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Garibay se despide con un triunfo

Domingo, 18 Nov 2018    CDMX    Felipe Aceves | Sergio Hidalgo           
El torero capitalino cortó sendas orejas y cosechó la Puerta Grande
La afición de la Plaza México se volcó hoy con Ignacio Garibay, que conquistó un triunfo en la tarde de un adiós muy emotivo. Y ya desde la conclusión del paseíllo el público lo llamó al centro del ruedo a recibir una tan sonora, como cariñosa ovación, síntoma de que estaba de su lado en esta tarde tan importante de su vida torera.

Y aunque el ambiente estaba completamente a su favor, nadie le regaló la salida a hombros. Las dos faenas a los toros de La Estancia requirieron de todo el bagaje acumulado en sus diecinueve años de alternativa, para conseguir arrancarle una oreja a cada toro.

El primero de su lote, justo de fuerza, como el resto de los pupilos de la divisa guananuatense, no favoreció el toreo de capa, y fue hasta el tercio de muerte que el recio torero capitalino comenzó por bajo, con rodilla flexionada, para dejar en el terreno de los medios a su enemigo. Inteligentemente aprovechó la preferencia del morito al terreno de las tablas.

Ahí se recreó Garibay en series templadas, sobretodo una que inició con un trincherazo, al que ligó muletazos con la diestra y rematar con el de pecho, luego de un cambio de mano que levantó al público de sus asientos. Probó al toro –como los cánones mandan– por el lado izquierdo, pero no, no hubo colaboración del ejemplar.

Así que volvió a la mano diestra, para redondear la faena con una serie con la zarga en la diestra que fue rematada con un martinete, un cambio de mano y otro de pecho con la mano siniestra. Se tiró encima con la espada para sepultar una ración de tres cuartos de acero, que bastó, y cortar la primera de su cosecha de hoy.

El cuarto de la tarde, el de más romana de la tarde (pesaba 545 kilos) le puso las cosas más difíciles. Precioso toro –eso sí– el cárdeno salpicado y calcetero, por fortuna se prestó para que disfrutáramos el proverbial toreo de capa de Ignacio Garibay, quien bajó sabrosamente la mano de recibo en las templadas verónicas. Para llevar el toro al caballo, más que de brega los capotazos parecieron delantales. Muy templados, con las manos a la altura de la cintura, con ritmo, y mucho sabor. Gran ovación, obvio. Vino un quite de un par de chicuelinas y cuatro remates de revolera que arrancaron otra ovación. 

En el tercio de muerte, se fue al centro del anillo a brindar a todo el público, quien le correspondió con una ovación que le anegó los ojos. Y se oye por ahí "Dicen que no se sienten, las despedidas. Dile a quien te lo dijo, Cielito Lindo que se despida". Vaya si estaba emocionado el torero. "Matita de Romero" exigía las cosas bien hechas, en la distancia correcta, con el ritmo que piden los toros mexicanos, y con el aguante que muy pocos tienen. Garibay le cumplió.

Toreó con suavidad y mando desde los muletazos por bajo, hasta en las pocas pero intensas series por derechazos; todas ellas, apropiadamente rematadas. Se entregó en la suerte final, pero dejó un pinchazo y luego dejó tres cuartos de acero en gran sitio que obligaron al palco a soltar el pañuelo.

Se le nota a leguas a Sebastián Castella que disfruta el ritmo de los toros mexicanos. Lo busca, lo provoca. Los que le correspondieron en el sorteo, no tuvieron la fuerza necesaria para sostener el ritmo, que en algunos pasajes tuvo el quinto de la tarde. La cosa es que se vio en la necesidad de echar mano de un toro de regalo del hierro de Julián Handam, que permitió momentos de intenso lucimiento. Los lances de recibo tuvieron buen gusto.

En el comienzo del tercio final toreó sabrosamente por bajo, con una rodilla en tierra, que le fueron celebradas al francés con otra ovación. Le siguieron series por ambos lados. Una de ellas iniciada con una trincherilla ligada con derechazos y rematada con un molinete y uno con la zurda por bajo que tuvo torería. Para concluir su trasteo, Castella realizó abaniqueo, igualó y sepultó una estocada tres cuartos rinconerilla. Un pañuelo mostró el palco para que el torero francés recibiera una oreja.

Diego Silveti toreó en primero término un toro al que le faltó fuerza. El guanajuatense lo intentó, que ni duda cabe. Ejecutó lances a pies juntos con doble remate de media y revolera. El quite, con el capote a la espalda fue de mucho ajuste. Con la muleta, incluso le perdía pasos, pero ni así. Para colmo, no estuvo certero con la espada.

El segundo de su lote tuvo limitaciones de emotividad. Pero entrega no le faltó a Silveti; de hecho, le he visto con una parsimonia que refleja la búsqueda de un toreo muy especial. Todo lo hace con sobriedad elegante, y una gratificante entrega, ausente de pirotecnia o teatralidades. Mal de nuevo con la toledana. El respetable reconoció con palmas sus buenas maneras.

La salida de Ignacio Garibay al final del festejo le aportó ese punto nostálgico a esta tarde de su despedida, la primera de las cuatro programadas a lo largo de la campaña, pues todavía falta que hagan lo propio Federico Pizarro, Alfredo Ríos "El Conde" y el hispano Juan José Padilla en las próximas semanas.

Ficha
Ciudad de México.- Segunda corrida de la Temporada Grande. Poco menos de media entrada (unas 20 mil personas) en tarde fresca. Toros de La Estancia, bien presentada, parejos en tipo, pero escasos de fuerza, de los que destacó el 1o. Y un toro de regalo de Julián Handam, que tuvo clase y transmisión. Pesos. 492, 499, 515, 545, 505, 498, 504. Ignacio Garibay (fucsia y oro): Oreja y oreja. Sebastián Castella (azul marino y oro): Silencio, silencio, y oreja en el de regalo. Diego Silveti (rosa y oro): Silencio con aviso y ovación. Incidencias: Gustavo Campos saludó una ovación por dos buenos pares de banderillas, de igual forma, Fernando García, hijo, en el toro de regalo. Al finalizar la faena al cuarto de la tarde, los matadores Francisco Dóddoli Juan Luis Silis, entregaron un reconocimiento a Ignacio Garibay.


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