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Historias: Ventura y Ponciano

Miércoles, 14 Nov 2018    CDMX    Francisco Coello | Infografía: LM   
...El de Atenco realizó la suerte innumerables ocasiones, pues era...
Ahora que Diego Ventura conmocionó a la afición capitalina, este domingo 11 de noviembre, entre otras razones, fue porque realizó una suerte poco común, muy oportuna y afortunada si las condiciones así lo permiten… y lo permitió –no podía ser de otra forma-, ese inimitable desempeño de "Fantasma", toro de curiosa y hermosa pinta, albahío, que pertenece a la poco conocida ganadería que lleva el nombre de su responsable: Enrique Fraga. 

Pero además un toro que demostró a lo largo de toda la lidia, que no fue poca cosa, un galope continuo, una casta, una bravura que pocas veces se observa en el rejoneo, lo cual, es otro motivo más en medio de aquella irrupción de la que es ahora esa nueva puesta en escena que han logrado un conjunto sólido de señores de a caballo. Y me refiero, en orden de antigüedad y escala de importancia a: Joao Moura, Pablo Hermoso de Mendoza, Andy Cartagena y este señor de la Puebla del Río que se llama Diego Ventura, quien ha venido a nuestro país para imponer (condiciones en eso de elegir el ganado) e imponerse.

Pues bien, llegó el momento aquel en el cual Ventura quitó de la cabeza y cuello de "Dólar" la cabezada, anticipo a la ejecución de una suerte que levantó ámpula en los tendidos. Aquella figura evocadora del centauro, fue de las tablas hacia los medios y en el momento apropiado, dejó un par a dos manos. El solo control del caballo fueron esas piernas asidas al cuerpo del equino, el cual, como todo buen caballo adiestrado para este tipo de suertes, permitió que salieran airosos del encuentro. Aquello detonó en fortísima ovación dedicada al caballero en plaza por parte de un público no solo entusiasta. Sino aquel que no salía de su asombro ante aquella perfecta ejecución.
 
Lo demás se sabe ya pues el efecto de todo lo realizado generó un impacto mediático sin precedentes. De acuerdo a ciertos testimonios que provienen del pasado, se podría asegurar que dicha suerte no es hechura ni creación del caballero hispano. En todo caso, y como forma de demostrar lo que acabo de apuntar, me remito a una hermosa cromolitografía, obra del artista que se firmaba como P. P. García, colaborador permanente en la revista de toros conocida como La Muleta, misma que circuló entre 1887 y 1889 en nuestro país. Tal publicación tuvo como su único director a otro gran personaje: Eduardo Noriega "Trespicos".
 
El testimonio que he de mencionar, apareció en el número 4, de su año I, con fecha 25 de septiembre de 1887, en páginas centrales.
 
En tal imagen se observa ni más ni menos que a Ponciano Díaz, colocando un par de banderillas a dos manos, a pelo (es decir sin la silla de montar); sin la cabezada que habría podido llevar el caballo y además con el curioso detalle de que las riendas aparecen anudadas a las crines.

¡Toda una hazaña!, si se toma en cuenta lo que significan una serie de movimientos a la hora del encuentro y donde las piernas, deben haberse convertido en auténticas tenazas para salir librado de aquella riesgosa demostración. En descargo de Ponciano, habría que apuntar el hecho de una colocación un tanto cuanto defectuosa, pues las banderillas quedaron desiguales y delanteras. Lo que sí es un hecho es que el de Atenco realizó la suerte innumerables ocasiones, pues era un torero consumado a caballo, que, con frecuencia y en cuanta plaza actuara, también se lucía realizando el toreo de a pie.
 
Esa fue una virtud que elevó a cotas inimaginables la popularidad del diestro, quien causó auténtico furor entre sus seguidores, que fueron legión. Y justo ese año de 1887 así como el siguiente, Díaz era ya ídolo de las multitudes, al grado de que, por sus iniciales, era fácil confundirlo con las de Porfirio Díaz, entonces presidente de la república.Existe una curiosa anécdota que retrata ese detalle con fidelidad.

En los días de mayor auge del lidiador aborigen, el sabio doctor don Porfirio Parra decía a Luis G. Urbina, el poeta, entonces mozo, que se asomaba al balcón de la poesía con un opusculito de "Versos" que le prologaba Justo Sierra:

-Convéncete, hay en México dos Porfirios extraordinarios: el Presidente y yo. Al presidente le hacen más caso que a mí. Es natural. Pero tengo mi desquite. Y es que también hay dos estupendos Díaz -Ponciano y don Porfirio, nuestro pueblo aplaude, admira más a Ponciano que a don Porfirio.

En: Armando de María y Campos: Ponciano el torero con bigotes. México, ediciones Xóchitl, 1943 (Vidas mexicanas, 7). fotos., facsímiles páginas 162-3.

Y aquí una curiosa interpretación:

En aquellos felices tiempos, comenta Manuel Leal, con esa socarronería monástica que le conocemos, había tres cosas indiscutibles: La Virgen de Guadalupe, Ponciano Díaz y los curados de Apam...

 En: Manuel Horta: Ponciano Díaz silueta de un torero de ayer. México, Imprenta. Aldina., página. 153.

Su figura fue colocada en todos los sitios, aun en bufetes, oficinas de negocios, consultorios de médicos; en fotografías, o en litografías en colores y a una sola tinta, publicados en periódicos mexicanos o españoles como LA MULETA, EL MONOSABIO, LA LIDIA, EL TOREO CÓMICO que ilustró sus páginas -este último- con un retrato del torero mexicano del mismo tamaño que los que había publicado de "Lagartijo", "Frascuelo", "El Gallo", "Mazzantini" y "Guerrita".

En la calle se le tributaban verdaderas ovaciones, lo mismo en Plateros que en El Hospicio que en La Acordada; al pie de la estatua de Carlos IV que al pasar junto a la tabaquería llamada "La Lidia", lugar de reunión de los toreros españoles, que recibían sendas rechiflas.

Realmente, esos eran los grados de ilusión obsesiva adoptada por el pueblo, vertiente de una sociedad limitada a una superficialidad y a un todo que no les es negado, pero que asimilan de muy distinta manera, a como lo hacen esas otras vertientes intelectuales y burguesas; o simplemente ilustradas.
 
La "sanción de la idolatría", a más de entenderse como aplauso, como anuencia, como beneplácito; es también castigo, pena o condena. Y es que, del sentir popular tan entregado en su primera época, que va de 1876 a 1889 se torna todo en paulatino declive a partir de 1890 y hasta su fin, nueve años después.
 
Fruto de la idolatría, que, como ya vemos, es basta en ejemplos, como el modismo aplicado cuando se saludaban los amigos en la calle, alguno de ellos expresaba:
   
¡Ni que fuera usted Ponciano!...
A la epidemia de gripe de 1888, se le llamó "el abrazo de Ponciano".
Don Quintín Gutiérrez socio de Ponciano Díaz y abarrotero importante, distribuye una manzanilla importada de España con la “viñeta Ponciano Díaz”.
 
En las posadas, fiesta tradicional que acompaña al festejo mayor de la navidad, al rezar la letanía contestaban irreverentemente en coro: "¡Ahora, Ponciano!" sustituyendo con la taurómaca exclamación al religioso: “Ora pro nobis”
 
Don José María González Pavón (a la sazón dueño de la antigua Tepeyahualco. N. del A.) y el Gral. Miguel Negrete le obsequian al diestro mexicano los caballos "El Avión" y "El General" y fue el propio Ponciano quien se encargó de entrenarlos.

La misma poesía popular se dedica a exaltarlo, al grado mismo de ponerlo por encima de los toreros españoles.

Yo no quiero a Mazzantini
ni tampoco a "Cuatro Dedos",
al que quiero es a Ponciano
que es el padre de los toreros
¡Maten al toro! ¡Maten al toro!

El "padre de los toreros", cómo no lo iba a ser si en él se fijaban todos los ojos con admiración. Su vida artística o popular se vio matizada de las más diversas formas. Le cantó la lírica popular, lo retrataron con su admirable estilo artístico Manilla y Posada en los cientos de grabados que salieron, sobre todo del taller de Vanegas Arroyo, circulando por las calles de aquel México y de aquella provincia.

En fin, grato motivo de lo ocurrido apenas nada, para evocar con una semejanza que podría rayar en exactitud lo cual nos es dado gracias al hecho de haber podido encontrar dos imágenes –con apenas diferencia de 131 años-, a una suerte donde se exaltó a Ponciano y ocurriría sin duda alguna con el mismísimo Ventura:

Era un charro, lo hubierois conocido!...

Era un charro, lo hubierois conocido!...
Costábale mil pesos el vestido
al deslumbrante modo mexicano,
dos mil quinientos pesos la montura
y como mil tostones de factura
los galones de plata del jarano...


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