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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 09 Nov 2017    CDMX    Juan Antonio de Labra | Opinión   
...ahí quedará para siempre la enorme calidad de Armillita, así...
La muerte de Miguel Espinosa "Armillita" viene a oscurecer aún más la memoria de un año negro para el toreo. Y aunque quizá no sorprende del todo a sus allegados, debido al deteriorado estado físico en que se encontraba, sí que es dolorosa y lamentable porque apenas contaba 59 años de edad.

Resulta curioso pensar que del cartel de su alternativa, el único superviviente es Eloy Cavazos, ya que tanto Manolo Martínez como José Mari Manzanares han desaparecido. Se trata de otras dos figuras que tuvieron existencias difíciles después de retirarse, cometieron abusos y la vida les pasó factura demasiado pronto.

Así son algunos toreros: hombres dotados de una gran lucidez delante del toro, una inteligencia preclara para jugarse la vida en aras de una vocación, pero carentes del suficiente equilibrio emocional fuera del ruedo. Y eso es una verdadera pena.

Al margen de estas consideraciones, que sólo reflejan una sabia moraleja, ahí quedará para siempre la enorme calidad de Armillita, así como también su desesperante apatía cuando no lo veía claro. En dicho sentido, fue auténtico consigo mismo y muchas veces se conformó con poco.

Precisamente eso es lo que le echaban en cara sus seguidores, los que anhelaban verlo triunfar más seguido o con mayor rotundidad y hacer el esfuerzo con el medio toro; de poner esa cuota extra de empeño para haberse convertido en el amo cuando se retiró Manolo Martínez. Pero eso no estaba reservado para Miguel, tal vez por la exquisitez de un concepto y una actitud que enlazaba muy bien con los toreros artistas de otro tiempo.

Hoy día, por desgracia, un torero de la clase de Miguel, y sin la necesidad de hacer esfuerzos fuera de lo normal, no tendría cabida en esta ajetreada y feroz competencia por ver quién realiza las suertes con más ceñimiento, con mayor dificultad, ya sea de pie o de rodillas, de frente o de espaldas, sin importar la expresión sentimental que entraña el arte del toreo. La mayoría se han vuelto torero de resultados, sin importar cómo se consigan.

De todas las tardes importantes que tuve la oportunidad de ver a Armillita en plan grande, recuerdo especialmente una, la del 4 de noviembre de 1987 en la plaza de mi tierra, Guadalajara. No había caído en la cuenta de que se acaban de cumplir 30 años. El cartel no tenía desperdició: alternaba con Antonio Chenel "Antoñete" y Manolo Martínez, con toros de Real de Saltillo.

Deslumbrados por la recia personalidad de esos dos monstruos del toreo, el que estuvo realmente bien en esa corrida fue Miguel. Y así lo comentaban con enorme entusiasmo mi tío Chucho Solórzano y David Silveti cuando íbamos en el coche recorriendo la Calzada Independencia rumbo el Templo del Carmen, que fue donde los dejé para que escucharan misa.

No es un sacrilegio afirmar que el toreo al natural que ejecutaba Miguel Espinosa será para nosotros como el natural de Lorenzo Garza que en su día disfrutaron los aficionados que vivieron la Época de Oro, y más ahora en que el pase fundamental del toreo no ha vuelto a encontrar otro artífice mexicano como Armillita, una figura que será recordada por esa filigrana digna de enaltecer la vitola de cualquier torero.


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