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Desde el barrio: Si se va Morante...

Martes, 15 Ago 2017    San Sebastián, España    Paco Aguado | Opinión   
...la independencia, tan temida por los conservadores toreros...
… Y si José Tomás sigue en su casa, es que algo no funciona bien en este extraño tiempo del toreo que vivimos. Si los dos grandes personajes que han alcanzado la cima evolutiva de la tauromaquia han terminado desmotivados, cada uno por sus propias razones, ante los intereses de un entramado que corta sus alas, es que hay que ir pensando seriamente en que la Fiesta ha tomado ya el camino hacia la nada.

El anuncio de la "retirada" de Morante en la noche del pasado domingo sonó a confirmación verbal de la palmaria evidencia que era su temporada hasta el momento: una sucesión de decepciones personales provocadas por sus propios errores de elección profesional y que sólo tangentemente tenían que ver con los argumentos esgrimidos –veterinarios, presidentes, toros grandones…– para justificar este mutis por el foro.

El problema vital del genio de La Puebla en estos últimos años no ha sido otro que el de dejarse llevar, como uno más, por la corriente dominante. Esa que le garantizaba una tentadora comodidad contractual y un muy buen dinero en el balance final, pero a costa, como se ha comprobado, de la sumisión a intereses ajenos a su trayectoria y de una consecuente pérdida de ilusión, nervio y rebeldía, que atenta directamente contra la creatividad y la grandeza del artista.

Y es que la independencia, tan temida por los conservadores toreros de nuestro tiempo, puede llegar a ser dura e ingrata por el mayor esfuerzo y la inestabilidad en que hace debatirse las carreras, por exigir un permanente estado de alerta frente a los intereses del sistema dominante, por situar fuera del doméstico y plácido redil a los valientes que la elijen...

Pero, sin duda, esa arriesgada y honesta guía de comportamiento en el toreo, y en la vida, es también la única y efectiva manera de que un torero –siempre un luchador, nunca un funcionario de lujo– pueda reconocerse a sí mismo frente al espejo y sentirse satisfecho de sus decisiones, de sus éxitos y hasta de sus fracasos.

Así que en plena temporada española, después de sufrir el enésimo desprecio a su prestigio, parece que por fin Morante ha decidido volar a su refugio marismeño, a meditar en busca de sus raíces y de su grandeza menguada en el juego de la especulación.

Claro que si Morante se va a casa, igual que ha hecho silenciosamente José Tomás, es que la rutina han terminado por apoderarse del templo del toreo. Alejados definitivamente de los ruedos –uno por clarividencia, otro por las evidencias– esos dos "malos ejemplos" que todavía podían resistirse a la pasividad de la mediocridad, los últimos mohicanos de la vieja filosofía del toreo como un ejercicio de entereza y dignidad, ha llegado el momento en que la tauromaquia esencial se queda sin referencias.

Sin referencias de comportamiento en los despachos y, lo que es peor, tampoco en la plaza, una vez que su ausencia como diques de contención deja el campo abierto para que se extienda definitivamente, como una marea negra, ese concepto superficial, especulativo e intrascendente que, por mimetismo con sus cantados predecesores y por pura coherencia con sus malpagados contratos, adoptan desde el primer momento tantos toreros que confunden su profesión.

Se van, pues, las pocas y buenas referencias, aburridas, desmotivadas. Y la afición se queda también huérfana de ilusiones, sin motivaciones para viajar por las ferias, arrinconada por ese público festero y puntual que, sin emocionarse, aplaude por trámite a funcionarios vestidos de luces que remedan lo que un día fue un oficio de héroes y una expresión de sublimes artistas.

Se han ido, sí, José Tomás y Morante, sin saber si algún día volverán. Pero desde su refugio, desde su exilio, ojalá lleguen a entender, y a sentir, que la Fiesta de los toros, tan maltratada por sus enemigos internos, les sigue necesitando. Y ahora más que nunca.


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