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Las capeas de Rafael Durancamps

Viernes, 13 Dic 2019    Morelia, Mich.    Quetzal Rodríguez | Infografía: LM   
"…Jugaban a fuerza de contrastes, todas las emociones de un…"
Nacido en Sabadell en el año 1891, Rafael Durancamps pintó a lo largo de todo el siglo XX, hasta el último día de su vida, y, por méritos propios, llegó a ser considerado uno de los principales artistas figurativos catalanes. Su padre, un empresario textil de Sabadell, no quería ni oír hablar de los intereses pictóricos de Rafael, porque pensaba que no saldría nunca de la pobreza si se dedicaba a esa actividad.

Durancamps dejó una contante ofrenda artística con motivos taurinos dentro de su obra, donde predominan los paisajes castellanos y las corridas de pueblo tan llenas de tipismo y de costumbrista tradicionalidad que dan “sabor y color” a los caseríos perdidos y casi ignotos de la España de la época.

Por otra parte, como representante textil obtenía buenos pedidos, entre otras cosas porque normalmente regalaba alguno de sus dibujos a los clientes. Siempre llevaba papeles en el bolsillo, sobre los que iba creando líneas y formas hasta llegar a plasmar cualquier lugar o personaje que captara su atención. La luz natural también era una constante en su obra y nunca quiso trabajar con luz artificial.

Para el artista plástico catalán alumno de Joan Vila Cinca, era un enamorado de esa España casi oculta, en la que jugaban a fuerza de contrastes, todas las emociones de un pintoresquismo inalterable con el correr de los años, como si el tiempo se hubiera detenido para ellos, al margen de toda evolución constructiva y estética.

Las corridas de toros y en particular las capeas taurinas del autor, seducen por la gracia del motivo como por la atracción peculiar que encierran en la elección del paisaje o escenario en que se desarrollan, donde todos los pueblos parecen iguales, con caseríos a la sombra de la vieja iglesia o una pequeña ermita perfumada con el aroma de una leyenda mítica.

En tanto que Goya será la influencia señera del pintor catalán, unas capeas donde no faltará en su singular perspectiva, el encanto de lo popular y lo llamativo del ambiente taurino, Goya asomándose a la obra en suspensa mirada de arrobo y divertimento que será acaso como decir el nervio y fibra de España.

Cuando se ponía a pintar lo hacía sin límite, era el momento de estudiar las luces, las sombras, las perspectivas y todo lo que quería plasmar en la tela, pintaba al óleo, como la gran mayoría de los pintores catalanes, e igual captaba aquellas evocadores imágenes taurinas con encanto de un urbanismo campestre de nítida visión cinematográfica.


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