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Duende y capote

Viernes, 14 Dic 2018    Morelia, Mich.    Quetzal Rodríguez | Foto: Arauz   
...El intelectual que se aproxima al torero, y se aproxima a razón...
Una habitación cargada de humo y de conversaciones, un muchacho bajito, rubio que se viste de luces, se respira la preocupación en las facciones de aquel torero, que mira hacia abajo, hacia cada una de las prendas que el mozo de estoques va colocando poco a poco sobre su cuerpo, ese que fue llamado "colegial tímido de resplandor trigueño".

A unos pasos del torero, que se deja colocar las sedas que más tarde atestiguarán al esencia del arte, se encuentra sentado en un sillón, con un enorme puro, cuyas cenizas caen sobre las solapas del ese hombre grueso, calvo y con ojos redondos casi tan grandes como sus gafas, dicen los que saben, que es el autor de una enciclopedia monumental.

El intelectual que se aproxima al torero, y se aproxima a razón de su estilo, ese estilo que está esculpido en una sola palabra: Duende. El duende puesto de manifiesto tanto en sus tardes malas con su maravilloso quite del perdón, como en sus tardes buenas con ese elemento inaprensible que tan magistralmente pudo definir el poeta de Granada y que lo arrollaba todo, porque dicen los que saben, era la suma plenitud de todas las bellas artes.

Y como ejemplo de la influencia de ese duende sobre el mundo intelectual, se sitúa otra escena en un hotel de la capital de Perú, y en dicho hotel en uno de los balcones, el mozo de estoques del diestro de San Bernardo está limpiando los capotes del maestro, un piso más arriba, estará un hombre joven, grueso, algo desaliñado al vestir y que se asoma a la ventana.

Otro poeta, que además, dedicó unas letras inmortales al artista: (fragmento)

"En América pueden pactar los pueblos enemigos de la vieja Europa. Porque aquí están y viven los europeos, pero sin sus muertos y sin sus terribles mandatos; los ingleses no llevan encima, como un caracol, a Austerliz, o a la amenaza de la Invencible. Los franceses se han desintoxicado de Robespierre. Los españoles se han olvidado de Trafalgar y de la victoria de Mühlberg.

Algo parecido acontece con las religiones. Sin abdicar del dogma, los católicos conviven con los protestantes. Se hacen mutuas concesiones formales, con una amnesia, querida, de la Guerra de los Treinta Años.

Entre las "santarrositas" o picaflores, y esa planta de tiras rojas llamada "tripa de ganso" del golf, he visto ayer a un joven y rubio deportista, despechugado, con las mangas remangadas, terminar, sudoroso, su noveno agujero, beberse un Ginger Ale y luego darse una ducha. Era un fraile franciscano de origen canadiense.

Todos, en lo externo, han cedido un poco. Los toros han renunciado a los caballos desventrados y han aceptado el peto, a cambio de salir en tecnicolor en todos los cines del mundo.

Y la monja de Las campanas de Santa María, para hacer oír los salmos en Hollywood, ha tenido que aprender algunas fintas de boxeo.

En un mundo agrietado por el odio puede ser una esperanza ese saludo que bajo el azul cielo limeño se hacen el caddy de los ingleses y el mozo de espadas de Pepe Luis Vázquez"

Bibliografía:

Arauz de Robles, Santiago. "Pepe Luis Meditaciones sobre una biografía". Espasa Calpe, Madrid, 1988.



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