Una oportunidad en la Plaza México siempre reviste especial atención para aquellos toreros que están un tanto marginados; los que torean poco y no tienen demasiadas opciones de mostrarse. Y cuando ésta llega, hay que aprovecharla a como dé lugar. Eso fue lo que hicieron Fabián Barba y Gerardo Adame hoy en el coso de Insurgentes, donde cortaron sendas orejas y demostraron que siguen en la lucha.
El encierro de Rancho Seco no fue fácil. Varios toros resultaron deslucidos, alguno sacó peligro sordo, y sólo uno, el quinto, bautizado como "Tigrillo" en honor del gran Juan Silveti, fue tan noble como el insigne personaje que ayer nos dejó. Pero Antonio Romero no consiguió “apretar” como debía y se quedó huérfano de esa posibilidad de mostrarse, como sí lo hicieron sus compañeros de cartel. A cabalidad.
Ya desde el comienzo de la corrida, Barba enseñoreó su madurez, la que le ha dado los años de introspección. Y sobre el pedestal de esa sólida tauromaquia aprendida en la escuela taurina de Madrid, ofreció una tarde sumamente profesional y seria con los dos toros de su lote, a los que toreó por nota.
El primero, que fue deslucido y tendía a arrollar la muleta con la cara alta, le hizo una faena de recursos, tratando siempre de poner la chispa que faltaba al de Rancho Seco, todo aderezado con la solvencia que da la experiencia acumulada.
Pero lo relevante vendría en el cuarto, un toro que exigía colocación, temple, alturas y distancias, y así fue como Fabián se centró con él desde que le dio tres largas cambiadas de rodillas en los medios, dejando en claro que hoy día no hay nadie -ni aquí ni allá- que le supere en la realización de tan riesgosa suerte, pues la hace con impávida perfección.
Vamos, que Fabián está hecho un torero completo -sólo le faltaría banderillear para alcanzar esa denominación- a la manera de los toreros de otra época, y por sus andares en la plaza, el clasicismo de sus conceptos y la torería que emana de su ser, siempre deja un grato sabor de boca para el aficionado que sabe aquilatar estos detalles.
Cuando el toro se paró, Fabián se plantó en el sitio; escondió la muleta por detrás de la pierna de salida y le robó, uno a uno, pases de enorme mérito en un trasteo de esos para ser observados con detenimiento.
Las dosantinas en un palmo, los redondos en la corta distancia, los pases de pecho y los martinetes compusieron una faena maciza que no podía tener mácula con la espada. Quizá por ello se perfiló en corto y se fue por derecho detrás del acero, sufriendo una impresionante voltereta a la que siguió otra más cuando cayó en descubierto sobre la arena, en un momento cargado de dramatismo. ¿Qué tiene que hacer un torero para cortar dos orejas? Pero no lo entendió así el juez de plaza Jorge Ramos. Una lástima.
Al margen de esto, Fabián, con la taleguilla destrozada y el corazón bien puesto, sabe que ése es el camino, el mismo que Gerardo Adame le había mostrado cuando hizo la réplica del quite por saltilleras -escalofriante, por ceñido y auténtico- que le cuajó al primer toro de su lote luego de que Fabián había realizado uno por gaoneras.
Y con ese carisma que le llega a la gente, el primo de los otros Adame, los que más torean, quiso decir que ahí estaba él también para enseñar su arrojo, que se tradujo en una faena interesante a un toro que se movió con cierto buen estilo, pero que terminó desfondándose y huyendo de la muleta del enjundioso hidrocálido, que mató de una estocada eficaz y cortó una merecida oreja.
El otro fue un ejemplar que topaba con la cara alta y sin ningún afán de coger la muleta por abajo. Adame porfió sin conseguir buenos resultados. Pero ya tenía una oreja en la espuerta, y eso cuenta.
Ahora que los carteles de la segunda parte de la temporada siguen pendientes de ser anunciados, bien valdría la pena considerar a los toreros mexicanos que se han justiciado con creces, como es el caso de Arturo Saldívar, o los dos de hoy, que ahí están para dar frescura y variedad a cualquier combinación al lado de las figuras. Ojalá que los tomen en cuenta.