Todos los aficionados saben que durante el mes de septiembre se celebran muchísimas corridas de toros en España. En la feria de Valladolid de 1917, se anunciaron tres corridas:  el día 18, la primera de feria, se lidiaron ocho toros de los herederos de Vicente Martínez para Rodolfo Gaona, José Gómez “Gallito”, Juan Belmonte y Félix Merino. Al día siguiente estaban anunciados Gaona, Gallito y Belmonte, con toros de Santa Coloma, y el día 20, en la última de feria, otra vez actuarían los tres colosos: Gaona, Gallito y Belmonte, pero con toros de Fernando Parladé.

El día de la primera corrida, unos seis o siete señores, que representaba a un numeroso grupo de aficionados de Valladolid, fueron al hotel en donde estaba hospedado Juan Belmonte para hablar con él.

El torero de Triana los recibió un tanto extrañado, y les preguntó con su característica tartamudez:

-¿En qué pue puedo yo ser servir a los se señores que representan a es esta afición?

-En Valladolid -comenzó a decir uno de quienes iban en nombre de la afición- todos sabemos que usted es un torero de época, un grandioso torero.

-Gra gracias -contestó Belmonte con su habitual forma de hablar.

-Aquí en Valladolid ha ocurrido algo que nadie esperaba. Usted ha venido varias veces a nuestra plaza y nunca ha estado bien. En otras ciudades lo hemos visto torear maravillosamente. Nuestra visita es para pedirle que esta tarde haga usted un esfuerzo y tenga, aquí en Valladolid, una actuación de acuerdo a su gran categoría.

Belmonte permaneció observándolos un rato largo sin decirles ni una sola palabra, y al notar que mirándolos los había desconcertado, les dijo:

-¿Me per permiten decirles algo? Va vayan a la plaza y díganles a los to toros que me to tocaron, que em embistan bi bien. No ol olviden ha hacerlo.

Esa fue la genial y simpática respuesta del torero trianero a tan descabellada propuesta de aquellos señores de Valladolid.