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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 20 Abr 2017    CDMX    Juan Antonio de Labra | Opinión     
...con la misma base genética, Santa Fe del Campo ha definido su...
El domingo 22 de agosto de 2010, la ganadería de Santa Fe del Campo lidió una novillada muy interesante en la plaza "Nuevo Progreso" de Guadalajara. El juego de los ejemplares del lote que sorteó Gerardo Adame fueron especialmente bravos, sobre todo aquel "Bodeguero", número 519, cárdeno oscuro, con 490 kilos.

Y si el hidrocálido no salió a hombros, se debió a sus fallos con la espada.
Pero ahí quedó esta demostración de valor y capacidad en la plaza más exigente de México, que a la postre le granjeó una aclamada vuelta al ruedo en compañía de los jóvenes ganaderos de la divisa zacatecana, José Miguel y Diego, dos de los hijos de Juan Diego Gutiérrez Cortina.

Hace una década que José Miguel se hizo cargo de Santa Fe del Campo, esta divisa que tiene su origen en la de Ruiz Barrios, y que la familia Gutiérrez adquirió por allá de 1983 gracias al consejo de don Antonio Ariza. El rancho de Presillas estaba en venta debido a un remate bancario, lo que representaba una buena oferta de inversión, pero como a los Gutiérrez les gustaban los toros, no desestimaron la oportunidad de hacerse ganaderos.

En los amplios potreros de este rancho zacatecano había 280 vacas de vientre procedentes de diversos encastes, pero estaban en franco abandono. No había libros que contuvieran las notas de tienta de las vacas. Vamos, que aquello era, como se dice en términos rancheros, un empuerque.

Después de una limpia, se quedaron con 60 vacas de vientre elegidas con la asesoría del maestro Alfonso Ramírez "Calesero", un torero que tenía una tremenda afición y sabía de campo. A este ganado se sumó la compra de 30 vacas puras y quince impuras del hierro de Javier Garfias, así como otras 29 de Torrecilla.

Con este ganado, y tres sementales de Garfias, los Gutiérrez Cortina comenzaron a trabajar con un rumbo definido, y la suerte de que los sementales ligaron bien, sobre todo un número 67 y otro, aquel número 20, uno de los últimos hijos del 71 de la P, que fue uno de los reproductores estrella de la época.

Al cabo de más de dos décadas de trabajo con la misma base genética, Santa Fe del Campo ha definido su toro, que evoca, en distintos sentidos, a esos toros mexicanos de los setentas que tan buenos salían, y con los que figuras como Manolo Martínez se encumbraron.

Y prueba de ello fue la extraordinaria corrida que lidiaron el domingo pasado en la Monumental de Aguascalientes, en el marco de la Oreja de Oro. Salvo un toro, lidiado en cuarto lugar, y que tocó en suerte a Ignacio Garibay, el resto fueron buenos, con distintos matices, y entre los que destacó el lote de Diego Emilio, por encastado y emotivo.

Suelen decir los apoderados de las figuras que "no hay toros en el campo"; claro, lo afirman cuando se refieren a las ganaderías comerciales, que tienen tanta demanda y a veces se ven obligadas a adelantar un poco sus camadas. Pero sí que los hay. Sólo es cuestión de rastrear bien dónde se encuentran los encierros como el de Santa Fe del Campo; mirar qué hechuras tienen y cuál es su ascendencia.

A esto además hay que sumar una pizca de buena voluntad para convencerse de que se puede ofrecer variedad al espectáculo lidiando otros hierros en los festejos importantes. Ahí está la prueba, a la vista de todos.


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