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Historias: Carteles taurinos

Miércoles, 17 May 2017    CDMX    Francisco Coello Ugalde | Foto: Archivo   
"...testimonio histórico que nos proporciona gusto por acercarnos..."

¿Quién torea el próximo domingo? ¿Qué nos anuncia el empresario para la temporada por venir? Esos misterios los descubriremos justo cuando salgan de las imprentas coloridos carteles, en diferentes tamaños que luego van a colocarse en sitios donde los aficionados nos enteramos del nombre de las figuras connotadas y los toros de mayor prestigio programados para la tarde más inmediata. Gracias a esta convocatoria, el público se “retrata” inmediatamente en las taquillas al solo llamado del anuncio.

Si en España surgen los carteles anunciadores en 1737, en la Nueva España, los primeros avisos se publican durante la temporada de 1769; pero es hasta 1815 en que adquieren la formalidad que requiere el caso.

El cartel es un documento impreso que se convierte en anticipo del espectáculo taurino. Acompañado de grabados, pinturas o fotografías, la “tira de mano” ofrece alucinarnos con soberbias explicaciones de la tarde torera, destacando el nombre del torero de fama o la celebridad del encierro a lidiarse. Al paso de los años, el anuncio se ha convertido para las corridas de toros en un medio perfecto por la sencilla razón de que se utiliza como un instrumento de comunicación masiva que llega -de mano en mano- a todos los que desean asistir a la plaza, convocados gracias al efecto fascinante que emana de las leyendas con que fue diseñado ese vehículo de publicidad con el cual 

El beneficiado pide indulgencia á sus amigos y al público en general que asista a esta función (...), para presentar una diversión que cree ser del agrado de sus favorecedores; si lo logra, nada más le queda que desear a Bernardo Gaviño. (Cartel del año 1867)

De esa forma remataba y con frecuencia el anuncio de sus actuaciones este famoso diestro español que decide fincar su residencia en nuestro país, desde 1835 y hasta 1886. Y bajo esta condición, era frecuente justificar la actuación, prometiendo dejar satisfechos a los asistentes, como seguramente lo desean y han deseado todos quienes han tenido un papel protagónico en la tauromaquia mexicana. Si no, que lo diga esto otro ejemplo, que raya en lo extravagante:

AL PÚBLICO: Positivo júbilo y verdadero entusiasmo embarga a mi espíritu, hoy que tengo el grato placer de anunciar a mis queridos amigos y al público en general, la función de esta tarde que he organizado con motivo de mi beneficio. (Domingo 28 de mayo de 1893).

Constantes y repetidas pruebas de afecto he recibido en todas las plazas de la República donde he toreado; en todas he tenido tantas muestras de benevolencia y cariño, por parte de mis compatriotas, que sería una ingratitud no concederles una frase que simbolice mi imperecedera gratitud.

Los hijos del Distrito Federal y los de la Capital del Estado de Hidalgo, son para mí más que amigos, hermanos; su conducta, siempre que ante ellos me he presentado, ha sido tan bondadosa, ha sido tan simpática, que á ellos es á quienes dedico mi función de gracia, á ellos que todo se lo merecen, á ellos para quienes mis personales esfuerzos en la tarde de hoy van encaminados, á procurar dejar satisfechos todos los deseos y colmadas todas las ambiciones.

¡MEXICANOS! ¡PACHUQUEÑOS! recibid el abrazo que os envía, vuestro compatriota y amigo: PONCIANO DÍAZ.

El cartel taurino en el siglo XIX

El toreo, tema inagotable debido a la enorme carga de sugerencias que nos ofrece, plantea en el cartel un medio singular en el que las empresas, los toreros y toda una gama de protagonistas que fueron convocados a la fiesta decimonónica publicitan su participación, partiendo de un proceso inventivo, recreado en cada tarde no solo en el cartel o tira de mano. También era renovado cada ocasión de fiesta.

Los actores todos manejan un lenguaje coloquial que causa admiración, mismo que trasciende en todas las capas sociales que quedan convocadas a asistir a las plazas de toros. Dos de ellas, la de San Pablo (que funcionó de 1788 a 1821; y de 1833 a 1864) y la del Paseo Nuevo (de 1851 a 1867, año de la prohibición que se impuso a las corridas de toros en el entonces Distrito Federal; aunque todavía estaba en pie el año de 1873) se convierten en sitios perfectos para la escena. A la corrida de toros, como sustento de una costumbre perfectamente arraigada en el gusto popular, se suma un amplio repertorio del cual recogeremos apenas un pequeño catálogo de las “sorprendentes funciones” que deleitaron a los mexicanos de entonces. Veamos.

Por ejemplo del año 1815, encontramos que la tarde del 4 de abril y en la Real Plaza de toros de San Pablo se anunció que figurarán los Toreros en un convite ó merienda para plantar banderillas sentados, y concluida la corrida habrá fuegos artificiales de gusto e invención”. Al día siguiente “se echarán Cerdos para que los enlazen varios Ciegos, y á las seis se inflará un Globo para que todos lo vean elevar.

Días más tarde hubo Dominguejos1 de particular idea junto a la presencia de Liebres y Galgos. Se pondrán dos Monos al medio de la Plaza para diversión del Público y se echaron Venados para que los cojan Perros sagüezos, diversión muy retirada en esta Capital.

En la plaza del Paseo Nuevo, para el domingo 22 y martes 24 de febrero de 1857, se celebraron FUNCIONES ESTRAORDINARIAS DE CARNAVAL donde se presentaron Magníficos fuegos artificiales (y) sobresaliente iluminación.

Domingo 22: Dos toros para coleadero y enseguida volverá a presentarse caprichosamente VESTIDA DE MÁSCARA y jugará otros dos toros de la misma Raza de Atenco, y de tan buena calidad como los primeros; ejecutándose en el que sea más a propósito la difícil suerte de BANDERILLAR A CABALLO por un aficionado que también estará enmascarado. Concluyendo la corrida con el TORO EMBOLADO de costumbre.

Martes 24: DIABLOS EN ZANCOS con toda la cuadrilla en TRAGE DE MÁSCARA.

El 11 de junio de aquel mismo año y en la plaza de San Pablo se presentó EL HOMBRE FENÓMENO (refiriéndose a Alejo Garza), que faltándole los dos brazos desde su nacimiento, ejecuta con los piés unas cosas tan sorprendentes y admirables, que solo viéndolas se pueden creer: en cuya inteligencia, y tan luego como se haya dado muerte al tercer toro de la corrida, ofrece desempeñar las suertes siguientes:

1o. Hará bailar á un trompo y á tres perinolitas. 2o. Jugará diestramente el florete, con el loco de la cuadrilla. 3o. Cargará y disparará una escopeta. 4o. Barajará con destreza un naipe. 5o. y última. Escribirá su nombre, el cual será manifestado al respetable público.

Domingo 22 de noviembre de 1857 en la Plaza del Paseo Nuevo: En uno de los intermedios, se presentará una divertida comparsa de FANTASMAS, MUERTES Y ENANOS, que con todo valor y destreza, lidiarán un SOBERBIO TORO EMBOLADO de la misma calidad, del cercado de Atenco; á la vez tendrá el gusto de presentarse la aficionada y atrevida ANGELA AMAYA, y ejecutará la suerte de "GINETEAR" el mismo toro; cuya diversión disfrutará la concurrencia por primera vez en esta plaza; concluyendo la corrida con el TORO EMBOLADO de costumbre.

Domingo 3 de enero de 1858, Plaza de toros del Paseo Nuevo: ESTRAORDINARIA FUNCIÓN. Magníficos fuegos artificiales. Iluminación general. 

Deseando inaugurar el año nuevo de 1858, con una fiesta amena y digna del buen gusto del ilustrado público mexicano, la empresa ha dispuesto un espectáculo que por su combinación y variedad, no podrá menos que agradar a los espectadores de ambos sexos y de todas clases.

En el intermedio se lidiará otro TORO DE ATENCO EMBOLADO, por una divertida MOGIGANGA EN ZANCOS Y BURROS, cuya diversión tanto entretiene y agrada a los espectadores; concluyendo la corrida con otro TORO EMBOLADO para los aficionados.

Acto continuo aparecerá la Plaza BRILLANTEMENTE ILUMINADA, para lo cual se ha encargado el inteligente artista D. Francisco Bardet; y tendrán lugar unos MAGNÍFICOS Y VISTOSOS FUEGOS DE ARTIFICIO, ejecutados por el mismo ingenioso pirotécnico mexicano, D. Severino Jiménez, que tantas veces ha dado muestras en esta Plaza, de su habilidad en el arte, siendo las piezas principales: El Pabellón chinesco, La copa encantada, El Laberinto y La rueda de la fortuna.

Domingo 5 de diciembre de 1858: Plaza principal de San Pablo: Sorprendente y Divertido Intermedio que tendrá lugar después del primer toro del coleadero, cuyo intervalo se denomina: LA ENCANTADORA PATA DE CABRA. Esta travesura que tanto ha merecido la aprobación en los locales que ha sido representada, es muy creíble que de la manera como la van á desempeñar los personages que se manifiestan en la presente viñeta, imitando a Don Juan, a Doña Leonor y a Don Simplicio, así como á otros individuos, y á las Brujas montadas en Burros y Chivos, deberán también llamar la atención, porque va á ser desempeñada esta travesura a la presencia de un VALIENTE TORO, con el que han de ejecutar algunos lances de la tauromaquia, los cuales causarán mucha diversión á los dignos espectadores. Los otros intermedios se cubrirán con los toros del COLEADERO.

Como vemos, existe un complemento interesante. Se trata de las mojigangas: aderezos imprescindibles y otros divertimentos de gran atractivo en las corridas de toros en el mexicano siglo XIX.

Aunque de las 30 o 40 escenas que se conocen en carteles que van de 1855 a 1867 y que aparecen reproducidas en su mayoría sin firma, es muy probable que hayan sido recreadas por el trazo de dibujantes tan reconocidos como: Alejandro Casarín, Santiago Hernández, Constantino Escalante, José María Villasana, Campillo, Iriarte y hasta por el mismísimo Luis G. Inclán.

Al revisar la hemerografía decimonónica mexicana, encontramos entre los caricaturistas y dibujantes mencionados, gran semejanza de rasgos que fueron a plasmarse en los carteles taurinos, verdaderas joyas del arte popular.

Por otro lado, la obra de José Guadalupe Posada o de Manuel Manilla también enriqueció estéticamente -y a su manera- el cartel taurino de fines del XIX y comienzos del XX. Estos artistas populares, después de burilar las gestas taurinas del momento se encargaron de apresurar en la imprenta de Antonio Vanegas Arroyo la salida de "hojas volantes" donde diestros como Ponciano Díaz o Rodolfo Gaona se convertían nuevamente en tema de conversación.

No cabe la menor duda que estos estrategas de la mercadotecnia supieron aprovechar los dictados que marca la fiesta, como el que señala Jean Duvignaud en su libro "El juego del juego" al decirnos que ocurre una explosión -debería decirse, en el sentido etimológico de la palabra: ese “éxtasis”, un estallido del ser fuera del ser- cuando el grupo alcanza ese estado de juego en el curso del cual puede hacerse toda clase de apuesta por la vida que vendrá. Porque el hombre del juego o el hombre de la fiesta buscan por su parte, no sin cierta torpeza, disponer del espacio: la fiesta arraiga, la actividad lúdica se despliega en un lugar con frecuencia escogido arbitrariamente.

Y ello aunado al propio espíritu nacional que se desborda, empujado por la contribución hecha gracias a la independencia, fermento liberador, relajado también a la hora de manifestar lo que fueron los mexicanos, quienes encontraron en el toreo, el pretexto fascinante para divertirse.

El cartel taurino en el siglo XX

Y en el siglo XX que ya ha llegado a su fin, el diseño de estos documentos se ha enriquecido fundamentalmente con la obra artística de Carlos Ruano Llópis, español universal que se avecindó en México dejando un legado que pasó a ilustrar una enorme cantidad de carteles. Ruano Llópis hizo escuela, de la que surgieron alumnos importantes, destacando un discípulo, el más notable: Antonio Navarrete.

Considero que al difundirse su obra en infinidad de carteles se le brinda un homenaje permanente. Pancho Flores también pasa a formar parte del catálogo de los pintores cuyo trabajo es imprescindible para ilustrar el cartel taurino. En 1994 el Consejo Nacional Para la Cultura y las Artes lanzó una convocatoria que dejó como experiencia el legado de PINTURERÍAS, donde se sumaron a ella artistas de talla nacional e internacional, cuyo trabajo se reproduce en los también denominados “avisos al público” de la plaza de toros “México”, como muestra de que no solo bastan las costumbres más conservadoras. También se da lugar a nuevas tendencias plásticas y artísticas de fin de siglo y de milenio.

El cartel taurino es pues un testimonio histórico que nos proporciona el gusto por acercarnos a la corrida venidera. Evoca el pasado de una manera que no solo se limita a saber quiénes participaron en tal o cual corrida. Nos deja recordar pasajes particulares que hicieron de cada festejo un cúmulo de añoranzas propias de nuestra memoria, si es que las vivimos. O decirnos, con el libro que las rememora cuanto de grandioso o anecdótico ocurrió tal o cual tarde.

Y como apuntaba al principio, los carteles taurinos son un anticipo, pero también una forma de mirar al pasado y entender como en aquellas épocas el toreo manifestó sus particulares características al paso de los años, admirados a través de nuestro presente.


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