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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 23 May 2019    CDMX    Juan Antonio de Labra | Opinión     
...Andrés fue capaz de mantener el nivel de expectación y siguió...
El importante triunfo de Andrés Roca Rey en Las Ventas de Madrid, es la confirmación fehaciente de que está en el mejor año de su carrera. Pero no sólo por la conquista de triunfos en plazas de primera categoría, sino por el impacto que su toreo está causando entre la gente.

El proceso de maduración del torero peruano ha sido lento, casi tortuoso, pues se ha visto obligado a construirlo sobre la marcha, casi a la inversa que dicta la lógica taurina. Y ha sido a golpe cantado desde aquella Puerta Grande como novillero de 2015 en Madrid.

Lo más significativo de su caso es que, al tomar la alternativa, hecho que ocurrió pocos meses después en Nimes, Andrés fue capaz de mantener el nivel de expectación y siguió triunfando con rotundidad.

Tuvieron que pasar 17 años para otro torero consiguiera lo que Julián López "El Juli" había logrado en 1998: dar el paso de novillero a matador siendo figura del toreo, un hecho excepcional en el que no acusó, en ningún momento, el cambio del novillo al toro, y de verse anunciado con novilleros a comenzar a alternar con figuras consagradas.

A Roca Rey nadie la ha regalado nada. Para llegar al sitio de privilegio en el que se encuentra, ha tenido que regar su sangre en muchas plazas. Y lo más llamativo es que se mantiene en ese mismo pedestal que él ha construido a base de esfuerzo y sacrificio, paso a paso, tarde a tarde, y sin que nadie le haga sombra.

En una Fiesta dominada por las figuras que ya tienen muchos años, y el tejemaneje del intercambio de puestos entre las empresas, el peruano representa ese aire de frescura que tanto anhela el público. Y cuando se anuncia en alguna feria, al conjuro de su nombre la gente acude a retratarse a la taquilla atraída por el imán de su singular personalidad.

De ser un torero extremadamente valiente  –cuyos arrestos fueron el detonante de su éxito– ha comenzado a dejar de lado el toreo de recursos por el que deja huella, el que se hace con temple, ligando en un palmo de terreno, y un cadencioso juego de muñecas y cintura.

Y eso habla de su capacidad de crecimiento taurino. De una inteligencia para aprovechar ese inmenso valor que atesora –a prueba de bombas, como dicen por ahí–, y utilizarlo para torear bien, como mandan los cánones, con la mirada puesta en sus adversarios, esas figuras que no han tenido más remedio que abrirle paso como en su día ocurrió con César Rincón.

Entre aquellos años gloriosos del maestro colombiano, en los albores de los noventas, y el estallido de arrojo de Roca Rey, cabe un cuarto de siglo. Es mucho tiempo, ciertamente; pero eso viene a recordar que cuando un torero está decidido a abrirse camino a costa de lo que sea, ahí están las consecuencias. Por ahora, no hay quién pare a este ambicioso limeño.


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