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Anecdotario de Giraldés: Una risa contagiosa

Viernes, 13 Ene 2017    Tijuana, B.C.    Valeriano Salceda "Giraldés" | Opinión   
"...Dígale usted al ganadero que esto no se le hace a un amigo..."
Desde hace algunos años, primero en España y después en todos los países taurinos, en las plazas de primera categoría se han estado lidiando toros bien presentados… ya no se escucha aquello tantas veces repetido, sobre la presentación, entre el toro de "antes" y el toro de nuestros días.

Por otra parte, hay algo desconocido: nadie ha sido capaz de aclarar a partir de cuándo se consideraba “antes”; es decir, en qué época, precisamente.

Hace años, seguramente, salían a los ruedos toros muy grandes, toros terciados, 
y también algunos verdaderamente chicos. En las plazas de primera categoría siempre se ha cuidado más la presentación del ganado.

Resulta lógico pensar que las figuras del toreo de "antes", como sucede en nuestros días, toreaban las corridas más cómodas y de mayor garantía, por lo menos en el papel.

El 6 de agosto de 1900, en la plaza vasca de Vitoria, Luis Mazzantini y Emilio Torres "Bombita", lidiaron una corrida de la ganadería de Aleas. Los toros eran muy grandes, sobre todo el tercero, que era enorme, descomunal… y lo peor no fue su tamaño, sino sus intenciones, que es lo que más preocupa a los toreros. Mazzantini pasó muchas fatigas con ese marrajo y de milagro pudo quitárselo de enfrente.

Cuando el toro dobló, el torero se fue para la zona de toriles. Ahí se encontraba el mayoral de la ganadería, que se llamaba Eusebio Palacios, al que le dijo en un tono molesto: "Dígale usted al ganadero que esto no se le hace a un amigo. Un toro como ése no se manda a ninguna plaza y menos cuando está anunciado un amigo".

El mayoral se estaba riendo con aquellas palabras de Mazzantini. Y el torero, muy sorprendido, le preguntó indignado: ¿Cómo puede usted reírse de lo que le estoy diciendo? Pero el mayoral no paraba de reírse, y la gente que estaba cerca también comenzó a reírse. Mazzantini estaba furioso y pensaba que se trataba de una broma de mal gusto por parte del mayoral y le increpó de nuevo: "¡Es usted un imbécil!". Pero Eusebio Palacios seguía riéndose. El pobre hombre era sordo y no se había enterado nada de lo que decía el torero.


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