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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 19 Abr 2018    CDMX    Juan Antonio de Labra | Opinión     
...Ahí reside la magia del toreo, en crear esa belleza inaudita...
Entre "Feligrés", de La Venta del Refugio, y "Orgullito", de Garcigrande, caben veinte años de una sólida tauromaquia, la de Julián López "El Juli". Y si el indulto de aquel novillo en la Plaza México fue el gran alumbramiento de una figura en ciernes, el de este toro en Sevilla cierra el ciclo de una continua búsqueda expresiva que abarca toda una época.

Y así como ocurrió aquella tarde del 3 de agosto de 1997, a esta del 16 de abril de 2018, Julián volvió a sonreír con franqueza, sabedor de que su paso por la fiesta de los toros dejará una estela que ha marcado a varias generaciones de toreros que, como él cuando era un chiquillo, alguna vez tuvieron el sueño de llegar a la cumbre del toreo.

De unos años a la fecha se ha desmitificado el indulto en la Maestranza, lo cual habla muy bien de las autoridades que deben tomar este tipo de decisiones, a veces tan delicadas para que el triunfo no se desvirtúe y caiga en triunfalismo.

Y lo más interesante del caso es que los tres indultos de los últimos años en Sevilla, en los que se incluyen los de "Arrojado", de Núñez del Cuvillo, a manos de José María Manzanares, y "Cobradiezmos", de Victorino Martín, que enfrentó Manuel Escribano, hay matices de bravura dignos de recibir tan merecido premio.

De hecho, de las embestidas de esos tres toros surgieron otras tantas faenas de gran calado entre el público, cada una con su sello propio, siendo ésta última de Julián la que abrocha un concepto del toreo que raya la perfección de la tauromaquia de nuestros días, y que expone la belleza del toro de lidia y su conducta en su tesitura más alta y quizá la más difícil de conseguir: la de la clase.

¡Vaya forma de embestir de "Orgullito"! Porque la exigencia a la que lo sometió El Juli fue enorme, llevando media muleta muerta, arrastrada con temple, lentitud y suavidad sobre el albero sevillano, intentando que el toro se rompiera cada vez más, con esas embestidas profundas en las que pudo lucir todo su potencial de bravura. Además, tuvo una duración extraordinaria, más propia del toro bravo mexicano que del español.

Y El Juli, que ha estado siempre en constante introspección artística, también sacó ese extraño recelo acumulado a lo largo de los años para sublimarse en una faena redonda, con la repercusión de haberla cuajado en Sevilla, delante de las cámaras de televisión, a la que siguió una salida a hombros apoteósica por la Puerta del Príncipe, mientras caía el atardecer por detrás de Triana.

En este tramo de veinte metros que median hasta el Guadalquivir, en medio del gentío, se encerraba toda la emoción de un espectáculo hoy día amenazado e incomprendido, en una clara evocación de tantas y tantas tardes de triunfo, quizá similares en su forma pero muy distintas en su fondo.

Porque ver a un toro embestir como lo hizo "Orgullito", es la clara demostración de que los ganaderos del siglo XXI han conseguido una calidad tremenda que se han resumido en la cadencia, el ritmo y la calidad de un ejemplar para el recuerdo. Como la faena de El Juli. Ahí reside la magia del toreo, en crear esa belleza inaudita y transformarla en un arte vivo que impacta en los corazones de la gente. Para siempre.


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