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Los toreros de plata

Viernes, 17 Ago 2018    Morelia, Mich.    Quetzalcóatl Rodríguez | Foto: Archivo   
Gran importancia tiene el subalterno en la lidia
¿Qué sería de los novilleros y matadores si se les priva de su peón/subalterno de confianza? Ya lo advertía el crítico taurino Gregorio Corrochano en aquellos tiempos pretéritos, "La lidia empieza en el primer capotazo. ¿Qué digo lidia? La muerte empieza en el primer capotazo".

Tantos casos que sería imposible nombrarlos, sólo por citar alguno, Antonio Bienvenida no hacía cosa alguna sin el previo parecer de su peón Guillermo: él elegía en la dehesa, participaba en el sorteo y, desde que el toro saltaba al albero, entre los dos se iniciaba un diálogo permanente, "la otra mano de la verdad" del hijo del Papa Negro.

Pero echemos un vistazo al pasado para recordar lo siguiente: La tauromaquia aparece, como tal, cuando los gremios aún están vivos. Los gremios eran la estructura corporativa de las profesiones, y se caracterizaban por una doble nota: la enseñanza práctica o experimental, y su rígida estructura jerárquica. No se podría pensar empezar cualquier carrera por el grado de maestro.

Pues bien: el torero ingresaba en el gremio y allí iba en progreso de abajo a arriba. Una cuadrilla era un taller donde se aprendía de la experiencia del "maestro". En aquellos tiempos, el oficio de matador se mostraba como último peldaño de la escalera. En la introducción a la profesión taurina se ascendía a pocos: bajo la enseñanza y la vigilancia del maestro, quien a su vez seguía en aprendizaje.

Por consecuencia, el bisoño, aprendiz o subalterno se iba ilustrando y ensayando, a un tiempo, hasta poder optar, en su caso, a ser matador. Cualquier miembro de una cuadrilla, por tanto, merecía respeto por un doble motivo: por lo que ya era y hacía (que suponía un grave riesgo real, y una contribución importante a la tarea del matador); pero, además, por lo que en el futuro podía llegar a ser. Un subalterno era, entonces, una personalidad en potencia.

Pero el mundo cambia y, por ende, el toreo también (y esto nunca debe perderse de vista) cambia también la filosofía de la existencia. Para empezar, "el dogma ilustrado" de la igualdad se generalizó quizá indebidamente. No se predicaba que todos merecemos las mismas oportunidades en la vida, sino que se proscribió al maestro. Luego ya no hubo lugar para el aprendizaje: todos tenemos el mismo derecho a ser genios. Y, sin embargo, gran importancia tiene el subalterno en la lidia.

Decía el viejo dicho que: Los toros no sabían embestir, puesto que no han ensayado antes de saltar al ruedo, embisten, cierto es, pero esa acometividad hay que hay que advertirla y definirla durante la lidia  ¿Acaso fue Miguel Ángel aquel que mencionó: que una escultura es lo que queda después de quitar al bloque de piedra lo que le sobra? 
Pues, en el caso del toro bravo, una embestida adecuada es lo que resulta después de corregirle en el tiempo récord, los defectos que naturalmente le acompañan.

Se titula al torero "director de lidia", aunque difícilmente se podría ser director de las distintas suertes de la lidia, sin haberlas conocido por dentro. Los buenos directores de orquesta –en realidad, cualquier director de cualquier actividad– conocen (o debieran conocer) el empleo de los medios que utilizan, de los instrumentos musicales en el caso del director de orquesta.

A veces, toreaba el subalterno en la misma cuadrilla de algún familiar que alcanzaba el éxito,  basta con recordar el caso de los Ordóñez, de los Vázquez, de los Camino o los Armillita. Todo lo anterior se trajo a la mesa por reconocimiento a todos estos hombres que, a veces, (y más en estos tiempos) parecieran desapercibidos en las plazas de toros, sin embargo, tantas y tantas grandes faenas lo fueron y lo serán gracias a la maestría y sapiencia de "Los de Plata".

Bibliografía:

Corrochano, Gregorio. "¿Qué es torear?, introducción a la tauromaquia de Joselito", Imprenta Góngora, Madrid, 1953.


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