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La caminata de la liberación

Miércoles, 22 Abr 2020    CDMX    Juan Antonio de Labra | Foto: MCO     
Cruz Ordóñez y William López, torero y antitaurino, debaten caminando
El 1 de marzo Mariano Cruz Ordóñez emprendió una aventura que se vio interrumpida por la pandemia del COVID-19: un viaje de 700 kilómetros a pie para cruzar el Ecuador, su patria, en compañía del sociólogo –y antitaurino– William López. Un viaje en el que pretendían dialogar y debatir sobre la fiesta de los toros, para tratar de comprenderse mutuamente. 

Esta experiencia de vida le sirvió al torero de distintas maneras. La primera, y quizá la más importante, el haberse liberado de la carga que todavía pesaba en su conciencia tras su retiro del año anterior en la Feria de Ambato, donde decidió cortarse la coleta de forma intempestiva, nunca dicho de manera menos literal, pues siempre la llevó trenzada detrás de su nuca desde que abrazó esta azarosa profesión.

Este acto de liberación tuvo lugar en Huagri, un pueblito de la hermosa serranía ecuatoriana, donde cierto día sufrió la primera cornada de su vida a los nueve años, cuando apenas era un incipiente becerrista al que su padre, torero riobambeño del mismo nombre, alentaba a emprender el durísimo –y muchas veces terriblemente injusto– camino del toreo.

"Ese fue el momento más hermoso de toda la caminata, porque independientemente del fin con el que fue concebida, cada uno llevaba ese misterio escondido que, en mi caso, afloró de dicha manera. Me percaté que debía resignarme a no cargar en la vida nada más que lo que me correspondía, y fue así como al llegar a esta conclusión sentí un gran alivio espiritual. Ahora soy consciente de lo que fue mi vida como torero, y me queda la alegría de haber dejado atrás esa forma de pensar tan radical que me impidió, en muchas ocasiones, llegar adonde me había propuesto".

De esta postura radical, precisamente, es de lo que se alimentan los antitaurinos, según reconoce el propio Mariano, pues su intransigente forma de pensar les impide ver el toreo como algo que atañe al sentimiento de las personas que sí lo captan y les gusta porque les provoca una emoción especial de la que el toro bravo y los toreros son los causantes.

Aunque el proyecto denominado "700 kilómetros a pie" se vio interrumpido el a la mitad, por ahí del 16 de marzo, cuando Mariano y William habían llegado a Guaytacama, la realización de este recorrido fue más que favorable por muchas razones. La primera, darse cuenta de cuál es la verdadera mentalidad de los antitaurinos, que tiene distintas tendencias de pensamiento: unos consideran a la Fiesta Brava como una imposición de los españoles; otros estiman que se trata de una cuestión de clasismo; algunos más esgrimen el argumento del machismo, y la falta de oportunidades para las mujeres; y también, la inmensa mayoría, los hay que piensan que la fiesta de los toros es salvaje, incivilizada y cruel, por la muerte del toro. Y este es uno de sus argumentos principales, incluida la consabida sarta de mentiras que viene arrastrando desde hace años, y que a fuerza de repetirlas se han convertido en dogma de fe para sus legionarios.

Durante las distintas etapas de esta fascinante caminata, Cruz Ordóñez intentó comprender su forma de pensar y también expresó ante William lo que él sentía: "Se afanan en negar algo que es nuestro. Porque al margen del aspecto económico y ecológico que tiene la Fiesta, lo cierto que para todos aquellos que nos gusta el espectáculo es una cuestión de sentimiento, de desarrollo de la personalidad, de identificarnos con unos valores repletos de humanismo, como los hay en el toreo".

A lo largo de cada fase del recorrido, que era de unos 30 kilómetros diarios, William y Mariano sintieron el cobijo de la gente, la solidaridad de esos rincones de la ruta del tren por la que avanzaban, y recibieron muestras de cariño y hospitalidad que les llenaron el alma. Porque los indígenas de esos páramos sólo veían a dos hombres andando, sin prejuicios, sin inmiscuirse en su discusión, y sin importar que uno de ellos no sintiera como suya le herencia de lo taurino que en estas regiones del Ecuador es bien valorado.

"En muchos lugares nos recibieron con una gran emoción, pues sabían, por las noticias de le televisión, que pasaríamos por sus pueblos. Y en una de las etapas se nos unieron unas 30 personas que hicieron con nosotros el camino. Cuando llegamos a la siguiente parada no había nada que comer ni donde dormir, y una señora nos abrió las puertas de su casa y nos preparó una fritada de chancho y nos permitió descansar ahí dentro. La gente del pueblo es generosa; es gente noble y buena".

A pocas semanas de ser padre otra vez, Cruz Ordóñez también pudo sentir la faceta agradable del toreo; la de ser reconocido por los que eran aficionados, que inclusive lo invitaron a torear festivales para las fiestas del año entrante, y eso, el sentirse torero otra vez, aunque fuera de esta manera tan diferente, le devolvió la ilusión de algo a lo que renunció cuando había llegado el momento.

Fue en Huigra donde acabó interiorizando todo aquello que hace algunos meses todavía le atemorizaba, y el recuerdo de una novillada que toreó en compañía de los mexicanos Carlos Rondero y Juan Salvador volvió a sacudirlo en lo más profundo. Porque una cosa es dejar de ser torero en las plazas, y otra es dejar de serlo en el alma. Ahí es donde ahora se refugia ese sentimiento que cada vez que coge un capote y una muleta para torear de salón aflora como si del juego de un niño se tratase.

"A veces me miraba como un mochilero más, pero cuando alguien venía y me abrazaba o me reconocía como torero, el sentimiento que me provocaba era muy bonito. Una cosa es estar en la plaza, vestido de luces, delante del toro, y por encima de todo aquello, el sentirse torero, ser torero, va más allá de todo eso".

La relación con William fue de altura, de nuevo, literalmente, andando juntos por senderos que se encuentran a gran altitud sobre el nivel del mar, como es el caso de la Estación de Urbina, cerca del Chimborazo, a 3 mil 700 metros sobre el nivel del mar. Al cabo de los días el afecto afloró entre ambos. El sociólogo se sinceró con el torero y llegó a la conclusión a la que deberían de llegar todos aquellos que atacan a la fiesta de los toros sin conocerla: el respeto. 

Debatir ideas desde el plano de la racionalidad es lo que se impone. No se vale tratar de erradicar algo de manera autoritaria, y sólo porque determinados políticos se aprovechan para abanderar causas ajenas y electoreras que pisotean los derechos de otros.

En Llinllin, Mariano recordó sus días de maletilla en la hacienda que perteneció a la familia Ponce Dávalos, ahí donde ahora los chagras crían al toro bravo, al que hacen andar por veredas interminables, en una trashumancia que los mueve a mejores terrenos para buscar el alimento, guiados por ese peculiar "toque de bocina", un instrumento de viento que está elaborado con un cuerno de toro y emite un sonido que lo llena de emoción, pues se asemeja al profundo y reburdeo de un toro en el campo bravo.

En su casa de Quito, hoy día Mariano recuerdo pasajes como los comentados, y también lamenta la reciente muerte del padre de William, que vivía en Nueva York desde hacía muchos años, cuando viajó como inmigrante para tratar de dar una mejor vida a los suyos. El nefasto virus que hoy día nos mantiene a la espera de la llegada de un mundo distinto, le arrebató la vida hace unos cuantos días.

La intención es retomar la caminata desde donde se interrumpió cuando la recomendación sanitaria los obligó a regresar a sus respectivos lugares de origen. Ahora buscarán seguir hasta el norte, a Esmeraldas, y bajar por la costa hasta llegar a Guayaquil, ahí donde las muertes se cuentan por cientos, y la gente hoy día vive una tremenda desgracia humana, con cadáveres tirados en las calles que no han podido ser sepultados.

"Sería bonito recuperar la conversación con William una vez que termine toda esta pesadilla, conocernos más como personas y aprender de su forma de pensar. Me gustaría retomar el camino con el afán de crear conciencia entre la gente sobre el respecto de lo que pensamos y sentimos aquellas personas que nos gustan los toros. Se trata de una cuestión de respeto y libertad, y este ejemplo de civismo que William está dando a todos aquellos antitaurinos que piensan como él, sea un paso adelante en lo que nosotros, los taurinos, debemos enfocarnos".


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