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Historias: Sobre más plazas de toros

Miércoles, 21 Jun 2017    CDMX    Francisco Coello | Foto: Archivo   
"...dio pie a un resurgimiento sin precedentes..."

Fueron famosas las plazas de toros de San Rafael, Colón, Paseo, Coliseo y Bucareli, estrenadas entre febrero de 1887 y enero de 1888. Como recordarán, la intensificación del espectáculo en la capital del país se debió, en buena medida, a la derogación del decreto que había prohibido desde 1867 las corridas de toros en la ciudad de México, así que repuestas, lo anterior dio pie a un resurgimiento sin precedentes.

Junto a estos cosos, que seguían siendo de madera, también se levantó otro más, por el barrio de Jamaica, y que llevaba el nombre del recién desaparecido Bernardo Gaviño, muerto por cornada que recibió en Texcoco en enero de 1886. Estaba muy cerca de la "Quinta Corona", propiedad que fue de Juan Corona, antiguo varilarguero en la cuadrilla del gaditano, y que a raíz de una cornada hacía muchos años, tuvo que dejar los toros, pero no su afición. Este Juan Corona "el de la famosa vara de otate", formó en la quinta antes mencionada un museo de curiosidades, donde además de las rarezas propias de una feria que va itinerando por pueblos o barrios, también poseía algunos objetos de carácter eminentemente taurino.

Con respecto a la plaza, esta, como muchas de los comienzos del siglo XIX, no tuvo una prolongada vida, y acaso, allí se dieron festejos entre los que llegaron a actuar cuadrillas infantiles, así como de la comparecencia de socios fundadores de la entonces Sociedad Bernardo Gaviño. El único cartel que ha sido localizado, lleva la fecha del 8 de enero de 1888, y que encabeza estas notas.

 También hubo una plaza más en San Ángel, de la que el registro sólo arroja una tarde en 1887. Un año más tarde, entre las novedades que se presentaron en la entonces apacible ciudad de México, contamos con la célebre inauguración de la plaza de Bucareli. Y ya casi para finalizar ese mismo año, en la Villa de Guadalupe, Ponciano Díaz fue a estrenar otro coso, conocido con igual nombre en sitio tan emblemático, y donde tuvo a bien participar en 6 festejos al hilo; esto en diciembre.

Antes de que culminara el siglo XIX, todavía se levantaron algunas plazas más, mientras se sucedían –en forma intermitente–, una serie de prohibiciones a las corridas de toros, sobre todo por el hecho de que si bien, los afanes por un reglamento taurino no se materializarían sino hasta 1895, durante muchas tardes se desataron las pasiones, ocasionándose con ello la destrucción parcial de los escenarios taurinos, respondiendo la autoridad con las sanciones correspondientes.

Si bien ya estaban dadas las condiciones para evolucionar, sucedieron una serie de circunstancias en las que se acentuaron las pugnas entre el toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna y toda aquella expresión que encabezaba Ponciano Díaz y sus huestes, así como otro buen número de diestros "aborígenes", tal cual la definición que de ellos diera Carlos Cuesta Baquero, término que llevaba cierta carga peyorativa, misma que intentaba calificar las puestas en escena donde los nuestros se identificaban con el legado que habían recogido de todo el andar del siglo decimonónico, basado en formas que no necesariamente se correspondían con lo que sucedía en España, pero que tenían una fuerte carga de lo nacional, resultado de las lecciones y el control que Gaviño y Ponciano detentaron y pusieron en práctica, junto a aquellos otros complementos, fundamentalmente a caballo, en armónico diálogo entre lo urbano y lo rural.

Sin embargo, se impuso la modernidad, no en balde la defensa a ultranza que unos, los pronacionalistas seguían mostrando, frente a los proespañoles que estaban plenamente convencidos del nuevo estado de cosas que vendría a darle un aire de renovación al toreo mexicano. En ese sentido, las plazas de Tacubaya y Mixcoac, inauguradas en 1894, fueron el espacio para dar cabida a esas muestras de definición entre cuadrillas que cada vez más adoptaban los dictados tauromáquicos españoles y las muestras de una representación nacional que seguía firme en sus convicciones.

Justo el 15 de abril de 1899 muere Ponciano Díaz, último reducto de aquel toreo híbrido, lo mismo a pie que a caballo, y para julio siguiente se estaba desmantelando su plaza, la de Bucareli. A finales de ese mismo año, el 17 de diciembre se inauguró en los rumbos de la Piedad la plaza de toros “México” con un cartel en el que alternaron Antonio Fuentes y Enrique Vargas Minuto, que se las entendieron con ejemplares de D. José Manuel de la Cámara (3) y otros tantos de El Cazadero.

La "México" fue el nuevo y definitivo sitio en el que, con una dominante de cuadrillas españolas, el toreo en nuestro país alcanzaría la culminación de aquellos episodios, en los que con notabilidades como Luis Mazzantini, Diego Prieto, Ramón López. Y luego, Reverte, Chicuelo o Antonio Montes, así como otros tantos matadores e integrantes de diversas cuadrillas, se consolidaría aquella aspiración. 

Todavía en esa etapa final del siglo antepasado, seguía funcionando de vez en vez la plaza de toros de la Villa de Guadalupe, donde los festejos ya tenían una completa armonía según lo recomendaban las tauromaquias –como la de Pepe Hillo y la de Francisco Montes Paquiro-, cuyos fundamentos técnicos y estéticos, a la vez que se modernizaban en España misma, culminarían su propósito con una extensión en nuestro país, que desde esos momentos y hasta hoy, y ya plenamente equilibradas las condiciones, se han logrado adelantar y depurar en buena medida los principios de aquellos tratados del toreo de a pie.

Finalmente, con la presencia de la plaza de toros "México" de la Piedad, hubo de darse entre los años que funcionó, de 1899 a 1914 todo un capítulo en el que los aficionados de hace poco más de un siglo, pudieron presenciar el predominio español con apenas unas cuantas insinuaciones del mexicano, que seguían mostrándose, al paso de los años con menor frecuencia gracias a personajes como Arcadio Reyes "El Zarco", María Aguirre "La charrita mexicana", Margarito de la Rosa o Natividad Contreras, hasta que un día desaparecieron.

Rápido vistazo, cual si de pronto nos eleváramos en un globo aerostático y, con el tiempo suficiente para conocer algunos rasgos de los espacios que sirvieron en otras épocas a la organización de festejos taurinos en la Ciudad de México.


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