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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 16 Ago 2018    CDMX    Juan Antonio de Labra | Opinión   
...comunión entre lo religioso y lo pagano, que genera emociones...
La Corrida de Las Luces de Huamantla se ha convertido en un acontecimiento de gran relieve para la tauromaquia, no sólo por la originalidad de su concepto, sino a la mística que desprende su esencia: aquella que nos hace recordar el sincretismo de nuestra cultura, resultado de una amalgama de lo español y lo indígena.

Y es precisamente el breve espacio del redondel de la plaza "La Taurina" donde estos elementos se mostraron la noche del martes pasado de una manera natural, en esa intensa -e indivisible- comunión entre lo religioso y lo pagano, que genera emociones tan profundas como festivas que están cargadas de detalles simbólicos.

En ese ritual que enlaza a ambas manifestaciones humanísticas, el toro se erige como un tótem que simboliza la fuerza bruta de la naturaleza, en medio del gozo que se desprende de esa admiración colectiva de lo que este singular animal representa.

La corrida en honor de la Virgen de La Caridad tiene como eje central la celebración de una corrida donde el sacrificio de los toros son la mejor ofrenda en la que está implícita la entrega de los toreros, que a través de su toreo manifiestan un compromiso vocacional, ese que los lleva a enfrentarse a la muerte.

De esa convicción tan profunda la otra noche hizo gala Octavio García "El Payo", que se fundió con el toro "Arte", de Xajay, que embistió con clase y al que el personal torero queretano cuajó una faena de las que dejan huella por la hondura de su expresión.

La actuación de Joselito Adame tuvo la elegancia del maestro consumado; el torero de los llamados “largos” -aunque ya casi no coja las banderillas-, dominador de las suertes, de los terrenos, de la colocación en el redondel, conocedor del público, al que brindó los dos ejemplares de su lote, y cuya capacidad de resolución es proporcional a su conocimiento de la lidia.

En medio de esas dos manifestaciones distintas y complementarias de los dos toreros más importantes que tiene la fiesta mexicana hoy día, brilló la entrega del rejoneador Santiago Zendejas, de los Forcados de Mazatlán y de Angelino de Arriaga, valores que buscan, cada uno en su respectiva disciplina, seguir abriendo caminos.

Y al margen de que no hubo un triunfo rotundo, de esos que desembocan en una salida a hombros, ahí nos queda el olor del incienso esparcido durante le procesión de la Virgen, que minutos más tarde se transformó en el aroma a toreo que recubrió el sentimiento de El Payo, que fue el mejor exponente en una fecha tan señalada, la del centenario de un coso con historia.


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