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Desde el barrio: San Isidro, sin eufemismos

Martes, 13 Jun 2017    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
...del aforo de Las Ventas ha bajado este año de un 86 a un 83 por...
Una vez que este invierno José Tomás le dio el no, el inquieto Simón Casas hizo la Feria de San Isidro que se podía y con lo que se podía. Ni más ni menos. Y por muchas expectativas y grandes ilusiones que él mismo creara, la cruda realidad ha acabado por imponerse y por mostrar, más allá de los eufemismos, sus preocupantes y distintas caras durante todo el largo mes de toros madrileño.

Por eso sólo cabe reconocer que la feria del santo labrador ha arrojado tan discretos y planos resultados como ha sido norma de los últimos lustros, sin que haya que achacarle todas las culpas a la nueva empresa, que también lleva su parte al no reaccionar correctamente ante las evidencias, sino más bien a la propia y preocupante situación por la que atraviesa el espectáculo taurino en estos momentos.

El hecho de que, como en Sevilla, hayan salido al amplio ruedo venteño tantos toros con claras posibilidades de triunfo –la lista, a vuela pluma, sobrepasa la cifra de cuarenta– y que se hayan aprovechado tan pocos habla sin ambages del bajo nivel medio por el que atraviesa, desde arriba hasta abajo, el actual escalafón de matadores de toros.

De las dieciocho orejas que han cortado los diestros de alternativa, una gran parte hay que achacarla al errático criterio de los palcos, que lo mismo, aunque en menor medida, han negado trofeos incontestables –léase la segunda oreja de Juan del Álamo con su primer toro– que han concedido otros muchos sin apenas argumentos, cuando no absolutamente inexplicables.

De tal manera que la más que generosa salida a hombros de Enrique Ponce y las muy merecidas de Ginés Marín y Del Álamo no han sido suficientes como para ocultar la extendida grisura de la oferta torera del momento, de la que apenas se salvan escasas y honrosas excepciones, más entre los aspirantes y algunos veteranos, como el renovado Antonio Ferrera, que entre las figuras acomodadas que siguen anunciándose testimonialmente y los toreros de la parte media.

Contando con las once que cortaron y pasearon tan alegremente los rejoneadores –en un ranking de derroche para nada equiparable con el rigor que se aplica a los toreros de a pie- y sumando la única de los novilleros, a lo largo de estas treinta y dos tardes se han concedido exactamente las mismas treinta orejas que se registraron en 2016, en el último San Isidro de Taurodelta, salvado in extremis por la Corrida de Beneficencia en la que triunfaron José Mari Manzanares y López Simón.

Es decir, que, a falta aún del fin de fiesta fuera de abono del próximo fin de semana, esta primavera taurina madrileña no ha dejado de ser más de lo mismo, toreramente hablando, independientemente de la empresa que haya organizado los carteles. Pero con el agravante de que además, y pese a las desmedidas exigencias de los corrales venteños, este año han embestido un número mayor de toros que en la pasada edición.

No se trata, por tanto, de un problema puntual que dependa de quien esté al frente de la plaza ni siquiera del estancamiento de una feria determinada, sino de una crisis estructural generada por el moderno negocio taurino, que lleva tiempo "domesticando" toreros hasta convertirlos en meros funcionarios de un toreo especulativo, plano y previsible, que no es sino una actitud acorde a sus escasas expectativas económicas en la inmensa mayoría de los casos.

Se necesitaría mucho más espacio que el de esta columna para desarrollar con la profundidad que necesita esta solo sugerida anotación, pero es muy patente que algo está fallando en los ruedos, y en los despachos, que hace que el espectáculo no termine de alcanzar la grandeza y la emoción necesarias para soportar con solidez los ataques externos, de los que seguro que no nos librará la euforia forzada y subvencionada de los voceros del gueto mediático.

Así están las cosas, incluso contando con que, afortunadamente y pese a todo, el público sigue asistiendo en buen número a los tendidos de granito de una monumental que mantiene su vigencia como la cita social más importante del mes de mayo en la capital de España, por mucho que duela a la alcaldesa Carmena y sus secuaces.

Son esos buenos resultados de taquilla, con la venta de 628 mil localidades a lo largo de los treinta y dos días de festejos continuados (una media de 19 mil 625 boletos vendidos por tarde), los únicos que pueden alentar a la nueva empresa a seguir trabajando con criterio. Pero que nadie se relaje porque, otra de las realidades calladas es que, contrastando los datos oficiales de Plaza 1 y de Taurodelta, la media de ocupación del aforo de Las Ventas ha bajado este año de un 86 a un 83 por ciento con respecto a la anterior edición…

Con todos eso datos e impresiones ante la vista, tal vez sería el momento, 70 años después de que Livinio Stuyck se lo sacara genialmente de la manga, de revisar y reformar el que ya parece más que gastado y sobreexplotado modelo de la feria de San Isidro. Porque ni el escalafón de matadores ni los cercados de las fincas producen material suficiente cada año como para sostener la calidad y el atractivo de treinta y tantos carteles uno tras otro.

Puede que esa reducción de festejos o su división temática a lo largo de la primavera en distintos fines de semana –exactamente en los días en que, por hábitos de ocio, más gente acude a la plaza– fuera la verdadera revolución que Simón Casas podría traer a Las Ventas. Siempre y cuando, claro, que ese canon desmedido con que Plaza 1 se adjudicó y se encareció a sí misma la gestión le permitiera un experimento que no sería precisamente con gaseosa.


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