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Desde el barrio: Primeros indicios

Martes, 06 Feb 2018    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
"...extender así la sensación de monotonía..."

A falta solo de que se conozcan las combinaciones de Sevilla –que no el nuevo estrambote pictórico que las anunciará- en apenas tres días de la pasada semana se presentaron los carteles de las primeras ferias importantes de la temporada: el miércoles, los de Olivenza; el viernes, y a la misma hora, los de Valencia y Castellón. Y en ningún caso hubo sorpresas.

Carteles mejores o peores pero sin sorpresas, sí, porque solo algún incauto podía esperar que los empresarios respectivos cerraran sus ferias de manera distinta a como lo han hecho: a tono con el precario estado del negocio taurino en España y siguiendo el mismo espíritu conservador que lleva marcando la organización de los grandes ciclos durante las últimas temporadas.

Más de lo mismo, pues. Los mismos nombres de toreros y de ganaderías repetidos, en demasiados casos, hasta la saciedad, para extender así la sensación de monotonía que poco a poco ha ido retrayendo al aficionado viajero y que acaba por ratificar la impresión de que el circuito de ferias relevantes es un coto cerrado para los matadores independientes y un obstáculo para la renovación del escalafón.

Es cierto que en estos tres últimos ciclos presentados se cuenta, aunque no en gran número, con toreros de la nueva generación. Pero, significativamente, se trata solo de aquellos que han entrado dentro de la órbita y de las pautas de contratación de estas grandes casas, como esos otros veteranos que, a pesar de que hace tiempo dejaron de  interesar, siguen manteniéndose en las combinaciones a fuerza de gregarismo.

La realidad está ahí, en esa evidencia perogrullesca de que los empresarios han optado por colocar prioritariamente en sus ferias a los toreros que apoderan de manera directa o indirecta y a aquellos otros afines que dirigen sus "aliados" y que, en acuerdo tácito, tampoco plantearán problemas de contratación. Y para el resto de puestos, pocas concesiones a los que se manejan por libre, y siempre y cuando su condición de figuras haga inevitable su contratación. 

Es así como, entre tantos temores de despacho, entre tanta gestión a la defensiva, acaban por anunciarse esas combinaciones extrañas, sin frescura y sin coherencia, tan desmotivadoras para el espectador y para la deseada competencia artística. Es así, en definitiva, como cada presentación de carteles se convierte, una y otra vez, en una especie de taurino día de la marmota.

Y la cuestión es que, teniendo en cuenta que en estas primeras ferias las empresas hacen su primera declaración de intenciones, ya tenemos también más o menos claro por dónde van a ir los tiros de la organización de las ferias del resto de la temporada. Y si el panorama no cambia, no parece que El Juli vaya a tener una plácida celebración de sus veinte años de alternativa. 

Su doblete en Olivenza contrasta con su ausencia de Fallas, la primera derrota en el que se antoja largo y duro pulso que va a tener con las empresas para mantener sus privilegios en tiempos de recortes generalizados. Exactamente como puede pasarle a Diego Ventura, al que han dejado fuera de Valencia y Castellón, sin que sus derechos ganados tan contundentemente estos años parece que vayan a servirle de aval en un circuito de rejones en franca decadencia de ética y dignidad.

Y peor puede que lo tengan los novilleros, visto lo visto en las primeras citas del año, donde la repetición de apenas cuatro o cinco nombres hace sospechar que las empresas grandes, todavía inconscientes de lo que el toreo se juega en ello, van a seguir sin invertir ni apostar en serio para reflotar el toreo de base mientras preponderan méritos que no son exactamente los del ruedo.

Quien sí que estará en estas tres ferias será la divisa de Garcigrande, cuyo propietario murió el pasado viernes, unas horas antes de que se presentaran los carteles de las de levante. Domingo Hernández no consiguió superar la neumonía que le atacó, subido a caballo durante horas, disfrutando de su otra pasión: los galgos.

Desde finales de los ochenta, cuando adquirió la punta de Juan Pedro con la que trabajó a su manera, el ganadero madrileño fue haciéndose un hueco entre la élite de los criadores de bravo, como quería. Y contando con la inquietud, la inteligencia y la intuición de su hijo Justo logró crear el toro predilecto de las figuras de este tiempo, por su regularidad en el último tercio. 

Por eso mismo Domingo se ha ido con el orgullo de saberse indiscutible e imprescindible en todas las grandes ferias, al margen de intereses de unos y de otros, logrando que su trabajo en el campo no se minusvalore en la trituradora de los despachos.


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