialidad, marcada por el desatino en la concesión de apéndices a destiempo, en unos toros porque se merecían y no se concedieron y, en otro, porque se concedieron de más. Así que el palco de la autoridad no supo calibrar el verdadero valor de cada cosa, tal y como sí lo había conseguido hacer el día anterior.

Pero a veces esta plaza, con tantos aficionados procedentes de distintas latitudes, no es fácil de comprender o interpretar, por lo que es entendible que el veredicto final, en ese momento en que el alguacilillo vestido de charro entrega los trofeos, un sector del público, a veces más numeroso que en otras ocasiones, haga saber su decisión final que es la que cuenta en las vueltas al ruedo.

Y por eso hoy los toreros tuvieron que desprenderse rápidamente de los trofeos, lanzarlos al tendido a manos de niños ávidos de sentir la calidez de una oreja palpitante y festejar de lo lindo levantando el brazo, evocando así a sus ídolos.

La actitud de Roca Rey en su regreso a esta plaza, luego de haber cosechado un triunfo legítimo de cuatro orejas y un rabo la tarde anterior, se puso de manifiesto con dos faenas macizas y poderosas, todavía más la primera que la segunda, con el mérito añadido de haberse zumbado a un toro bravo, exigente, que tenía temperamento y bien pudo haber desarrollado genio si el peruano no le planta cara como lo hizo.

Esa faena de Andrés, poco valorada por el público en general, fue de profesionales; de aquellos que sí alcanzan a ver las condiciones de un toro y la dificultad de ponerse delante, como lo hizo en series de impecable acabado, toreando largo y por abajo, tratando de convencer al toro a seguir su poderosa muleta, lo que consiguió en distintos pasajes de una obra sólida con un toro con el que siempre tiró la moneda al aire.

Una estocada desprendida, ejecutada en rectitud, fue esa pequeña mácula que impidió que la autoridad le entregara una oreja bien ganada. En cambio, sí que se la dieron en el quinto, a manera de compensación, con una estocada caída, cuando realmente, lo suyo, hubiese sido entregar los premios al revés.

Ese primer yerro desencadenó otros más a lo largo de la tarde, lo que terminó de confundir a la mayoría de la gente, más aún a aquella que no sabe mucho de rigores, no entiende de méritos, sino de sentir y pensar que concediendo orejas representa que ha acudido a una corrida triunfal.

Diego Silveti hizo una primera faena concisa, recia, con entrega, a uno de los toros más potables del encierro de Villa Carmela, al que le dio tiempos y pausa para someterlo sobre las rayas del tercio en series bien concebidas, tanto en lo técnico como en lo estético. Sintiéndose torero, conectado con el público al preparar las suertes y al rematarlas, el hijo del Rey David, anduvo centrado en una labor estructurada y medida que agradó a la gente, que remató de una buena estocada al encuentro para ser premiado con una merecida oreja.

Al cuarto, un castaño cornivuelto, vareado de carnes, lo dejó huir de continuo en un trasteo deslavazado que no aportó emoción al tendido. Quizá lo suyo hubiese sido echar en primer lugar este toro, y haber dejado el que abrió plaza en cuarto lugar, y el resultado final de los acontecimientos lo hubiese favorecido. A lo largo de esta faena se escuchó la melodía "Caminos de Guanajuato", cuando no había lugar a que la música tocara, en otro desatino de la autoridad de permitir que la banda se arrancara a tocar y, por cierto, dicha música no agradó a un sector del público que la recriminó con una silbatina.

Luis David llegó esta mañana a Aguascalientes procedente de Madrid, pues la víspera había toreado en Almoguera, provincia de la Guadalajara española, y venía a redondear su triunfo del pasado 21 de abril, cuando se alzó con un importante triunfo de tres orejas. Volvió a ofrecer una imagen de frescura y variedad que habla bien de su mentalización y ganas de sacar la cabeza para posicionarse.

Artístico y creativo con el capote, el hermano de en medio de los Adame le llegó mucho a la gente en el sexto, pues no sólo lo toreó bien con el capote y le hizo un original quite combinado de zapopinas reconvertidas en faroles, una variante no vista, antes de banderillearlo. Después cogió los palos y le puso chispa a la corrida que ya avanzaba por el derrotero de la nostalgia, cuando la "Pelea de Gallos" se escuchaba por última vez.

La mancha vino con la espada, pues una estocada caída no merecía dos orejas y así se lo hizo saber el público al juez de plaza, cuando se las entregaron al torero, que no tuvo más remedio que regalarlas, por lo que, de nueva cuenta, el triunfo no tuvo el premio justo que hubiese puesto en su verdadero relieve el resultado de una corrida alegre y con varios pasajes del toreo que cala en el público, el que debe estar por encima de cualquier concesión errónea o a destiempo de trofeos.

Porque, al final, lo que verdaderamente cuenta en esto, no son las orejas, pero recibirlas con justicia y dejar de recibirlas por idéntica razón, les otorga un cariz distinto a los acontecimientos.