Aunque todavía le queda algo de cuerda a la Temporada Grande de la Plaza México, merece la pena destacar que a lo largo del ciclo se han lidiado varios toros de nota alta, entre los que destacan tres en particular: dos de Teófilo Gómez y uno de Barralva. Y existe la curiosa coincidencia de que han sido los toros de las confirmaciones de alternativa de Gerardo Rivera, Luis David Adame y Paco Ureña, respectivamente.

Estos tres ejemplares debieron irse sin orejas al destazadero, pues difícilmente, hoy día, un torero confirmante puede jactarse de tener la buena suerte que tuvieron los tres espadas mencionados.

Desmenuzando con más detalle la lidia de los toros en cuestión, se puede afirmar que los tres tuvieron distintos matices de bravura, pero un magnífico equilibrio entre transmisión y clase, el ideal de cualquier ganadero de esta raza única en el mundo.

Para dejar constancia de lo dicho, los ejemplares fueron los siguientes: "Agua Clara", número 359, cárdeno, con 508 kilos, que le tocó a Rivera. El otro de Teófilo fue "Cántabro", número 323, negro entrepelado, con 476 kilos, que toreó Adame, y "No que no", de Barralva, número 277, negro, con 528 kilos, que tuvo unas profundas embestidas en la muleta de Ureña.

Torear la bravura nunca ha sido una tarea fácil, y así lo confirman quienes se han puesto delante. Sin embargo, esta condición que debiera ser inherente al toro de lidia, hoy día es un bien escaso que a veces hay que saber valorar en su justa dimensión para nunca perderlo de vista.

Cansado está el público de esos toros que, como dicen los apoderados, "no molestan", "se dejan meter mano", "son manejables", y otras frases de este talante, que no son sino eufemismos para describir la mansedumbre que abunda en muchas ganaderías mexicanas.

Aunque es más difícil construir que destruir, y para lo primero se requieren más años, es importante crear conciencia entre los ganaderos con la finalidad de que encasten sus ganaderías; que seleccionen con la exigencia de preservar la bravura dentro de sus hatos, a fin de ir modelando, poco a poco, ese toro que contribuye, en gran medida, a la emoción del espectáculo.