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Pizarro se marcha con la frente en alto

Domingo, 13 Ene 2019    CDMX    Juan Antonio De Labra | Foto: Hidalgo           
Cortó una oreja al toro de su despedida tras una entonada actuación
La despedida de Federico Pizarro en la Plaza México tuvo ese esperado toque de nostalgia, y a pesar de la pobre entrada que registraron los tendidos del coso, la faena al cuarto de la tarde, con llovizna incluida, caló entre la gente, que trató con mucho cariño al torero capitalino en esta fecha tan significativa en su vida.

Y fue en este mismo escenario, donde, hace ya más de 25 años, Federico pergeñó aquellos primeros sueños cuando venía a ensayar el toreo en la extinta Escuela Taurina "Ponciano Díaz", de la que fue uno de sus alumnos más aventajados.

Desde entonces, pasando por su debut como novillero, en la Temporada Chica de 1991, o el corte del rabo al toro "Consentido" de Xajay en 1996, así como otras tardes en las que dejó su impronta de torero elegante, las que se agolparon en el recuerdo de la afición mientras se escuchaban los lánguidos acordes de "Las Golondrinas".

Y fue con ese cuarto toro de San Mateo con el que acabó de redondear una solvente actuación, y luego de enfrentar, con mucha entereza -y conocimiento de causa, también- al distraído ejemplar que abrió el festejo, con el que estuvo tan espabilado como lidiador, pues el ejemplar tenía mucho que torear debido a su falta de fijeza.

Más tarde, en el cuarto de la función, desde el luminoso quite por caleserinas que cuajó en los medios, hasta que dobló "Don Gustavo" (bautizado en honor de ese famoso caporal apodado Santanero), todo cuanto hizo Pizarro tuvo un buen concepto del toreo.

Redondos y naturales de planta serena, así como los oportunos adornos en los que dio señeros muletazos de pecho, rodilla en tierra, compusieron una faena tan estructurada como sobria, que tocó las fibras del público que lo alentó siempre.

A la hora de matar hizo la suerte con entrega, y por desgracia se le fue la mano abajo, y colocó una estocada baja, pues de otra manera, y dada la conexión que había establecido con la gente, seguramente hubiera cortado dos y no sólo una.

Pero al final eso fue lo de menos, pues Federico se despidió de su plaza con la frente en alto, con el deber cumplido, y ante la mirada de su bonita familia, que arropó sus ilusiones con esa paciencia tan férrea que sólo aquellos que conocen la lucha de un torero, y la incertidumbre que gravita en el día a día de un artista, pueden compensar con su apoyo y su comprensión.

Cuando su padre le cortó el añadido en los medios, ante la mirada de su pequeño hijo, ahí confluyó ese anhelo del abuelo aficionado, del hijo que cumplió el difícil sueño de ser torero, y de ese otro pequeño Federico que, andando los años, podrá presumir con orgullo que tuvo un papá torero; un hombre que le dejó una enseñanza de entrega para saber afrontar la vida con arrojo.

El resto de la tarde fue de Gerardo Adame, que enseñó su valor delante de un lote disparejo en juego, siendo el sexto el único toro realmente bueno para triunfar, de una corrida que dejo qué desear.

Y de haber estado más contundente con la espada, otro gallo le hubiera cantado al hidrocálido. Pero al margen de que se quedó sin premio, dejó constancia de su vocación, y nunca le tembló la mano ante los dos toros que enfrentó, ni siquiera con la tormenta de por medio, cuando en el sexto se plantó muy enfibrado para darle muletazos sabrosos, ligados en un palmo, que coreó la gente desde los palcos y las lumbreras.

Esa sensación de torero con posibilidades fue la que flotaba en el ambiente cuando Adame abrochó su faena con unas ajustadas manoletinas, final de una actuación en al que derrochó afición y entrega.

La suerte volvió a jugarle una mala pasada a Fermín Rivera, que venía con el hándicap en contra del toro que se había dejado vivo en su comparecencia anterior. Y aunque el potosino es reconocido por su clasicismo y ese valor tan sólido que le permite hacer faena a muchos toros, hoy, los dos de San Mateo que le tocaron en suerte, no le permitieron demasiado lucimiento.

Si acaso las tres primeras tandas que le regaló el segundo, que se fue definiendo poco a poco hasta que luego terminó huyendo, fueron las más logradas de Fermín, que toreó con dedicación y oficio.

Delante del quinto, que fue un toro flojo y soso, apenas y consiguió dejar huella en ese instante en que la lluvia arreciaba y la gente estaba más preocupada por guarecerse del agua que de atender lo que ocurrió en el ruedo.

El buen sabor de boca que dejó Federico Pizarro, y la entonada actuación de Gerardo Adame, se sumaron a los positivos comentarios de la gente acerca de los cuatro siguientes carteles que la empresa dio a conocer un par de horas antes de que comenzara este festejo. Así que el augurio para las siguientes corridas es muy favorable, y la seguridad de que la plaza registrará una importante asistencia de público.

Ficha
Ciudad de México.- Plaza México. Decimoprimera corrida de la Temporada Grande. Menos de un cuarto de entrada (unas 6 mil personas), en tarde nublada y fría, con llovizna a partir del 4o. Toros de San Mateo, bien presentados, parejos de hechuras, de poco juego en su conjunto, de los que destacó el 6o. Algunos sacaron complicaciones, como 1o. y 2o. Pesos: 536, 508, 490, 504, 539 y 509 kilos. Federico Pizarro (gris perla y oro): Silencio y oreja. Fermín Rivera (grana y oro): Silencio tras aviso y ovación. Gerardo Adame (burdeos y oro): Ovación tras aviso en su lote. Incidencias: Destacó en banderillas Fernando García hijo, que clavó un arriesgado par al 2o., y en varas, César Morales, que picó bien al 4o. Asimismo, al finalizar el paseíllo, los directivos de la Asociación Nacional de Matadores entregaron un reconocimiento Federico Pizarro por su trayectoria.


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