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Desde el barrio: Como apestados

Martes, 27 Feb 2018    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
...lo peor del asunto es que todas esas estupideces torticeras...
Esta lunática opción de ser aficionado a los toros en pleno siglo XXI contempla como contrapartida la de tener que sufrir directamente ciertas y peligrosas lacras que, ya socialmente instaladas, se antojan mucho más graves que la sarta de insultos y ataques en las redes sociales a que venimos acostumbrándonos desde hace años. Sí, hay cuestiones aún más preocupantes y amenazadoras que empiezan a dejarse ver y que atentan contra nuestra propia dignidad como personas.

Porque, afortunadamente, parece que por fin se está llegando a ese necesario punto de sensatez en que la utilidad de estos canales de realidad virtual y desvirtuada está siendo puesta en cuestión hasta por sus propios creadores. Muchos se están arrepintiendo de ver cómo Twitter, Facebook, Instagram y demás inventos del diablo, además de ser  manipulados para intereses espurios, no hacen más que sacar a luz, desde el anonimato y la impunidad, la incultura general, la mala sangre, la estúpida vanidad y los peores sentimientos de cada casa.

Por eso, que un trastornado niñato, o niñata, que se proclama vegano, animalista, podemita o directamente gilipollas, te amenace de muerte o te desee lo peor solo por ser aficionado a los toros ha pasado a ser, de tan repetido, solo un simple motivo más para la gresca digital: otro de los miles de cubos de mierda que se arrojan a diario a ese apestoso reñidero de las res sociales en las que millones de abducidos se dedican a perder la mayor parte de su tiempo.

Los hay que incluso califican a ese descalzaperros cotidiano de las redes como "libertad de expresión", malversando así a coces el auténtico significado de un derecho que tanto costó recuperar en España y cuyo uso ahora se pervierte en aras de la mentira y del enfrentamiento, de la división, de la incomprensión y de la insolidaridad de una sociedad occidental que ha entrado en franca decadencia.

El hecho asumido es que lo que antes no pasaban de ser las voces de un borracho amargado en la barra de un bar o la obsesiva cantinela que repetía por las calles el tonto de cada pueblo, ahora se convierten en un dogma de fe a base de retuits de otros muchos tontos con teléfono de última generación, esos aparatos a través de los que el Gran Hermano controla cada uno de nuestros movimientos, gustos, deseos y frustraciones.

Pero lo peor del asunto es que todas esas estupideces torticeras y agresivas que repite sin cesar la manipulada borregada no se quedan en el redil electrónico sino que se extienden a la calle y a la vida diaria, donde acaban convirtiéndose en ley, en el lema y el mandamiento sectario, en el caldo de cultivo que justifica la que está definiéndose con toda claridad como una agresiva persecución a todos cuantos gustamos de la tauromaquia.

Cualquiera de ustedes sabe que no exagero, porque ya habrá tenido una experiencia similar o sabrá de alguna cercana, si aseguro que muchos alumnos de escuelas taurinas o incluso hijos de toreros tienen que soportar frecuentemente y en silencio los insultos y las agresiones de algunos compañeros de colegio o de instituto de enseñanza media que les desprecian y les gritan asesinos, sin que los profesores y tutores suelan ponerle remedio.

O los de esos otros alumnos de las Facultades de Veterinaria que, por declararse aficionados, se ven relegados y discriminados en unas aulas plagadas de "concienciados" aspirantes a capadores de gatos. De hecho, ahora que el Colegio de Veterinarios de Madrid ha decidido eliminar su premio al mejor toro de la Feria de San Isidro, instigado por sus miembros animalistas, sería bueno que se acercaran a ver qué está pasando con los estudiantes que quieren conocer el toro de lidia en la Universidad Complutense y que aspiran a ser uno de los cientos de facultativos que obtienen buenos ingresos anuales por su trabajo en los festejos taurinos.

Y aún hay más, porque a los fanáticos no les basta solo con insultarnos o marginarnos sino que pretenden también erradicar, exterminar, cualquier aspecto relacionado con los toros, aunque sea tan desinteresado, solidario y necesario como los beneficios que desde el toreo se destinan a causas sociales.

Sin ir más lejos, las asociaciones relacionadas con el cáncer infantil de Valencia ya se han adelantado a advertir que rechazarán los beneficios del festival que, para la lucha contra esa enfermedad se quiere organizar en Valencia como homenaje a Edu Hinojosa, el niño aficionado que falleció por ella.

E incluso están llegando a rechazar las donaciones de eventos "sin sangre", como la gala benéfica que se va a celebrar estos días en Arnedo para presentar el cartel de la corrida del 17 de marzo, en la que intervendrán el actor Juan Echanove y un pianista de La Rioja y cuyos ingresos se destinarán a Cáritas y a la asociación local de la lucha contra el cáncer.

En tanto que consideran que el acto servirá para el "fomento" de la tauromaquia, una asociación animalista de La Rioja no solo pide a los beneficiados que no acepten el donativo sino que, en su demencial fanatismo, se está dedicando a llamar a los participantes para pedirles que no acudan a un evento dedicado a necesitados y enfermos a los que seguro que, tan "concienciados activistas", ellos no dedicarán ni el mínimo de tiempo y de dinero que el que emplean en recuperar perros sarnosos de las calles.

Segregados, marginados, tratados como auténticos apestados, con miedo hasta de hablar o de reconocer nuestra afición –como está pasando con muchos famosos– y ya también perseguidos por esta especie de racismo, fundamentalismo o fascismo animalista. Así estamos empezando a vernos los taurinos en esta época de "buenismo" salvaje, en esta dictadura de la cambiante y estúpida corrección política que está dejando señales más que evidentes de que, sin una orgullosa, decidida y urgente reacción por nuestra parte, lo peor de la cacería aún está por llegar.


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