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Anecdotario de Giraldés: El regalito

Viernes, 17 Feb 2017    Tijuana, B.C.    Valeriano Salceda   
...y tuvo la ocurrencia de regalarle aquel novillo de La Laguna a...
La temporada de novilladas de 1941, primera organizada por Anacarsis Peralta en El Toreo de La Condesa, resultó extraordinaria. Se celebraron muchos festejos, la mayoría con muy buenos resultados. En algunas tardes se llenó la plaza. El empresario declaró que deseaba complacer al público y regalaría los toros que fuera necesario. Enterados los aficionados, con gran frecuencia gritaban: "¡Carcho, regala un toro!"

En cuanto se escuchaba aquel grito, Carcho Peralta salía de su burladero, caminaba hacia el de matadores para ponerse de acuerdo con alguno de los alternantes y, enseguida, se anunciaba el regalo en medio de la algarabía de la gente.

Una tarde, la novillada estaba resultando aburridísima, y Carcho obsequió no uno, sino… ¡tres novillos! Quería darle gusto a la afición.

Empezó luego la Temporada Grande. La última corrida del año 1941 fue el 28 de diciembre. Se anunció un cartelazo: Lorenzo Garza y Silverio Pérez, mano a mano, con toros de La Punta.

Los toros, como era costumbre en los señores Madrazo, estaban muy bien presentados, pero no dieron buen juego y no se prestaron al lucimiento de ambos toreros. Ni Garza ni Silverio consiguieron complacer al público que llenaba la plaza. Entonces, se escuchó aquel grito ya conocido de… "¡Carcho, regala un toro!"

En los corrales había dos toros de reserva pasados de edad, fuera de tipo, y un novillo de La Laguna que era bonito de verdad. Carcho habló con las dos figuras, pidiéndoles que, para dar gusto al público, regalaran un toro; pero éstos no lo aceptaron y… tuvo la ocurrencia de regalarle aquel novillo de La Laguna a José Antonio "El Chato" Mora, novillero a quien él protegía y que esa tarde había salido como sobresaliente.

El Chato Mora estuvo muy bien y tuvo éxito. El público se le entregó a lo largo de su actuación y al final lo sacó a hombros de la plaza. Al día siguiente, en un periódico de la capital, el encabezado de una crónica decía: "El sobresaliente bañó a los ases".

Dos días después, Lorenzo Garza, con aquella casta que tenía, llegó a la oficina de la empresa, cobró sus honorarios y, con el cheque en la mano, se encaró con el empresario y le reclamó con enjundia: "¡A mí no me puede usted hacer la chingadera que me hizo!"

Carcho se encogió de hombros y le respondió: "Ay, matador, a mí lo único que me preocupaba era darle gusto al público". Y Garza, ya arrancado, le contesto: "Pues ahora le va a dar gusto al público poniendo a su torero en todas las corridas que tengo yo firmadas… y vamos a ver si también le llena la plaza". Así era el Ave de las Tempestades, que no se andaba con cuentos.


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