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Tauromaquia: Wolff hechiza a Tlaxcala

Lunes, 04 Nov 2019    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
"...la domesticada cultura global ha perdido contacto..."
El vecino estado está celebrando 500 años de lo que ha llamado Encuentro de dos culturas, y en dicha celebración se le otorgó especial prominencia a la fiesta de toros en dos de sus facetas clave: la feria anual de corridas por un lado, y por otro un coloquio internacional sobre cultura taurina, organizado éste último por el Instituto Tlaxcalteca de Desarrollo Taurino, que opera bajo la atinada dirección de Luis Mariano Andalco López.

El coloquio se cumplió en varias jornadas durante el pasado mes de septiembre, y para darle clausura y culminación se programó una conferencia magistral del filósofo francés Francis Wolff (Ivry-sur-Seine, 1950: profesor emérito de la Escuela Normal de Estudios Superiores de Francia y catedrático de la Universidad de París y varias más, de su país y del extranjero).

Dicha conferencia tuvo verificativo la noche del pasado jueves 31 en el Teatro Xicoténclatl de la capital tlaxcalteca, lleno a reventar de un público atento, que fue pasando de la expectación al entusiasmo y del entusiasmo a la euforia conforme el discurso del ilustre invitado tomaba forma y, como las grandes faenas, se redondeaba como obra de arte, coronada con un final semejante a una estocada en la cruz, ejecutada conforme los cánones más estrictos de la suerte suprema.

No es de extrañar que, en ese preciso instante, haya rodado a los pies del “matador”, simultánea a la larga y entregada ovación propia de las apoteosis toreras, una simbólica gorra, compendio del clímax extático que le deparó al ponente la salida por la puerta grande en loor de multitud.
Mucho más que mera conferencia. Wolff fue descifrando con precisión y sabiduría resonancias del alma tlaxcalteca escondidas en la sincrética unión de vida y muerte representada por dos manifestaciones tradicionales sin aparente relación entre sí: las corridas de toros y las ofrendas de convite a los difuntos. Unas y otras encierran, a su parecer, un mensaje común: la aceptación festiva del inevitable final de las cosas terrenas, que el mundo actual ha escindido de manera vergonzante, ocultando toda relación con la muerte como si no fuera el término natural y no menos entrañable de cualquier forma de vida.

Esta dualidad vida-muerte, tan característicamente mexicana, alcanza –a decir de Wolff– una particular consonancia en Tlaxcala, donde siguen suscitando ambas manifestaciones complementarias –la corrida, la ofrenda– un sentimiento colectivo gozosamente asumido, sin los melindres en que incurren las urbes contemporáneas, sugestionadas por sus avances tecnológicos y los usos, modas y costumbres globalizados.

La ceguera del urbanita

A diferencia de la tlaxcalteca, la domesticada cultura global ha perdido contacto con la naturaleza y, por lo tanto, con uno de sus ingredientes esenciales: el mundo animal. Por primera vez en la historia –sigo, de memoria y un tanto a tientas, el discurso de Wolff–, el espécimen humano ha decidido dar a sus mascotas estatus de hijos consentidos, procurándolos como tales a cambio de prácticamente nada: un meneo de cola, una bienvenida retozona, un par de maullidos que el amo traducirá como muestra de afecto. Curiosa, reduccionista manera de entender una relación de amor.

Equivale esto a ignorar que, a lo largo de la historia, los animales domésticos cumplieron siempre una función concreta y servicial: arar la tierra, llevar la carga, tirar de la carreta o el carruaje, servirnos como vehículo, proporcionarle a la humanidad leche, queso, carne, miel, pieles, sustancias medicinales, utensilios varios… No es que hayan dejado de hacerlo, pero la ceguera propia del urbanita ha reducido todo ese bagaje histórico a la compañía mascoteril –magro combate a su soledad–, cerrando los ojos a los métodos de explotación extensiva de cuantas especies cárnicas nos proporcionan alimento, desde bóvidos y aves de corral hasta peces y ganado caprino condenados al hacinamiento y la programada muerte industrial. Se trata de una evidencia flagrante de la hipocresía contemporánea, muy ligada a los valores del mundo anglosajón, tan obsesivamente imperialistas, integristas y simuladores, según ejemplifica sobradamente la historia.

Ecología y ética

Hablando de cinco siglos de cultura tlaxcalteca, se refirió asimismo nuestro filósofo –inspirador y alma del muy logrado y comentado largometraje "Un filósofo en la arena" –a que, siendo Tlaxcala el estado más pequeño de la república, es el que cuenta con mayor número de ganaderías de reses bravas, probable explicación del apego de sus habitantes a la vida rural, sin rupturas posmodernas con la naturaleza ni reducción de la ética animal a un único valor –la compasión– al que se acogen en su cerrazón conceptual los antitaurinos de todo el mundo. Elección no sólo apresurada sino huérfana, como todo reduccionismo, de verdadera interiorización y rigor de análisis.

Wolff rescata la usual objeción "empática" del antitaurino –el toro ha sido criado para la lidia, dicen ellos, "sin que nadie le pregunte si está de acuerdo en ser torturado (sic) y muerto en un ruedo"–, para interrogar a su vez a este compasivo abolicionista si, puesto en el lugar del toro, qué clase de vida preferiría: ¿la del buey, obligado a arar hasta la extenuación? ¿La de una res para el abasto, condenada a vivir en hacinamiento para ser oscuramente sacrificada por acción de una maquinaria? ¿O la del toro de lidia, amo y señor de un extenso hábitat durante los poco más de cuatro años de su crianza, procurador de ecosistemas ricos en agua, oxígeno y especies animales y vegetales que de otra manera estarían condenadas al exterminio, y obsequiado al fin con el privilegio de morir haciendo honor a su casta brava, en un combate librado bajo unas reglas que rigen el equilibrio de fuerzas propio de un espectáculo que siendo rito es también arte, y que eventualmente podría permitirle cobrar, a cambio de la suya, la vida de un hombre, o inclusive salvar la propia? Pregunta sin respuesta, pues no suelen los antis abrirse al diálogo ni moverse de su exclusiva salmodia compasiva. Tanto que es precisamente ese tancredismo intelectual lo que mejor los retrata y delata.

La más extraña de las artes

Ahora bien, al margen de las tendencias sociales del siglo XXI está el significado profundo del toreo. Su riqueza simbólica y axiológica –creatividad, entereza, valentía, bravura, lealtad, elegancia, dignidad, equilibrio, armonía…– y la eterna discusión sobre la esencia de un arte que se da en el tiempo, el espacio y el movimiento, arte efímero por naturaleza y, no obstante, arte sin paralelo ni parentesco con ninguna otra manifestación estética. Arte que contraría flagrantemente la reacción de huida del ser humano ante el peligro –transformándola en serena quietud– y que a partir de ahí trastoca la línea recta de la acometida del toro curvándola y lentificándola y obligándola a multiplicarse en pos de un lienzo –el "engaño", en lenguaje taurino– movido con esa precisión irreal que ha dado margen al "temple" y que, en momentos culminantes, nos hace saltar en el tendido, movidos por la fuerza supranatural de un sentimiento que no es posible experimentar ante ninguna otra circunstancia y que nos transporta al éxtasis, transformada la violencia inicial de la fiera en una especialísima forma de poesía por el torero-creador, capaz de sublimarla, humanizarla, mediante el mando, el acople y la inspiración, que conjugan dominio de la técnica con abandono a las fuerzas superiores del espíritu, hasta hacer de la faena una experiencia incopiable e irrepetible. Razones que justifican que hablemos con tanta pasión del toreo y de la personalidad, el sello propio de cada gran torero.

Grand finale

"Hoy –concluyó Francis Wolff la noche del jueves, en el Teatro Xicoténcatl– celebro con ustedes, tlaxcaltecas, 500 años de ese milagro sincrético que el culto al toro y el culto a los muertos. Hago votos porque, dentro de 500 años, vuelva a reunirnos la misma jubilosa celebración en algún improbable pero anhelado paraíso". 

Escribo de memoria, pero no creo traicionar el sentido de las palabras con las que el filósofo-poeta llegado desde Francia concluyó su memorable discurso. Y con el cual abrió tanta puerta grande: la del hermoso recinto y las del alma de cada uno de los presentes.

Presentación de "Ofensa y defensa"

La víspera, y dentro del mismo programa de clausura al Coloquio Cultural Taurino por los 500 años, dos magníficos diestros tlaxcaltecas, Uriel Moreno "El Zapata" y José Luis Angelino, en plena madurez profesional y humana, me habían acompañado a presentarle a la afición local el libro "Ofensa y defensa de la tauromaquia" en el acogedor auditorio de la Coordinación de Comunicación Social del Gobierno del Estado. Lo hicieron agregando a sus experiencias, saberes y puntos de vista profesionales –traspasados de conocimientos, frescura y sinceridad–, una agudeza crítica y una actitud amistosa y cordial que mucho les agradezco.

Como agradecí también en todo lo que vale la presencia de Francis Wolff, sus solidarias y talentosas intervenciones de esa noche, y el impagable privilegio de su diálogo erudito, generoso y cómplice en muchos momentos puntuales de dos inolvidables días de octubre.


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