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Miguel Ángel Perera, en la cumbre del toreo (fotos)

Sábado, 24 Ene 2009    Badajoz, España    Antonio Castañares     
Profundidad y largueza
Miguel Ángel Perera es el mejor exponente del momento que vive el toreo extremeño. A decir verdad, parece como si desde hace unos quince años a esta parte los distintos estamentos que en Extremadura tienen que ver con la Fiesta, casi sin proponérselo, se hayan puesto de acuerdo para ir en una misma dirección. El resultado ha sido un gran desarrollo ganadero y unos toreros muy importantes.

Miguel Ángel Perera está llamado a mandar en el toreo de los próximos años. Hoy ya es la referencia, y si hablamos de él como primum inter pares cuando pronto se iniciará la temporada de 2009, creemos que no estamos equivocados. Primero entre sus pares, entre los tres o cuatro toreros sobre los que recae el peso del toreo, pues son el eje de las principales ferias. Le acredita una trayectoria y  campaña inolvidable -la de 2008-, con el colofón de su encerrona final en Madrid, sangrienta pero también triunfal, y encomiable para quienes damos la razón al gran José Alameda respecto a que “el toreo no es graciosa huida sino apasionada entrega”.

Alumno de la Escuela Taurina de la Diputación de Badajoz, Miguel Ángel pronto destacó y ya de becerrista mostraba un maravilloso concepto del toreo, pues toreaba con mucha quietud, mano muy baja y trazo larguísimo.

Debutó con picadores en San Sebastián, el 23 de febrero de 2002, en el marco del Encuentro Mundial de Novilleros organizado por Tauromex, y de la mano de Raúl Galindo. Tuvo el torero una carrera como novillero muy medida y siempre a más, triunfal en las plazas importantes, culminando, unos días antes de la alternativa, con la salida a hombros de Las Ventas tras cortar tres orejas a un encierro de El Ventorrillo.

La carrera de Perera como matador de toros ya es conocida por los aficionados. Sin embargo, los extremeños hemos tenido la suerte de ver nacer a este gran torero y hemos seguido muy de cerca su evolución. Por ello para nosotros no ha sido ninguna sorpresa la grandiosa temporada de 2008 que ha cuajado. A decir verdad, salvo que un toro lo impidiera, sabíamos que iba a llegar la eclosión y la esperábamos en lo más profundo de nuestro corazón de aficionados.

¿Cuál han sido las etapas de esta evolución? Básicamente, y hasta el momento, son tres: una primera bastante larga de nacimiento al toreo y formación; una segunda en la que consigue dotar a sus faenas de argumento; y una tercera, en la que ya está inmerso, en la que ha llegado el regusto.

Desmenuzando una tauromaquia

Miguel Ángel nos maravilló cuando aún no había debutado con caballos. Decían que se miraba en José Tomás y uno no le encontraba tantos puntos en común con el gran torero de Galapagar. Sí la quietud, sí el pasarse muy cerca los toros, sí el tratar de evitar los toques. Pero poco más, pues además de tener un concepto distinto de las distancias, desde siempre el extremeño citaba con la muleta acusadamente adelantada.

Perera, desde el principio, precisamente mostró esa virtud que nadie como él ha sido capaz de llevar tan hasta sus últimos extremos: la extraordinaria longitud de sus muletazos. Miguel Ángel, de siempre ha enganchado a los toros muy por delante y los ha llevado muy largos con la mano muy baja. Y siempre ha buscado la ligazón, mirándose en los grandes toreros, en los que hacen del toque un recurso y nada más, una excepción y no una norma.

El toreo de Perera, entre otras virtudes, se sustenta también en el valor. Un valor sereno. Un día en Olivenza, le hizo una faena de infarto a un dificilísimo novillo de Píriz. Sin un toque, consintiéndolo, sin inmutarse ante las miradas de un animal de mucho genio, cuajó una faena antológica. Al poco tiempo tuve oportunidad de recordarle el novillo y preguntarle acerca de la ausencia de toques.

-Miguel Ángel, el novillo era para darle toques y tú no le diste ninguno -sugerí.
La contestación del torero explica muy bien su filosofía y la honradez de sus planteamientos:
-Tienes razón, pero si le hubiera dado toques la faena hubiera tenido mucha menos importancia.
Aquella respuesta me dejó pensativo.

Perera tomó la alternativa en Badajoz el 23 de junio de 2004 y llegó a ella formado en cuanto a su técnica, la cual se manifiesta, sobre todo, en dos aspectos: por una parte un sentido del temple excepcional, y por otro una gran sutileza en el remate del muletazo, lo que siempre le ha permitido ligar las tandas.

Sin embargo, aún en sus primeros tiempos de matador de toros, sus faenas, muy puras a retazos, podían estar faltas de argumento, de continuidad. Perera, si el toro se prestaba a ello, lo recibía con pases cambiados por la espalda. Después se ponía a torear en redondo con las premisas consustanciales a su toreo, lo que pronto se traducía en que podía mucho a los toros, que se le acababan pronto. Por ello llegaba el arrimón, ciertamente de gran sinceridad, muy natural y nada histriónico.

Una influencia positiva

Pero en la vida torera de Miguel Ángel Perera hay un personaje definitivo: Fernando Cepeda. Uno estuvo presente cuando se conocieron, pues fue en las gaditanas tierras de Tarifa, en la finca “Tapatana”, en la que pasta la ganadería de Carlos Núñez.

Fue en un tentadero celebrado el 22 de enero de 2006. A los pocos meses, en un rasgo de valentía pero también de sinceridad hacia sí mismo, el torero desechó el apoderamiento de una casa importante, la de los Choperitas, quienes compartían apoderamiento con José Cutiño, para iniciar la aventura de poner su carrera en manos de un apoderado independiente y además novato. Quería crecer como torero y se miraba en el espejo de su gran amigo Julián López “El Juli”.

Con el torero sevillano inicia Perera su segunda etapa en la temporada de 2007. Antes dejaba que desear con el capote cuando toreaba a la verónica. El diestro tenía muchas carencias técnicas en esta suerte fundamental del toreo de capa, la cual no sentía.

Cepeda ha sido definitivo en la evolución de Miguel Ángel. Poco le ha enseñado en cuanto al valor, que no se enseña, pues se tiene o no; no ha influido en su concepto del toreo, que Perera lo tenía desde novillero y lo conserva, maravilloso; también ha influido poco en cuanto a la técnica, que la del extremeño es depuradísima. Pero, junto a esa mejoría en cuanto al toreo de capote, le ha transmitido dos cosas definitivas: la necesidad de que las faenas se planteen y discurran en función del toro, para dotarlas de argumento, de ritmo, de musicalidad, y que el torero sienta lo que hace.

Perera ya no es aquel torero al que los toros no le duraban y acortaba pronto distancias, planteamiento éste que más que un recurso constituía un fin. En este torero, desde la temporada de 2007 y sobre todo la pasada, sus faenas tienen otra orientación. Algunas, cada vez menos, las inicia con los pases cambiados, pero otras, tras dejar a los toros muy enteros en el caballo, las inicia por ayudados, para seguir con muletazos cambiados por uno y otro pitón, andando al toro y a tono con sus condiciones, enseñándole a embestir y buscando que le dure en la muleta.

Después este artista da sitio a los toros y el eje de sus faenas son series por ambos pitones en redondo, con esa longitud paradigmática del muletazo. Son tandas de suave fluir, extraordinariamente intensas, pues a menudo se componen de seis, siete, e incluso más muletazos, sin desmerecer por una mano u otra, pues la izquierda de Perera es grandiosa. Una faena del torero el pasado septiembre en Valladolid fue de esta guisa; el torero daba más de diez metros al burel, que se le venía y le ligaba series de muchos muletazos, con la plaza en pie. Y ya al final, con el toro claramente a menos, se pegó ese arrimón, pero sólo al final.

La tercera etapa de este torero se le ha podido apreciar en la temporada pasada, la de la eclosión. Ha llegado porque ha conseguido la maestría y es la etapa final a la que sólo llegan los grandes toreros cuando son capaces de hacer un toreo engrandecido por el regusto, por el sentimiento y por la torería. De esta forma el toreo de Perera cobra un sentido estético, además de avanzar en la afirmación de la propia personalidad. Es por ello que su toreo ha cobrado vida, pues hace tiempo que dejó de ser mecánico para hacerse personalísimo.

Esta etapa definitiva del gran torero extremeño ha hecho posible un gran salto en la calidad. Sus faenas ahora tienen su más profundo porqué, pero además han ganado en redondez, en parsimonia, en belleza, conservando sus virtudes innatas, muy especialmente el temple, la hondura y, sobre todo, el extraordinario trazo de sus muletazos.

A Miguel Ángel Perera le viene al pelo la afirmación de Joselito El Gallo acerca de que una cosa es torear y otra, dar pases. El mando, que es la esencia del toreo, distingue a este diestro.

También con él se cumple la hermosa definición de Ortega y Gasset acerca del buen torear: “Torear bien es abarcar toda la embestida del toro y no desperdiciar nada de ella”. Creo que ningún diestro, hasta hoy, ha dado al muletazo la longitud que le ha dado Perera. Será un torero de época, pero sólo por esa largura ya pasará a la historia del toreo. Y el caso es que lo mejor de este gran torero está aún por llegar.
 
 


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